martes, 16 de abril de 2024

El bote de la reina

Atesora el Museo de León un bote de madera de forma globular decorado con los emblemas entrelazados del rey de Castilla y de la dinastía Hohenstaufen, que indudablemente evocan el matrimonio formado por Fernando III y Beatriz de Suabia, algo que recuerda al una cum uxore mea que parece que forman el mismo castillo y la chova piquirroja en la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca. Llama la atención la ausencia de las armas del rey de León, habiendo sido proclamado Fernando como tal en 1230, lo que podría indicar que esta hermosa pieza se elaboró en el período comprendido entre los años 1220 y 1230, cuando la pareja todavía reinaba solamente en Castilla.


Imagen gentileza del Museo de León.


Imagen gentileza del Museo de León.

Otra posibilidad es que el bote, que parece ser que era un joyero, fuera propiedad del infante Felipe de Castilla (1231-1274), hijo de la susodicha pareja, ya que sabemos que sus armas eran un cuartelado formado con el castillo de su padre y el águila negra de su madre. En cualquiera de los dos casos la pieza estaría datada en el siglo XIII, lo que para nuestra investigación es mucho más trascendente que el hecho de saber quién fue el verdadero propietario del joyero.


Sepulcro del infante Felipe de Castilla en la iglesia de Santa María la Blanca en la localidad palentina de Villalcázar de Sirga. 


Armas del infante Felipe de Castilla, nieto de la reina Berenguela y hermano del rey Alfonso X. 

Águila negra en campo de plata, armas de la dinastía Hohenstaufen, a la que pertenecía la reina Beatriz de Suabia.


Armas de los Hohenstaufen en el joyero conservado en el Museo de León. El campo del emblema es oro, lo que podría significar que los castillos y las águilas que decoran la pieza son los cuarteles del emblema cuartelado del infante Felipe. 

Por otro lado, y quizá a estas alturas ya os hayáis dado cuenta, el estilo de la decoración del bote es exactamente igual al de la decoración de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca, llamando especialmente la atención la similitud que existe en el enmarcado, mediante medallones mixtilíneos, de los emblemas del castillo y del águila en el bote y del castillo y de la chova piquirroja en la techumbre. Además, dichos marcos mixtilíneos se entrelazan exactamente de la misma manera en ambas decoraciones. 

Entrelazado de los emblemas del rey de Castilla y de la chova piquirroja, relacionado éste último con Tomás de Canterbury, santo protector de la dinastía Plantagenet, al que pertenecía la reina consorte de Alfonso VIII, Leonor Plantagenet.


Medallones mixtilíneos entrelazando los emblemas del castillo y el águila en el joyero del siglo XIII conservado en el Museo de León. Imagen gentileza del Museo de León. 


Emblema de águila que aparece en el primer tramo del arrocabe derecho de la techumbre. Todavía tenemos ciertas dudas al respecto de su identificación, pero parece que su morfología, sobre todo la de la cabeza, coincide con la de las águilas que decoran el bote que se conserva en el Museo de León. 

Así las cosas, no dejaría de resultar gracioso que un pequeño bote de madera policromada conservado en el Museo de León fuera una buena prueba para determinar que la decoración de la techumbre salmantina se realizó a mediados del siglo XIII y que ésta fue ideada por la reina Berenguela la Grande, madre de Fernando III y, por lo tanto, suegra de Beatriz de Suabia. Pero, como solemos decir, doctores tiene la Iglesia, y no siendo y no pretendiendo ser doctores en nada, lo único que podemos hacer es compartir aquello que nos llama la atención y que vamos aprendiendo en el transcurso de esta aventura que supone intentar averiguar quién diseñó la decoración de la techumbre y de qué se quiso dejar constancia a través de ella.

Emblema que en la techumbre del convento de Santa Clara de Salamanca representa a la reina Beatriz de Suabia, fallecida en 1235, habiéndose transformado el águila negra de los Hohenstaufen en una banda funeraria del mismo color que la figura. 


Según  la ficha elaborada por los expertos del Museo de León es probable que el joyero procediera de la basílica de San Isidoro y que terminara siendo propiedad de la familia de los Ceas, en cuyo palacio se encontró en el siglo XIX. En el interior del bote hay una inscripción del siglo XVIII en la que se puede leer "Reliquias de Sa Societate Sa Ursula y de Sanc. Catalina virgen", lo que implica un cambio de uso de posible joyero a relicario. Imagen gentileza del Museo de León.

No podemos concluir esta entrada sin dar las gracias a Modesto García Mulas, alumno del Centro de Educación de Personas El Inestal de Peñaranda de Bracamonte, que, motivado por las clases de Historia que recibe en dicho centro, visitó la basílica de San Isidoro y el Museo de León, donde vio el bote, de cuya existencia nos dio noticia inmediatamente.

miércoles, 10 de abril de 2024

Tiempo de reinterpretar

Hemos de decir que la interpretación del primer tramo de arrocabe, tanto en el lado izquierdo como en el derecho, es algo que ahora mismo nos estamos replanteando. Por lo que se refiere al del lado izquierdo, seguimos viendo los emblemas del matrimonio formado por Alfonso VIII de Castilla (castillo de oro) y de Leonor Plantagenet (león de oro), ambos en un campo negro o azul, no sabemos exactamente qué color es, pero, en todo caso, estamos seguros de que denotan luto, puesto que hemos aprendido que el azul también era un color funerario en la Edad Media. ¿Por quién es el duelo? No lo sabemos, de hecho, lo de la muerte de su hija Mafalda en el año 1204 y su compromiso con el hijo primogénito de Alfonso IX, Fernando el Portugués, ni siquiera sabemos si es cierto. Una lápida realizada no se sabe cuándo y colocada en la catedral Vieja nos dice "que murió por casar en Salamanca..." y eso es lo único que se conoce de esta princesa castellana, la hermana pequeña de Berenguela.  Defunciones en la familia de Berenguela hubo muchas, incluidas las de sus padres en 1214, con apenas tres semanas de diferencia entre uno y otro, siendo el primero que murió Alfonso VIII.

Por otro lado, mantenemos que el emblema con las cinco flores de oro en un campo rojo o negro representa a la realeza, probablemente a la misma reina Berenguela. De esto nos convencimos al ver en el Real Monasterio de Las Huelgas en Burgos una estela funeraria labrada en piedra con la misma representación. Desde luego, no se trata del blasón de la familia Maldonado, eso es seguro.

El cuartelado de Castilla y León con el león en color negro probablemente representa al rey de los dos reinos, Fernando III, igual que el resto de los cuartelados en cruz que hay pintados en la techumbre,  no en vano ése era su emblema personal. ¿Qué significa su colocación en este tramo de arrocabe tan críptico?; no lo sabemos, la verdad.




En el lado derecho seguimos viendo el emblema del rey de Inglaterra o de los Plantagenet (el león de oro), pero en campo negro o azul, aunque lo cierto es que no estamos seguros, lo mismo es un emblema del reino de León mostrando luto. El águila de oro en campo negro o azul no tiene que ver con el señorío de Aguilar ostentado por la reina Urraca López de Haro, como afirmamos en el pasado, ya que es un anacronismo pensar que un castillo estaba asociado a un escudo territorial en el siglo XIII. Podría ser un águila de la familia Hohenstaufen, a la que pertenecía la reina Beatriz de Suabia, la segunda esposa de Fernando III, pero no sabemos qué hace ahí ni qué relación tiene con el resto de emblemas del tramo para algunos de los cuales no tenemos una interpretación que nos termine de convencer. También podría ser un águila de Navarra, porque lo cierto es que la abuela paterna de Berenguela procedía de ese reino, que contaba con el emblema de la rapaz en el siglo XIII.


Por lo que se refiere al emblema con los palos de Aragón y la bordura azul con cruces, tenemos claro que no se trata del blasón de la noble familia salmantina de los Rodríguez de las Varillas. Seguramente este linaje se apropió de él pasado el tiempo, cuando se puso de moda la heráldica nobiliaria y los nobles ansiaban crearse un pasado heroico. Nos gusta pensar que este emblema representa en la techumbre al tenente de Salamanca y que, más tarde, junto al emblema concejil de la ciudad, la higuera y el toro sobre el puente, dio origen al escudo municipal allá por el siglo XVII. Tenentes de esta ciudad fueron Berenguela y su nieto el infante Alfonso, pero, ¿cuál es el origen del este emblema? Tenemos una teoría al respecto, pero no parece ahora el mejor momento para exponerla, quizá más adelante.




Por otro lado, ahora mismo tampoco tenemos una interpretación que nos convenza para los emblemas cuartelados y los verados que hay ambos lados, ni para el emblema con la cruz inscrita en un losange, así que seguiremos estudiando a ver si nos cuadra algo. 

Tiempo de recapitular II

En nuestra opinión la decoración del arrocabe trasero de la techumbre del convento de Santa Clara de Salamanca está relacionada con personajes y territorios de Francia e Inglaterra pertenecientes a la dinastía Plantagenet-Aquitania, siendo ésta otra de las interpretaciones que mantenemos a pesar de lo crípticos que nos siguen pareciendo algunos blasones ahí pintados. Los emblemas de la chova piquirroja en campo blanco, propio de Tomás de Canterbury, el santo protector de la familia, y el del león de oro en campo rojo, emblema del rey inglés, así nos lo indican. 


Lo que ahora nos estamos replanteando es a quién representan los tres emblemas centrales principales del tramo central. Seguimos pensando que el emblema con la banda y las dos flores de lis de oro en un campo rojo representa la muerte de alguien muy importante para Berenguela, quizá su abuela materna, Leonor de Aquitania, como ya afirmamos, o quizá sus padres, Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, no lo podemos saber con seguridad.  En los emblemas que flanquean a éste ya no vemos Berenguela de Castilla y a Teresa de Portugal alcanzando un pacto en 1230 respecto a la herencia del reino de León. Simplemente no nos parece factible que en esta decoración se represente a personajes que no sean familia de Berenguela la Grande. 



Lo que cada vez tenemos más claro es que la clave de la decoración en su conjunto es la legitimidad dinástica. De hecho, tal acumulación de emblemas heráldicos probablemente tiene una función más didáctica que decorativa, de ahí la inserción del escudo cuartelado de Castilla y de León en los cuadrales, donde se jugaba la legitimidad para heredar el reino de León, y en el arrocabe trasero, donde parece que se recuerda que, en un momento dado, el rey de Castilla y de León, descendiente por parte de madre y de abuela de la dinastía Plantagenet-Aquitania, tendría derechos sobre territorios situados en territorio francés, perdidos por el rey Juan I de Inglaterra (el sin Tierra), tío carnal de Berenguela de Castilla, frente a la casa de los Capeto, en la que se había integrado en 1204 la hermana de Berenguela,  Blanca, al comprometerse con el heredero del trono de Francia, el futuro Luis VIII. 



¿Quién fue el destinatario de esta crónica pictórica histórica y legitimista? No lo sabemos, pero de lo que sí tenemos perfecta constancia es de que en las fechas en las que suponemos que se realiza la obra, los años cuarenta del siglo XIII, el que regentaba el reino de León es el heredero, el futuro Alfonso X, que además ha recibido de su padre el derecho a tener casa propia y la tenencia de la ciudad de Salamanca, que también ostentó con orgullo su abuela Berenguela. Por otro lado, tenemos la certeza, gracias al archivo conventual, que la reina Violante, consorte de Alfonso X, fue beneficiaria de una bula papal en el año 1257 que le permitía visitar y residir de forma esporádica en este convento. Quizá esta decoración fue un regalo o incluso una especie de pizarrón en el que se dejó pintada una crónica y una lección para un príncipe. ¿Cómo saberlo?

Tiempo de recapitular I

Entrado el mes de abril de 2024, en pleno proceso de preparación de una publicación que esperamos que esté impresa a finales de este año, creemos necesario hacer una revisión de nuestra investigación dedicada a la decoración heráldica de la techumbre medieval del convento de Santa Clara de Salamanca. Con este espíritu recapitularemos las interpretaciones que mantenemos y daremos cuenta, además, de otras que, a día de hoy, nos estamos replanteando.

Sirvan esta entrada y la siguiente para recopilar aquello en lo que nos reafirmamos, remitiéndonos además a las entradas de este Blog en las que se dan explicaciones más detalladas de las distintas interpretaciones. 

Advertimos que no vamos a blasonar los emblemas, no se hacía en el tiempo en el que se pintó esta techumbre, así que haremos una descripción de los mismos apta para todos los públicos. 

1. En el cuarto tramo del arrocabe, tanto en el lado izquierdo como en el derecho, aparece representada la reina Berenguela de León y de Castilla (1180-1246), hija de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor Plantagenet, identificada ésta última con la chova piquirroja, emblema atribuido a Tomás Cantuariense, santo protector de la dinastía Plantagenet-Aquitania, santo Tomás Cantuariense. Seguimos pensando que esta decoración heráldica fue diseñada por la misma Berenguela durante el correinado con su hijo Fernando, desconociendo la fecha de su factura, aunque todo parece apuntar a que se pudiera haber pintado hacia mediados del siglo XIII. 



2. En el cuadral derecho se representa principalmente a la descendencia portuguesa de Alfonso IX, a Sancha y a Dulce, las hijas que el monarca tuvo con su prima Teresa de Portugal. 


3. En el cuadral izquierdo la descendencia castellana de Alfonso IX de León, los hijos que tuvo con Berenguela, siendo el primogénito Fernando, futuro rey de Castilla en 1217 y de León en 1230. 







4. El primer emblema de ambos cuadrales contiene cinco piñas de pino piñonero de color púrpura en un campo de color blanco, rodeado todo con una bordura con escaques de oro y rojos. Creemos que el centro de dicho emblema representa la descendencia del rey Alfonso IX de León, son sus colores, blanco y púrpura, tanto la portuguesa como la castellana, y que la bordura indica, tal como cuentan las crónicas, que ambas ramas aspiraban a reinar, lo que se representa con los escaques, como si hubiera dos jugadores de una partida de ajedrez por el reino leonés. La piña es un emblema que posteriormente elige para sí misma la reina Catalina de Lancaster (1373-1418) ya que representaba la fertilidad por sus muchas semillas, es por ello que lo podemos ver representado tanto los capiteles del claustro como en la iglesia del monasterio de Nuestra Señora de la Soterraña en Santa María la Real de Nieva, del que ella fue la fundadora. 



5. El segundo tramo del arrocabe derecho es la legitimación que el papa concede en 1218 a Fernando III, rey de Castilla desde 1217, como heredero de su padre, Alfonso IX de León. El ganador de la partida de ajedrez y de la carrera de galgos es la descendencia castellana, el emblema que tiene en el centro las armas del rey de León y la bordura roja con castillos de oro que nos habla de su madre, Berenguela de Castilla. 



6. En el tercer tramo del arrocabe izquierdo se representa el fallecimiento en 1230 de Alfonso IX de León. Una enorme flor de lis inscrita en un losange, emblema de la realeza, aparece de luto junto a un precioso emblema con un león y una bordura de luto y con aspas que nos habla de un rey fallecido, que fue hijo de un matrimonio anulado por el papa, el de Fernando II de León y Urraca de Portugal, y que, por lo tanto, arrastraba cierta ilegitimidad. 



7. El tercer tramo del arrocabe derecho es la proclamación en 1230 como rey de León de Fernando III de Castilla. Aparecen cuatro veces las armas plenas del rey de León, el león púrpura sobre el campo blanco, y en el lineal superior las armas personales del rey de Castilla y de León, el emblema cuartelado, una innovación heráldica castellana de mediados del siglo XIII. 



8. El quinto tramo de los arrocabes derecho e izquierdo nos habla de la primera esposa de Fernando III, la reina Beatriz de Suabia, la madre del heredero, el futuro Alfonso X, fallecida en el año 1235. Sus armas, el águila negra en campo blanco de la dinastía Hohenstaufen, se rompe en una banda del mismo color que la figura del ave para expresar que la monarca no está entre los vivos cuando se decora la techumbre. En el arrocabe izquierdo la tristemente desaparecida Beatriz de Suabia está flanqueada por alas de ángel para hacerla merecedora de una elevatio animae directa al Cielo. 





9. En el sexto tramo de los arrocabes derecho e izquierdo se nos presenta a la segunda esposa de Fernando III, Juana de Ponthieu, que al morir su esposo volvió a su tierras de origen en el norte de Francia y allí adoptó un emblema que recuerda, por los puntos y la banda roja, al que parece que su suegra Berenguela eligió para la representarla en esta techumbre. 





10. El séptimo tramo, tanto en el arrocabe izquierdo como en el derecho, registra la última gestión política de Berenguela, el compromiso entre su nieto, el infante Alfonso, y Violante de Aragón. El infante, futuro rey Alfonso X, se representa con un cuartel del reino de León extraído del escudo cuartelado de su padre. De este modo tan ingenioso se indica que en el momento en el que se decora la techumbre el infante hace sus prácticas como futuro rey en el reino leonés a la par que es tenente de Salamanca. Es el cuartel de un rey becario, uno que todavía no es merecedor del escudo cuartelado de leones y castillos.

miércoles, 31 de enero de 2024

Los caballeros de la piquirroja

Tras la conquista por Fernando III de Castilla y de León de las ciudades de Córdoba en 1236, de Jaén en 1246 y de Sevilla en 1248, el trabajo de la Reconquista estaba prácticamente hecho, así que había llegado el momento de que el rey y sus sucesores intentaran contrarrestar el gran poder adquirido por las órdenes religiosas-militares y por los magnates de la nobleza durante el transcurso de la guerra contra los musulmanes. Con este objetivo la monarquía comenzaría a ensalzar y a mimar con privilegios y donaciones a la caballería villana, formada por simples ciudadanos, pero con el poder adquisitivo suficiente para poder permitirse el mantenimiento de un caballo apto para la guerra y la adquisición de un equipo completo de armas y elementos de defensa: espada, lanza, adarga, cuchillo, escudo, capellina, loriga, yelmo, peto, brafuneras, jubón, bacinete…

En este contexto nace, alrededor del año 1338, bajo el reinado de Alfonso XI, la Cofradía de los Caballeros de Santiago de Burgos, en la que se integra la oligarquía de la Caput Castellae, cuyo fundamento era la riqueza, su motivación los ideales caballerescos y su aspiración llegar a formar parte algún día de la clase nobiliaria. Por aquella época, casi mediado el siglo XIV, un caballero, aparte de las armas para luchar, debía portar también armas heráldicas pintadas sobre su escudo, así que estos ricoshombres castellanos se lanzaron a la búsqueda de los emblemas más llamativos y evocadores, que lucirían orgullosos en los alardes y los juegos caballerescos del lanzamiento de bohordos, las justas y los torneos.



Tenemos la enorme suerte de que en el archivo de la catedral de Burgos se conserva el Libro de los Caballeros de Santiago, el armorial ecuestre más antiguo de Europa, una de las grandes joyas de la genealogía y la heráldica mundiales, a través del cual podemos conocer perfectamente cuáles fueron las preferencias de estos caballeros burgaleses a la hora de diseñar sus blasones. Aunque lo cierto es que tenemos aún más suerte por poder contar con la amistad de Elías Gómez, mirobrigense infatigable buscador de historias de la Historia, que recrea con gusto y pasión, y que fue el que nos dio a conocer la existencia de esta joya heráldica al preguntarnos por qué uno de los caballeros representados en dicho armorial burgalés lucía dos chovas piquirrojas en su escudo. Sí, habéis leído bien, chovas piquirrojas, con su pico y sus patas inequívocamente encarnadas.


Visto el armorial, resulta que el 63,5% de los escudos representados allí son cuartelados, siguiendo la invención heráldica castellana motivada por el hecho de que Fernando III, el hijo de la reina Berenguela, llegara a ser el rey de Castilla y también el de León a partir del año 1230. Modelo de escudo que también utilizarían los hijos del rey Fernando combinando el castillo de oro sobre campo de gules de su abuelo con otros elementos, que es justo lo que imitan los caballeros burgaleses. Puede parecer extraño que unos simples ciudadanos, por muy pudientes que fueran, utilizaran emblemas reales, pero por aquel entonces, tras la creación en 1332 de la Divisa de la Banda, emblema personal del rey Alfonso XI, el tradicional cuartelado de castillos y leones pasó a representar las armas del reino más que del rey, así que estos caballeros con pretensiones decidieron, por qué no, emplear castillos y leones, combinados con otras figuras, en sus blasones personales.



Elías había visto algo muy importante, algo que no puede ser una casualidad, al contrario, puede que, de hecho, sea la prueba de que la combinación de los emblemas del castillo de Alfonso VIII y la chova piquirroja apareciera pintada también en lugares como Las Huelgas, el castillo de Burgos o el Hospital del Rey, habiendo desaparecido con el paso del tiempo y conservándose solamente en la techumbre de las Claras de Salamanca y probablemente también en la ermita de Santa Eulalia en Barrio de Santa María (Palencia), donde el ave es un pájaro de plumaje negro sin detalle de color en pico y patas.



De este modo el caballero Johan Pérez de Frías eligió la combinación de castillo de oro y chova piquirroja:



Por otro lado, el caballero Pero Peres optó por cuartelar leones y chovas piquirrojas:



Cuando el prestigioso heraldista Menéndez Pidal de Navascués describió estos dos escudos se refirió al ave como “cuervo siniestrado, patas y pico de gules”, demostrando más conocimientos del arte de blasonar que de la identificación ornitológica ya que, si hubiera citado una chova piquirroja, quizá alguien hubiera podido pensar en santo Tomás de Canterbury y a partir de él seguir la pista hasta Leonor Plantagenet, la esposa del rey Alfonso VIII, el del castillo de oro sobre campo de gules.



Reconstrucción de los blasones de los caballeros burgaleses Johan Pérez de Frías y Pero Peres por el heraldista salmantino José Moreiro Píriz.

viernes, 26 de enero de 2024

Tomás Becket: "un deteriorado personaje"

A lo largo de los meses que hemos pasado husmeando por los rincones visitables del convento de Santa Clara —todo a raíz de toparnos con las cinco chovas piquirrojas integradas en la decoración de la techumbre de su iglesia— nos hemos lamentado a menudo de que no se hubiera conservado allí una imagen de santo Tomás de Canterbury. No nos cabía duda de que el culto a Tomás Becket estuvo muy presente en la concepción inicial del gineceo y, viendo las pinturas medievales dedicadas a distintos mártires que se conservan en el coro bajo, se nos antojaba que santo Tomás Cantuariense, también mártir, debería haber tenido un sitio entre ellos. Es decir, que gustábamos de pensar que el hecho de que no apareciese no significaba que no hubiera estado ya que, tras ochocientos años de historia, en el transcurso de los cuales se han producido incendios y reformas, cualquier imagen podía haber desaparecido o quedado oculta tras los retablos u otras pinturas de más moderna factura. También es cierto que, lejos de detenernos a estudiar la historia del convento, las circunstancias nos llevaron a, literalmente, empezar la casa por el tejado. Y es que cuando, hace casi un año, comenzamos con esta investigación, lo hicimos fijándonos exclusivamente en los emblemas que decoran la techumbre de esa iglesia que se ha convertido en un auténtico desván o, como decimos en Salamanca, un “sobrao” de la historia de nuestra ciudad, ese altillo con arcones en los que se guardan recuerdos de un pasado familiar ya olvidado. En cambio, ayer, observando con detenimiento las pinturas del coro y comentando con Carmen, una de las personas que atiende a los visitantes del convento, la desafortunada circunstancia de que no se conserve en una imagen de Becket en él, la siempre diligente trabajadora echó mano de un libro que hace unos años escribió Luis Garrido. Esta publicación y la tesis doctoral de Belén García de Figuerola, en la parte dedicada a esta techumbre, parecen ser los únicos trabajos dedicados a este espacio monumental salmantino.

Leyendo las páginas descriptivas de las pinturas medievales del coro bajo, de repente, para nuestra sorpresa, nos encontramos con lo siguiente: “el cuarto tramo paramental del muro ofrece ocho escenas (siete identificables), pintadas al fresco, como tantas otras de esta sala, a principios del siglo XIV. En ellas se contempla un claro estilo gótico lineal o franco-gótico, ofreciendo la característica planitud de las figuras (…)”. Después continúa con una enumeración indicando que, desde la izquierda, se identifican a san Pedro, santa Clara, santo Domingo de Guzmán y otros, hasta que nombra a “un deteriorado personaje que parece llevar mitra obispal en la cabeza, al tiempo que coge un pequeño cántaro, además de portar una espada a la altura de la cintura”. Nos dio un vuelco el corazón: ¿un santo no identificado en el convento, que es obispo y además tiene como atributo una espada? Levantamos la vista del libro y, aun demacrado como está por el paso del tiempo, no nos cupo duda, allí estaba Becket y habíamos pasado decenas de veces frente a él sin percatarnos de su presencia. 


Posible imagen del Cantuariense en las pinturas del convento de las Claras de Salamanca, portando los atributos de la espada del martirio y la jarra que contiene el agua milagrosa de santo Tomás.


Representación del Cantuariense portando una espada en la mano. 


Imagen del Cantuariense que se conserva en la iglesia salmantina que se encuentra bajo su advocación. 

Como afirmaba Luis Garrido, se trata de un obispo que, además, tiene aureola de santo, primer argumento a favor de la identificación. Además, se trata de un obispo que viste una casulla de color rojo intenso, a cuyos efectos hay que recordar que es ésta la iconografía habitual de santo Tomás ya que, como indica la profesora Poza Yagüe en su artículo dedicado al arzobispo de Canterbury (1): “si la representación es polícroma, lo normal es que la casulla sea de color rojo, rememorando un suceso milagroso según el cual ésta le fue otorgada por la Virgen para revelar su condición de mártir”. Por si esto fuera poco, con la mano derecha sujeta el arma con la que se perpetró su martirio, una espada, que, si bien se suele representar hendida en su cabeza, tampoco faltan los ejemplos en los que la porta de este modo. Por último, se nos presenta aquí una novedad iconográfica no recogida por Poza Yagüe, pero que a nosotros nos parece muy reveladora e importante: en la mano izquierda sostiene una jarra del mismo color rojo intenso que su casulla, el color de la sangre. Para rematar el asunto, por encima de la figura se ve un ave de color negro integrada en el marco que decora las pinturas.



El emblema de Becket, un ave de color negro sobre un campo blanco, sobre la figura que sostiene el cántaro y la espada. 

Para entender el porqué de la presencia de dicho atributo, continente de la sangre del mártir, debemos hacer un repaso al respecto de cómo se desarrolló el culto a Becket en el tiempo inmediato a su asesinato. Los que nos venís acompañando desde el principio sabéis de sobra que la chova piquirroja se convirtió en emblema de Becket gracias a una leyenda, según la cual unos cuervos entraron en la catedral de Canterbury cuando el cuerpo del arzobispo todavía yacía caliente sobre el suelo del templo; las aves, posadas alrededor del cadáver, se mancharon sus picos y sus patas con la sangre derramada, convirtiéndose así de manera milagrosa en chovas piquirrojas. Hoy queremos contaros, además, que esa sangre no fue durante siglos un humor cualquiera. Poco después de la muerte de Becket comenzaron a correr historias según las cuales su sangre había sido recogida y conservada cuidadosamente por unos monjes instantes después del martirio, historias que pensamos que dieron lugar a la leyenda de las chovas, que se convirtieron en el trasunto legendario de esos monjes. La sangre del arzobispo llegó a ser una poderosa reliquia y un elemento clave de las peregrinaciones ya que, diluida en agua, se llegó a conocer como “agua de Becket” o “agua de santo Tomás”, un suvenir curativo que se repartía en ampollas y que todos los peregrinos llevaban a sus lugares de origen. Se conservan muchas de estas ampollas, que son verdaderas obras de arte en las que se representan imágenes de la vida y martirio del santo. Así lo recuerda la profesora Marta Poza: “Vinculado con este proceso, a partir de 1220, año de la traslación de los restos a su lugar de reposo definitivo en la Trinity Chapel cantuariense, los peregrinos solían llevar como recuerdo del jubileo ganado unas pequeñas ampollas, bien de metal, bien de vidrio, que contenían unas gotas de la sangre del mártir (denominadas agua de Santo Tomás) y que llevaban sus caras decoradas bien con su efigie como obispo, bien simulando la escena de su martirio” (2)


Detalle del jarro que sujeta la supuesta figura de santo Tomás Cantuariense pintada en el coro bajo de la iglesia. ¿Sería descabellado pensar que el fenómeno de la etimología popular estableciera en estas tierras una relación entre las palabras "Cantuariense" y "cántaro"? ¿Era Tomás Cantuariense el santo del cántaro?

Esa agua pronto alcanzó un carácter taumatúrgico, es decir, milagroso, “fundamentalmente frente a enfermedades dérmicas, especialmente la lepra, sin duda la más conocida y temida, pero también frente a parálisis y otras enfermedades más genéricas (…). Obtener la curación era uno de los objetivos de los muchos peregrinos que comenzaron a acercarse a Canterbury. (3)


Frasco que los peregrinos rellenaban con agua mezclada con la sangre de santo Tomás Cantuariense. 

La mejor representación de todas esas curaciones debidas a la sangre de Becket se encuentra en las conocidas como “ventanas milagrosas” de la catedral de Canterbury, de las que nos habló en su reciente visita a Salamanca el deán emérito de dicho templo, Robert Willis, y que nosotros mismos pudimos admirar hace tan solo unos meses. Se trata de una serie de doce vidrieras de diez metros de altura que se elaboraron a principios del siglo XII y que, junto a escenas de la vida y muerte de santo Tomás, también representan muchos de los milagros que se le atribuyen. Dichos vitrales se sitúan alrededor del antiguo santuario de Becket, en la capilla de la Trinidad de la catedral de Canterbury y representan curaciones concretas gracias al poder del agua de Becket.



A la monja Petronela Polesworth le lavaron los pies con el agua de Becket y se curó de la epilepsia que sufría. Junto a ella los monjes de Canterbury elaboran la mezcla de agua con la sangre de Becket. 

En conclusión, nos parece que ese “deteriorado personaje”, ese obispo santo de casulla roja con espada que, con su rostro desfigurado por el paso del tiempo nos observa sin ojos, pudiera ser santo Tomás Becket, y que esa jarra roja que sostiene representa su propia sangre milagrosa, la misma que transformó a los cuervos en chovas piquirrojas, las aves que llevan siglos posadas en la techumbre, y la que convirtió a Canterbury en uno de los principales centros de peregrinación de la Edad Media. Nosotros estamos muy contentos por este posible feliz hallazgo, casi tanto como si hubiéramos tomado un poquito de aquella poción milagrosa.

__________________

[1] Poza Yagüe, M. (2013). Santo Tomás Becket. Revista Digital de Iconografía Medieval. Vol. V, nº 9. Págs. 53-62. Pág. 54.

[2] Poza Yagüe, M. (2013). Pág. 55.

[3] Cavero Domínguez, G. y otros (2013). Tomás Becket y la península Ibérica: (1170-1230). León. Universidad de León. Área de Publicaciones. Instituto de estudios Medievales de la Universidad de León. Pág. 32.

El bote de la reina

Atesora el Museo de León un bote de madera de forma globular decorado con los emblemas entrelazados del rey de Castilla y de la dinastía Ho...