jueves, 28 de diciembre de 2023

Becket, el arzobispo asesinado dos veces

Al filo de la medianoche de tal día como hoy, 29 de diciembre, pero de 1170, el arzobispo de Canterbury, Tomás Becket, fue asesinado en la catedral de dicha ciudad inglesa con un mandoble de espada que, literalmente, le voló la tapa de los sesos. Aunque parece que tenían razones propias, los cuatro perpetradores del crimen actuaron animados por las palabras del rey Enrique II, que, exasperado por los constantes desafíos de su antiguo amigo y por la defensa a ultranza de la separación Iglesia-Estado que éste promovía, había dicho públicamente:  "¿Quién me librará de este sacerdote que me turba?" Cuentan que esa noche tres cuervos entraron en la catedral, descendieron sobre el cadáver del clérigo y, manchándose el pico y las patas con la sangre vertida criminalmente, se convirtieron milagrosamente en chovas piquirrojas. Aun tratándose esta historia claramente de una leyenda, lo cierto es que, si visitáis la ciudad inglesa de Canterbury, podréis comprobar que allí nadie duda de que las chovas piquirrojas y la figura de Becket están unidas desde esa aciaga madrugada.


A pesar de su asesinato, en los siglos posteriores hubo pocos hombres que estuvieran más vivos que la figura de Tomás Becket: fue canonizado pasados tres años solamente después de su muerte, su tumba se convirtió en uno de los mayores centros de peregrinación del mundo y las revueltas contra el rey por haber auspiciado el asesinato se extendieron por toda Inglaterra. Incluso en el seno de la familia real, Enrique II sufrió en 1173 la rebelión de sus hijos y su esposa, Leonor de Aquitania, y parece ser que el asesinato de Becket fue uno de los detonantes que provocó el enfrentamiento. Tras sofocar el levantamiento y encerrar a su mujer, que no volvería a ser libre hasta la muerte del rey, éste decidió dar muestras de público arrepentimiento. Con ese fin, Enrique II llegó el 8 de julio de 1174 a la iglesia de San Dunstan en Canterbury y desde allí hizo penitencia pública hasta la tumba de Becket, vestido con una áspera camisa de peregrino y caminando descalzo bajo una torrencial lluvia, mientras sus pies iban dejando un rastro de sangre por las calles, hasta llegar a la catedral donde, puesto de rodillas ante la tumba de santo Tomás, se dejó azotar.


Vidriera de la catedral del Canterbury en la que se representan el martirio de Becket y la posterior flagelación del rey Enrique II ante su tumba.


Iglesia de St. Dunstan, Canterbury. Desde ella, descalzo y cubierto sólo con una camisa, Enrique II caminó hasta la catedral.

Por otro lado, el número de personas de todas las partes de Europa que peregrinaban a Canterbury no dejaba de crecer y en 1176 ya funcionaba un hospital de peregrinos, que aún hoy permanece abierto, el Eastbridge Hospital, que, según las crónicas, contaba con un blasón con chovas piquirrojas en su fachada. Dos siglos después, lejos de desvanecerse el fervor por el santo, la ciudad inglesa seguía siendo un centro de peregrinación de referencia. Hacia 1380 Geoffrey Chaucer comenzó a escribir Los cuentos de Canterbury, el relato de un concurso de narración de historias por parte de un grupo de peregrinos durante un viaje de Londres a Canterbury para visitar el santuario de Tomás Becket. Uno de esos peregrinos, representados bajo una estatua de Chaucer, viste un sayal que luce las tres chovas del santo. Indudablemente, Becket era la estrella indiscutible en aquella Inglaterra que todavía era católica.



Estatua de Geoffrey Chaucer, autor de Los Cuentos de Canterbury. Detrás se ve la fachada del hospital de peregrinos de santo Tomás Becket.


Detalle de la estatua homenaje a Geoffrey Chaucer, en la que aparece uno de los personajes de sus cuentos peregrinando con el emblema de las tres chovas piquirrojas.

Pero aquello no iba a durar, porque el caso es que en el siglo XVI llegó otro rey Enrique, el VIII, y no sabemos qué le pasaba a Becket con "los Enriques", que se la tenían realmente jurada. Como santo Tomás había defendido la separación entre Iglesia-Estado y Enrique VIII pretendía precisamente lo contrario para poner a los clérigos bajo su control, decidió borrar, literalmente, cualquier huella del Cantuariense dentro de sus dominios. Encargó así a su ministro principal, Tomás Cromwell, un proceso de desantificación que terminó siendo todo un ejemplo de cómo diluir el recuerdo de un hombre. Con ese fin, comenzó por hacer desaparecer los restos y altares del lugar de enterramiento inicial en la cripta y de su ubicación posterior en el altar mayor de la catedral. Si viajáis a Canterbury, en la cripta veréis una escultura, realizada en el año 2010, consistente en un cuerpo suspendido hecho de clavos, que ocupa el vacío dejado por el enterramiento del arzobispo en los años inmeditamente posteriores a su muerte. Además, en el altar mayor un austero cirio permanentemente encendido recuerda el lugar de la que fuera su imponente sepultura entre 1220 y 1538.


Escultura titulada "Transport", de Anthony Gormley (2010), que recuerda el vacío dejado por la primera ubicación de la tumba de santo Tomás en la cripta de la catedral de Canterbury.



Cirio en el altar mayor de la catedral de Canterbury que recuerda la ubicación de la tumba de Becket.

Parece ser que Enrique VIII tenía especial manía a los levantiscos de nombre Tomás y a las chovas piquirrojas ya que, como hemos dicho, se encargó de borrar el recuerdo de Tomás Becket, pero también ejecutó, por razones similares, a Tomás Moro en la Torre de Londres, cuya cabeza, curiosamente, se conserva en la iglesia de Saint Dunstan en Canterbury, a la que hemos hecho referencia anteriormente. Por lo que se refiere a las chovas piquirrojas, Enrique VIII ordenó exterminar a las vivas, a las que consideraba como una plaga que causaba estragos en los graneros, y, como hemos dicho, también retirar o borrar las aves en efigie que se identificaban con Becket. En general, dio orden de eliminar todas las representaciones personales e iconográficas de Becket, de tal forma que las iglesias consagradas al Cantuariense por toda Inglaterra pasaron a estar bajo la advocación de otro santo con el mismo nombre, Tomás Apóstol.

Afortunadamente, cuando viajamos a Canterbury hace unos meses pudimos ver chovas de Becket, aunque, paradojas de la Historia, siendo ésta la ciudad donde nació la relación entre el ave y el santo, a consecuencia de la desantificación decretada por Enrique VIII, no pudimos ninguna tan antigua como las que decoran el arrocabe de la iglesa del convento de Santa Clara de Salamanca. En cualquier caso, disfrutamos enormemente al ver que allí esta hermosa ave se muestra con orgullo en distintos lugares.

Pudimos ver el emblema de Becket repuesto en la impresionante y recién restaurada Christ Church Gate, que da paso a la catedral.



Christ Chuch Gate y detalle del emblema de Tomás Becket en el lado derecho del arco principal. Se le representa como arzobispo con un blasón partido que lleva su estola en el lado derecho y tres chovas en el izquierdo.

Dentro de la catedral, un altar recuerda el lugar exacto de su martirio y, ya en el claustro, podemos encontrar tanto su emblema de arzobispo como el blasón con solamente las tres chovas.



Obviamente, donde más chovas piquirrojas pudimos ver fue en la iglesia católica consagrada al Cantuariense. Allí las hay en la entrada, a los pies de la escultura del santo y bordadas en el altar de la capilla que guarda sus reliquias.




Y, por supuesto, por toda la ciudad puedes encontrar las del escudo de Canterbury que, desde 1380 exhibe un leopardo Plantagenet unido a las tres chovas piquirrojas de santo Tomás, tal vez reflejo de aquel 8 de julio de 1174 en el que el rey Enrique II se reconcilió con su viejo amigo, al menos, ante los ojos del mundo.



En general, nos alegra poder contaros que la ciudad de Canterbury y el condado al que pertenece, el de Kent, viven actualmente una pasión tan grande por la chova piquirroja que se están tratando de recuperar los córvidos que mandó eliminar el monarca cabeza de la iglesia anglicana: tanto las chovas piquirrojas de Becket como las que sobrevuelan los acantilados británicos.



Escaparate en el centro de Canterbury que recuerda la relación existente entre santo Tomás y las chovas piquirrojas. La publicidad se inserta en el marco de un proyecto ornitológico de recuperación de las chovas en el condado de Kent. Octubre de 2023.

Pero, como ya hemos dicho, no vimos ver ninguna representación de una chova piquirroja tan antigua ni tan bonita como las que se posaron hace siglos en el arrocabe de la techumbre de las Claras ya que, por las circunstancias acaecidas durante el reinado de Enrique VIII, las pintadas en Salamanca pueden ser las más antiguas conservadas que representen al santo Cantuariense, tal y como reconocían recientemente los archivos de Kent en su página oficial de Facebook:




Chovas piquirrojas pintadas en la techumbre de las Claras de Salamanca. 


Chova piquirroja en los acantilados del condado de Kent.

martes, 19 de diciembre de 2023

El pájaro de la reina Leonor

En 1169 Alfonso VIII de Castilla concedió al abad del monasterio premostratense de Santa María de Retuerta el control sobre un cenobio que se había formado tiempo atrás en Aguilar de Campoo. Desde ese momento, el monarca castellano pasaría a ejercer una decidida protección sobre el monasterio situado en la montaña palentina, conocido en lo sucesivo como de Santa María la Real, y esa es la razón por la que empezó a construirse el gran conjunto monástico en estilo románico en transición al gótico que llegó a ser. Al año siguiente, se celebraron en la localidad aragonesa de Tarazona los esponsales entre el joven rey Alfonso y Leonor Plantagenet, que, acompañada por un numerosos séquito, viajó con apenas diez años desde Aquitania a estas tierras, en las que introduciría el culto a un nuevo santo, Tomás Cantuariense. De este santo -conocido antes de su martirio como Tomás Becket, arzobispo de Canterbury- cuenta una leyenda que, habiendo sido asesinado por cuatro caballeros del rey Enrique II de Inglaterra, el padre de Leonor, un cuervo se posó sobre el cuerpo inerte del clérigo y se manchó sus patas y pico con la sangre derramada, lo que hizo que, milagrosamente, se transformara en otra ave, concretamente en una chova piquirroja. Tomás fue canonizado apenas tres años después del infame crimen y el rey inglés, señalado como culpable, consternado y amenazado por el papa, terminó haciendo un acto de contrición pública en 1174 frente a la tumba del arzobispo para convertirlo luego en el santo protector de su dinastía, la de los Plantagenet-Aquitania. Con el paso del tiempo, la chova piquirroja, el ave de pico y patas de color rojo, terminaría formando parte tanto de una heráldica atribuida a Becket como del escudo de la ciudad de Canterbury, pero parece que el córvido se las apañó para volar lejos de allí.


Herádica atribuida a Tomás Becket.


Escudo de la ciudad inglesa de Canterbury.


Chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax). Ilustración de Nacho Sevilla.


Ilustraciones de Nacho Sevilla

El asunto es que la reina Leonor empleaba un sello de cera que tenemos la suerte conservar impreso en cera y atado a un documento, fechado en abril de 1179, que se atesora en el Archivo Capitular de Toledo. El anverso del sello muestra a la reina sosteniendo con la mano derecha lo que nos parece una flor de lis, mientras que en el reverso aparece también su efigie, pero con un pájaro posado en la mano izquierda. Ese documento, que precisamente es un diploma de dotación de altar para el mártir Tomás Becket en la catedral de Toledo, se acompaña, por tanto, de una representación de la reina Leonor sosteniendo un ave que, en este caso, resulta imposible de identificar.



Anverso y reverso del sello de la reina Leonor Plantagenet. 


Detalle del reverso del mismo sello, mostrando a la reina de Castilla sosteniendo un ave con la mano izquierda.


Documento que lleva atado el sello de cera de la reina Leonor Plantagenet y que concede una capilla dedicada a santo Tomás Cantuariense en Toledo. 


Grabado del siglo XIX mostrando a la reina de Castilla, Leonor Plantagenet, con un ave posada en su mano izquierda.

Por otro lado, muy cercana al monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo, apadrinado por los reyes de Castilla, se encuentra la ermita de Santa Eulalia, en un despoblado que se conocía como Barrio de Santa María, nombre que suponemos que no será casual, dada la vecindad de ambos lugares. El interior de este templo, construido, como el monasterio, a caballo entre los siglos XII y XIII, fue decorado con unas pinturas entre las que se pueden distinguir claramente unos castillos de tres torres -emblema empleado por Alfonso VIII- y unos pájaros de plumaje negro. Según los especialistas, estas pinturas no fueron obra de un gran artista, sino más bien de un inexperto maestro que dejó para la posteridad “una obra de marcado acento popular” (Enciclopedia del Románico, Palencia, en la pág. 231). Desde luego el ave, pintada sin mucho esmero, podría ser cualquiera, pudiendo identificarla como un córvido solamente por el color de su plumaje.


Ermita de Santa Eulalia de Barrio de Santa María (Palencia).


Detalle de las pinturas de la ermita de Santa Eulalia (Aguilar de Campoo), donde se pueden ver representados de forma alterna unos castillos de tres torres y unas aves de plumaje negro. 

Esta misma asociación de castillo y ave de plumaje de color negro presentada de forma repetida es la que también nos encontramos pintada en la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca, un cenobio para el que, por medio de bulas papales, se pidió protección y patrocinio a Fernando III y a la infanta Berenguela, nieto y bisnieta respectivamente de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet. Aquí el pájaro está primorosamente pintado y es perfectamente identificable como una chova piquirroja, el emblema relacionado con el santo inglés. El convento, además, está situado a unos pocos metros de una iglesia consagrada a santo Tomás Cantuariense donde se conservan un fresco en el que el santo viste una casulla sobre la que parece que hay pintadas unas aves de color negro en vuelo.


Representación alterna de castillos del reino de Castilla y chovas piquirrojas en el convento de Santa Clara de Salamanca.


El buen heraldista y mejor persona, José Moreiro Píriz, nos ha obsequiado con este escudo cuartelado imaginado que une el linaje de Alfonso VIII de Castilla y el de Leonor Plantagenet, representado éste último con la chova piquirroja,  ave ligada a su santo familiar, Tomás de Canterbury. Conviene recordar que el escudo cuartelado surgió a mediados del siglo XIII, cuando un nieto de esta pareja, Fernando III, rey de Castilla desde 1217, se convirtió además en rey de León en 1230.


Representación de santo Tomás Cantuariense en la iglesia salmantina consagrada bajo su advocación. 


Detalle de la casulla del Cantuariense, en la que parece que hay estampadas unas aves de plumaje negro. 

Es decir, que tenemos una ermita palentina y un convento salmantino en los que, salvando las diferencias en la calidad de las pinturas y en los materiales empleados, definitivamente mucho más ricos en Salamanca, aparecen representados de forma alterna una sucesión de castillos y aves de plumaje negro. El castillo de tres torres es inequívocamente el emblema de un rey de Castilla, escudo heráldico al que parece que no se le puede asociar otra ave que no sea la que Leonor Plantagenet sujeta en su sello con la mano izquierda, lo que nos lleva a relacionar el castillo con Alfonso VIII. De este modo, creemos que esa presentación alterna de emblemas es una fórmula que se empleaba para representar a los monarcas reinantes en la época en la que se realizó la obra, sin necesidad de que fueran patrocinadores de la misma. De hecho, en la techumbre de las Claras de Salamanca, por encima de los demás emblemas, aparecen presentados de forma alterna leones y castillos, lo que interpretamos como que esa decoración se hizo en un tiempo en el los reinos de León y de Castilla tenían un mismo rey.


Leones y castillos presentados de forma alterna en el convento de Santa Clara de Salamanca. 



Aves de plumaje negro localizadas en pinturas que se conservan en el convento de Santa Clara de Salamanca. No sabemos qué aves son exactamente ni por qué se pintaron bajo una techumbre decorada con chovas piquirrojas, pero nos resulta conmovedora la ternura con que la que la santa sujeta al pájaro en su brazo. 

Y esto es lo que os podemos contar a día de hoy, sin que se nos olvide agradecer a Jesús Delgado Mesonero, secretario de la Asociación de Ciudadanos para la Defensa del Patrimonio de Salamanca, que nos haya dado noticia de los castillos y aves pintados en la ermita de Santa Eulalia de Aguilar de Campoo, algo que puede que sea nuestro mejor regalo navideño. Y os deseamos a todos todo lo mejor, quedando muy agradecidos por el tiempo que dedicáis a la lectura de este Blog y esperanzados de que algún día se encuentren más pajarracos negros que, casualmente, estén revoloteando en torno al santo inglés y a los reyes de Castilla Alfonso VIII y Leonor Plantagenet. ¡Feliz Navidad!

Charo García de Arriba
Miguel Ángel Martín Mas

sábado, 16 de diciembre de 2023

Las Berenguelas

Berenguela o Berengaria son las formas femeninas del nombre propio Berengario o Berenguer, que se cree que puede provenir del germánico berin-gari (lanza del guerrero) o tal vez de warin-gari (lanza protectora). Este nombre foráneo llegó al reino de León en 1128 por medio del matrimonio de Alfonso VII con la catalana Berenguela Berenguer (1116-1149), hermana de Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón por su matrimonio con la reina Petronila. 

Durante el cerco llevado a cabo por las tropas de Alfonso VII en 1139 contra el castillo de Oreja, ocurrió, según cuenta la Chronica Adefonsi Imperatoris, una de las anécdotas más significativas al respecto del carácter de esta mujer. Según el cronista, cuando una parte del ejército almorávide atacó Toledo, como forma de obligar al emperador de León a desistir del asedio que había puesto al castillo citado, la ciudad estaba a cargo la emperatriz, que se sintió indignada al ver cómo la atacaban. Es por ello que envió mensajeros a los moros para decirles que les deshonraba luchar contra una mujer y que, si querían luchar de verdad, que se fueran a Oreja al encuentro de su esposo y sus tropas. Todo esto al tiempo que ella se exhibía sentada sobre un trono en lo alto de una de las torres de Toledo, rodeada de sus doncellas, que cantaban con tímpanos, cítaras, címbalos y salterios, lo que hizo avergonzarse a los jefes almorávides, que, efectivamente, se retiraron. Un verdadero modelo para las Berenguelas que habrían de venir.


Berenguela de Barcelona, emperatriz consorte de León. 


Sepulcro de Berenguela de Barcelona en la catedral de Santiago de Compostela.

La siguiente en la lista es Berenguela de Navarra (1156-1230), nieta de la anterior e hija de la princesa leonesa Sancha y de Sancho VI de Navarra. Esta Berenguela llegaría a ser reina de Inglaterra gracias a su matrimonio con Ricardo Corazón de León, celebrado el 12 de mayo de 1191 en la capilla de San Jorde de Limasol, en Chipre, desde donde la pareja partió hacia Tierra Santa, en concreto hacia San Juan de Acre, donde residiría la reina mientras su esposo le hacía la guerra a Saladino. 


Figura que representa a la reina Berenguela de Navarra y que forma parte de la comparsa de gigantes Perrinche del Centro Cultural Miguel Sánchez Montes de Tudela (Navarra).


Berenguela de Navarra y Ricardo Corazón de León navegando. BNF, ms Français 22495, f245v.


Sepulcro de Berenguela de Navarra en la abadía de l'Épau con los colores recuperados por medio de iluminación.

En 1180 y fruto del matrimonio entre Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet, hermana de Ricardo Corazón de León, nacería la que se convertiría en Berenguela la Grande (+1246), bisnieta de la primera Berenguela.


Berenguela la Grande en la portada de la última novela de José Ángel Mañas.

Berenguela de Portugal, tataranieta de Alfonso VI de León, vivió entre 1198 y 1221 y fue la hija de Sancho I de Portugal y de Dulce de Aragón. Fue la segunda esposa del rey Valdemar II de Dinamarca.


Berenguela de Portugal, reina de Dinamarca.

Berenguela la Grande de León y de Castilla tuvo una hija con Alfonso IX de León que fue bautizada con el mismo nombre y a la que se conoce como Berenguela de León (1204-1237), infanta que contrajo matrimonio en 1224 con Juan de Brienne, monarca de Jerusalén y Constantinopla. 


Berenguela de León, reina de Jerusalén y emperatriz de Constantinopla. 

Fernando III de Castilla y de León y Beatriz de Suabia tuvieron una hija conocida como Berenguela de Castilla (1228-1286), que, por lo tanto, era nieta de Berenguela la Grande. Profesó como religiosa en 1235 en el monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas de Burgos, donde fue enterrada a los cincuenta y un años de edad. Es posible que Berenguela abuela y Berenguela nieta tuvieran tiempo para conocerse bien ya que, cuando murió la primera, la segunda tenía dieciocho años. En el archivo del convento de Santa Clara de Salamanca se conserva una bula del papa Alejandro IV, fechada el 27 de junio de 1258, que encomienda a la infanta doña Berenguela "el monasterio y las monjas de clausura de Santa María de Salamanca, orden de San Damián", con lo cual podríamos tener a una infanta-monja y señora de Las Huelgas como protectora de las Damianitas de Salamanca, lo que refuerza nuestra teoría de la conexión entre los cenobios de Las Huelgas en Burgos y de Santa Clara en Salamanca.


Armas de la infanta Berenguela, hija de Fernando III de Castilla y de León y de la princesa germana Beatriz de Suabia.

Berenguela la Grande también tuvo una bisnieta homónima, la hija de su nieto Alfonso X y Violante de Aragón, conocida, como Berenguela de Castilla, la misma denominación que recibió la anterior Berenguela, pero ésta nacida en 1253 y fallecida en 1300, es decir, que hubo dos infantas Berenguela coetáneas, la nieta y la bisnieta, así que no es extraño que se suelan confundir. Hasta 1255, fecha del nacimiento del infante Fernando de la Cerda, fue la heredera de los tronos de León y de Castilla. Ostentó el título de señora de Guadalajara, ciudad donde su bisabuela fundó la primera comunidad damianita y la tradición la relaciona con la refundación en 1289 del convento de Santa Clara de Toro, que había quedado destruído durante el conflicto que enfrentaba a su padre Alfonso X y a su hermano Sancho. 


Martirio de Santa Catalina, una de las pintura murales que estaban en el convento de Santa Clara de Toro y que ahora se exhiben en la iglesia de San Sebastíán de los Caballeros de la misma localidad.

A la lista de Berenguelas debemos añadir a la más desconocida: Berenguela Alfonso de Soverosa, recuperada para la historia por la profesora Inés Calderón Medina. También ella era bisnieta de Berenguela la Grande y aquí viene el lío ya que además era nieta y bisnieta a la vez de Alfonso IX. Esto es así porque esta nueva Berenguela era hija de Alfonso X, nieto de Alfonso IX, y de la concubina con la que estuvo antes de casarse, María Alfonso de Soverosa, siendo ésta última fruto a su vez de la relación concubinaria habida entre Alfonso IX y Teresa Gil de Soverosa. La importancia de Berenguela Alfonso radica en que Inés Calderón Medina defiende que, dadas las fechas de nacimiento de unas y otras y a la vista de que hay más de una sepultura asignada a la infanta Berenguela, hija legítima de Alfonso X, podría ser Berenguela Alfonso de Soverosa la verdadera refundadora del convento de las Clarisas de Toro e incluso la que aparece mencionada en el archivo de las Claras de Salamanca (1).


Sepulcro que se encuentra en la iglesia del convento de Santa Clara de Toro y que se atribuye a su fundadora, la infanta Berenguela, hija de Alfonso X y Violante de Aragón. Entre que el sepulcro es, por lo menos, del siglo XV y que dicha infanta tenía tres años cuando se fundó el convento en 1255, nos parece que esto es una estratagema de la comunidad religiosa, que hace unos siglos quiso darle más empaque a la fundación del cenobio toresano. O quizá todo fue un equívoco y la fundadora sí se llamaba Berenguela y sí era hija de Alfonso X, pero su madre no era la reina Violante, sino María Alfonso de Soverosa. 

La última homónima de la Grande es Berenguela López de Haro (1220-1296), cuyos padres fueron Lope Díaz II de Haro y Urraca Alfonso de León, lo que supone que fue nieta de Alfonso IX de León, aunque su madre fue una hija ilegítima que el rey leonés tuvo con su primera pareja, la dama Inés Íñiguez de Mendoza. Medio sobrina, por tanto, del rey Fernando III a la par que medio prima de Alfonso X, fue una protegida de la corte de Burgos y, por lo tanto, de Berenguela la Grande.  Como benefactora de la Orden Franciscana, siguiendo con la tradición de otras Berenguelas, promovió, junto con otras damas, la construcción de los conventos de San Francisco y de Santa Clara, ambos en Vitoria. Su hermana Mencía, a su vez, fue la que apoyó la fundación del monasterio de Santa Clara de Carrión de los Condes en 1255.


Representación artística de Berenguela López de Haro realizada con motivo del 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer.

(1) Calderón Medina, I. (2018). Los Soverosa. Una parentela nobiliaria entre tres reinos. Págs. 196-200.

Una techumbre flordelisada - parte I

Contando que la decoración de la techumbre medieval del convento de Santa Clara nos "habla" de hechos acaecidos en los reinos de L...