miércoles, 31 de enero de 2024

Los caballeros de la piquirroja

Tras la conquista por Fernando III de Castilla y de León de las ciudades de Córdoba en 1236, de Jaén en 1246 y de Sevilla en 1248, el trabajo de la Reconquista estaba prácticamente hecho, así que había llegado el momento de que el rey y sus sucesores intentaran contrarrestar el gran poder adquirido por las órdenes religiosas-militares y por los magnates de la nobleza durante el transcurso de la guerra contra los musulmanes. Con este objetivo la monarquía comenzaría a ensalzar y a mimar con privilegios y donaciones a la caballería villana, formada por simples ciudadanos, pero con el poder adquisitivo suficiente para poder permitirse el mantenimiento de un caballo apto para la guerra y la adquisición de un equipo completo de armas y elementos de defensa: espada, lanza, adarga, cuchillo, escudo, capellina, loriga, yelmo, peto, brafuneras, jubón, bacinete…

En este contexto nace, alrededor del año 1338, bajo el reinado de Alfonso XI, la Cofradía de los Caballeros de Santiago de Burgos, en la que se integra la oligarquía de la Caput Castellae, cuyo fundamento era la riqueza, su motivación los ideales caballerescos y su aspiración llegar a formar parte algún día de la clase nobiliaria. Por aquella época, casi mediado el siglo XIV, un caballero, aparte de las armas para luchar, debía portar también armas heráldicas pintadas sobre su escudo, así que estos ricoshombres castellanos se lanzaron a la búsqueda de los emblemas más llamativos y evocadores, que lucirían orgullosos en los alardes y los juegos caballerescos del lanzamiento de bohordos, las justas y los torneos.



Tenemos la enorme suerte de que en el archivo de la catedral de Burgos se conserva el Libro de los Caballeros de Santiago, el armorial ecuestre más antiguo de Europa, una de las grandes joyas de la genealogía y la heráldica mundiales, a través del cual podemos conocer perfectamente cuáles fueron las preferencias de estos caballeros burgaleses a la hora de diseñar sus blasones. Aunque lo cierto es que tenemos aún más suerte por poder contar con la amistad de Elías Gómez, mirobrigense infatigable buscador de historias de la Historia, que recrea con gusto y pasión, y que fue el que nos dio a conocer la existencia de esta joya heráldica al preguntarnos por qué uno de los caballeros representados en dicho armorial burgalés lucía dos chovas piquirrojas en su escudo. Sí, habéis leído bien, chovas piquirrojas, con su pico y sus patas inequívocamente encarnadas.


Visto el armorial, resulta que el 63,5% de los escudos representados allí son cuartelados, siguiendo la invención heráldica castellana motivada por el hecho de que Fernando III, el hijo de la reina Berenguela, llegara a ser el rey de Castilla y también el de León a partir del año 1230. Modelo de escudo que también utilizarían los hijos del rey Fernando combinando el castillo de oro sobre campo de gules de su abuelo con otros elementos, que es justo lo que imitan los caballeros burgaleses. Puede parecer extraño que unos simples ciudadanos, por muy pudientes que fueran, utilizaran emblemas reales, pero por aquel entonces, tras la creación en 1332 de la Divisa de la Banda, emblema personal del rey Alfonso XI, el tradicional cuartelado de castillos y leones pasó a representar las armas del reino más que del rey, así que estos caballeros con pretensiones decidieron, por qué no, emplear castillos y leones, combinados con otras figuras, en sus blasones personales.



Elías había visto algo muy importante, algo que no puede ser una casualidad, al contrario, puede que, de hecho, sea la prueba de que la combinación de los emblemas del castillo de Alfonso VIII y la chova piquirroja apareciera pintada también en lugares como Las Huelgas, el castillo de Burgos o el Hospital del Rey, habiendo desaparecido con el paso del tiempo y conservándose solamente en la techumbre de las Claras de Salamanca y probablemente también en la ermita de Santa Eulalia en Barrio de Santa María (Palencia), donde el ave es un pájaro de plumaje negro sin detalle de color en pico y patas.



De este modo el caballero Johan Pérez de Frías eligió la combinación de castillo de oro y chova piquirroja:



Por otro lado, el caballero Pero Peres optó por cuartelar leones y chovas piquirrojas:



Cuando el prestigioso heraldista Menéndez Pidal de Navascués describió estos dos escudos se refirió al ave como “cuervo siniestrado, patas y pico de gules”, demostrando más conocimientos del arte de blasonar que de la identificación ornitológica ya que, si hubiera citado una chova piquirroja, quizá alguien hubiera podido pensar en santo Tomás de Canterbury y a partir de él seguir la pista hasta Leonor Plantagenet, la esposa del rey Alfonso VIII, el del castillo de oro sobre campo de gules.



Reconstrucción de los blasones de los caballeros burgaleses Johan Pérez de Frías y Pero Peres por el heraldista salmantino José Moreiro Píriz.

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