viernes, 26 de enero de 2024

Tomás Becket: "un deteriorado personaje"

A lo largo de los meses que hemos pasado husmeando por los rincones visitables del convento de Santa Clara —todo a raíz de toparnos con las cinco chovas piquirrojas integradas en la decoración de la techumbre de su iglesia— nos hemos lamentado a menudo de que no se hubiera conservado allí una imagen de santo Tomás de Canterbury. No nos cabía duda de que el culto a Tomás Becket estuvo muy presente en la concepción inicial del gineceo y, viendo las pinturas medievales dedicadas a distintos mártires que se conservan en el coro bajo, se nos antojaba que santo Tomás Cantuariense, también mártir, debería haber tenido un sitio entre ellos. Es decir, que gustábamos de pensar que el hecho de que no apareciese no significaba que no hubiera estado ya que, tras ochocientos años de historia, en el transcurso de los cuales se han producido incendios y reformas, cualquier imagen podía haber desaparecido o quedado oculta tras los retablos u otras pinturas de más moderna factura. También es cierto que, lejos de detenernos a estudiar la historia del convento, las circunstancias nos llevaron a, literalmente, empezar la casa por el tejado. Y es que cuando, hace casi un año, comenzamos con esta investigación, lo hicimos fijándonos exclusivamente en los emblemas que decoran la techumbre de esa iglesia que se ha convertido en un auténtico desván o, como decimos en Salamanca, un “sobrao” de la historia de nuestra ciudad, ese altillo con arcones en los que se guardan recuerdos de un pasado familiar ya olvidado. En cambio, ayer, observando con detenimiento las pinturas del coro y comentando con Carmen, una de las personas que atiende a los visitantes del convento, la desafortunada circunstancia de que no se conserve en una imagen de Becket en él, la siempre diligente trabajadora echó mano de un libro que hace unos años escribió Luis Garrido. Esta publicación y la tesis doctoral de Belén García de Figuerola, en la parte dedicada a esta techumbre, parecen ser los únicos trabajos dedicados a este espacio monumental salmantino.

Leyendo las páginas descriptivas de las pinturas medievales del coro bajo, de repente, para nuestra sorpresa, nos encontramos con lo siguiente: “el cuarto tramo paramental del muro ofrece ocho escenas (siete identificables), pintadas al fresco, como tantas otras de esta sala, a principios del siglo XIV. En ellas se contempla un claro estilo gótico lineal o franco-gótico, ofreciendo la característica planitud de las figuras (…)”. Después continúa con una enumeración indicando que, desde la izquierda, se identifican a san Pedro, santa Clara, santo Domingo de Guzmán y otros, hasta que nombra a “un deteriorado personaje que parece llevar mitra obispal en la cabeza, al tiempo que coge un pequeño cántaro, además de portar una espada a la altura de la cintura”. Nos dio un vuelco el corazón: ¿un santo no identificado en el convento, que es obispo y además tiene como atributo una espada? Levantamos la vista del libro y, aun demacrado como está por el paso del tiempo, no nos cupo duda, allí estaba Becket y habíamos pasado decenas de veces frente a él sin percatarnos de su presencia. 


Posible imagen del Cantuariense en las pinturas del convento de las Claras de Salamanca, portando los atributos de la espada del martirio y la jarra que contiene el agua milagrosa de santo Tomás.


Representación del Cantuariense portando una espada en la mano. 


Imagen del Cantuariense que se conserva en la iglesia salmantina que se encuentra bajo su advocación. 

Como afirmaba Luis Garrido, se trata de un obispo que, además, tiene aureola de santo, primer argumento a favor de la identificación. Además, se trata de un obispo que viste una casulla de color rojo intenso, a cuyos efectos hay que recordar que es ésta la iconografía habitual de santo Tomás ya que, como indica la profesora Poza Yagüe en su artículo dedicado al arzobispo de Canterbury (1): “si la representación es polícroma, lo normal es que la casulla sea de color rojo, rememorando un suceso milagroso según el cual ésta le fue otorgada por la Virgen para revelar su condición de mártir”. Por si esto fuera poco, con la mano derecha sujeta el arma con la que se perpetró su martirio, una espada, que, si bien se suele representar hendida en su cabeza, tampoco faltan los ejemplos en los que la porta de este modo. Por último, se nos presenta aquí una novedad iconográfica no recogida por Poza Yagüe, pero que a nosotros nos parece muy reveladora e importante: en la mano izquierda sostiene una jarra del mismo color rojo intenso que su casulla, el color de la sangre. Para rematar el asunto, por encima de la figura se ve un ave de color negro integrada en el marco que decora las pinturas.



El emblema de Becket, un ave de color negro sobre un campo blanco, sobre la figura que sostiene el cántaro y la espada. 

Para entender el porqué de la presencia de dicho atributo, continente de la sangre del mártir, debemos hacer un repaso al respecto de cómo se desarrolló el culto a Becket en el tiempo inmediato a su asesinato. Los que nos venís acompañando desde el principio sabéis de sobra que la chova piquirroja se convirtió en emblema de Becket gracias a una leyenda, según la cual unos cuervos entraron en la catedral de Canterbury cuando el cuerpo del arzobispo todavía yacía caliente sobre el suelo del templo; las aves, posadas alrededor del cadáver, se mancharon sus picos y sus patas con la sangre derramada, convirtiéndose así de manera milagrosa en chovas piquirrojas. Hoy queremos contaros, además, que esa sangre no fue durante siglos un humor cualquiera. Poco después de la muerte de Becket comenzaron a correr historias según las cuales su sangre había sido recogida y conservada cuidadosamente por unos monjes instantes después del martirio, historias que pensamos que dieron lugar a la leyenda de las chovas, que se convirtieron en el trasunto legendario de esos monjes. La sangre del arzobispo llegó a ser una poderosa reliquia y un elemento clave de las peregrinaciones ya que, diluida en agua, se llegó a conocer como “agua de Becket” o “agua de santo Tomás”, un suvenir curativo que se repartía en ampollas y que todos los peregrinos llevaban a sus lugares de origen. Se conservan muchas de estas ampollas, que son verdaderas obras de arte en las que se representan imágenes de la vida y martirio del santo. Así lo recuerda la profesora Marta Poza: “Vinculado con este proceso, a partir de 1220, año de la traslación de los restos a su lugar de reposo definitivo en la Trinity Chapel cantuariense, los peregrinos solían llevar como recuerdo del jubileo ganado unas pequeñas ampollas, bien de metal, bien de vidrio, que contenían unas gotas de la sangre del mártir (denominadas agua de Santo Tomás) y que llevaban sus caras decoradas bien con su efigie como obispo, bien simulando la escena de su martirio” (2)


Detalle del jarro que sujeta la supuesta figura de santo Tomás Cantuariense pintada en el coro bajo de la iglesia. ¿Sería descabellado pensar que el fenómeno de la etimología popular estableciera en estas tierras una relación entre las palabras "Cantuariense" y "cántaro"? ¿Era Tomás Cantuariense el santo del cántaro?

Esa agua pronto alcanzó un carácter taumatúrgico, es decir, milagroso, “fundamentalmente frente a enfermedades dérmicas, especialmente la lepra, sin duda la más conocida y temida, pero también frente a parálisis y otras enfermedades más genéricas (…). Obtener la curación era uno de los objetivos de los muchos peregrinos que comenzaron a acercarse a Canterbury. (3)


Frasco que los peregrinos rellenaban con agua mezclada con la sangre de santo Tomás Cantuariense. 

La mejor representación de todas esas curaciones debidas a la sangre de Becket se encuentra en las conocidas como “ventanas milagrosas” de la catedral de Canterbury, de las que nos habló en su reciente visita a Salamanca el deán emérito de dicho templo, Robert Willis, y que nosotros mismos pudimos admirar hace tan solo unos meses. Se trata de una serie de doce vidrieras de diez metros de altura que se elaboraron a principios del siglo XII y que, junto a escenas de la vida y muerte de santo Tomás, también representan muchos de los milagros que se le atribuyen. Dichos vitrales se sitúan alrededor del antiguo santuario de Becket, en la capilla de la Trinidad de la catedral de Canterbury y representan curaciones concretas gracias al poder del agua de Becket.



A la monja Petronela Polesworth le lavaron los pies con el agua de Becket y se curó de la epilepsia que sufría. Junto a ella los monjes de Canterbury elaboran la mezcla de agua con la sangre de Becket. 

En conclusión, nos parece que ese “deteriorado personaje”, ese obispo santo de casulla roja con espada que, con su rostro desfigurado por el paso del tiempo nos observa sin ojos, pudiera ser santo Tomás Becket, y que esa jarra roja que sostiene representa su propia sangre milagrosa, la misma que transformó a los cuervos en chovas piquirrojas, las aves que llevan siglos posadas en la techumbre, y la que convirtió a Canterbury en uno de los principales centros de peregrinación de la Edad Media. Nosotros estamos muy contentos por este posible feliz hallazgo, casi tanto como si hubiéramos tomado un poquito de aquella poción milagrosa.

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[1] Poza Yagüe, M. (2013). Santo Tomás Becket. Revista Digital de Iconografía Medieval. Vol. V, nº 9. Págs. 53-62. Pág. 54.

[2] Poza Yagüe, M. (2013). Pág. 55.

[3] Cavero Domínguez, G. y otros (2013). Tomás Becket y la península Ibérica: (1170-1230). León. Universidad de León. Área de Publicaciones. Instituto de estudios Medievales de la Universidad de León. Pág. 32.

Una techumbre flordelisada - parte I

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