miércoles, 22 de mayo de 2024

El espejo del príncipe

Cuando la reina Berenguela encargó la redacción del Chronicon Mundi al canónigo leonés Lucas de Tuy, parece que tenía en mente la educación de su nieto, el joven príncipe Alfonso. Escrito en el segundo cuarto del siglo XIII, coincidiendo con la datación que proponemos para la decoración de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca, esta crónica pertenecería al género literario del speculum principis, es decir, el espejo del príncipe, un texto moralizante sobre el buen gobierno en base a lo que hicieron los excelsos monarcas del pasado. Se trataba de proporcionar al heredero, en pleno proceso de formación, un reflejo en el que mirarse y, para ello, según Berenguela, no había un modelo más perfecto que el de su padre, Alfonso VIII de Castilla [1].


El príncipe Alfonso, hijo de Fernando III y de Beatriz de Suabia y nieto de Berenguela, llegaría a ser el rey Alfonso X de Castilla y de León entre 1252 y 1284. 

En ocasiones se ha considerado que el destinatario de dicha crónica era el monarca Fernando III, sin embargo, habiendo sido escrita ésta hacia 1238, parece más bien que Berenguela encargó al clérigo compilar la historia de los reinos de León y de Castilla para conformar un manual de estudio para su nieto Alfonso, el heredero, en cuya educación estaba implicada de lleno. En efecto, cuando los reinos leonés y castellano se unen en 1230, Alfonso es un niño de nueve años que se ha criado en el reino de León, concretamente en la localidad gallega de Allariz, y cuya instrucción se deja bajo la tutela de personajes castellanos de la entera confianza de la Berenguela. Sin duda, la reina busca que el joven príncipe se sienta vinculado con el reino León antes que con el Castilla, ya que la monarca nunca renunció a sus derechos sobre el trono castellano, que habría podido hacer valer en el caso de suceder cualquier eventualidad. Como afirma Luis Fernández Gallardo, el prólogo del Chronicon Mundi no es una “mera especulación académica, una reflexión abstracta sobre la naturaleza de la historia, sino una consideración de su utilidad para el príncipe. La orientación de la lectura de la historia para la formación del príncipe, indicada tras la mención del patronazgo de la reina Berenguela, sugiere que el requerimiento de ésta tal vez tenía como meta la adecuada instrucción del rey. Desde esta perspectiva, el prólogo constituye un auténtico espejo de príncipes. El saber histórico se contempla entonces no como vocación cognitiva, sino como instrumento para el ejercicio del poder” [2].

Así las cosas, no nos queda otra que replantearnos la interpretación del emblema central del arrocabe trasero, el que luce una banda de oro y dos flores de lis de oro en un campo de gules. Ahora pensamos que con ese emblema se representa al difunto Alfonso VIII de Castilla, con lo que la decoración de la techumbre conformaría una especie de Árbol de Jesé castellano en el que las veces de Jesé, la raíz del árbol, las haría Alfonso VIII, la vara de la Virgen serían los arrocabes laterales, con Berenguela (castillo+chova piquirroja), como vertebradora de la unión de los dos reinos, en el centro, y la flor que brota de la vara sería el heredero, el lirio de los valles bíblico, representado en los dos tramos de arrocabe más cercanos a la cabecera de la iglesia, donde se da cuenta del compromiso entre el príncipe Alfonso de León y de Castilla y Violante de Aragón. De esta forma, la legitimidad para reinar del por entonces príncipe Alfonso, acreditada por los hechos históricos que se narran en la decoración de la techumbre, se convierte en el tema principal de la obra. Es el principal desvelo de su abuela, que emplea la decoración del arrocabe trasero para reivindicar también la legitimidad de la casa de Castilla y de León para reclamar los derechos sobre los territorios Plantagenet, tal y como como ya había hecho en su día su hermana Blanca de Francia en nombre de su madre, Leonor Plantagenet. De esta forma se trataba de acallar las murmuraciones que surgieron acerca de quién era realmente la hija primogénita de Alfonso VIII, seguramente provocadas por el hecho de que fue Blanca, y no Berenguela, quien reclamó el trono inglés en 1216. Tamañas suspicacias podían poner en jaque la sucesión de Fernando III, es por ello que en al arrocabe trasero se hace frente a las mismas ubicando el emblema castellano y leonés al lado del león de oro Plantagenet.  En consecuencia, creemos que el mayor beneficiario de todo lo que se narra por medio de la decoración heráldica de la techumbre es el príncipe Alfonso, ya que todos y cada uno de los emblemas están dispuestos para acreditar su legitimidad sin mancha para reinar.



Emblema que ahora atribuimos al difunto Alfonso VIII de Castilla, padre de Berenguela, la raíz de la que nace el resto de la decoración de la techumbre, que se dispone como un Árbol de Jesé por el arrocabe. Reconstrucción por el heraldista José Moreiro Píriz.


Emblema del rey de Castilla y de León entre el emblema del rey de Inglaterra y el de Santo Tomás de Canterbury, protector de la dinastía Plantagenet, a la que pertenecían Fernando III y Alfonso X por parte de su abuela y bisabuela respectivamente.

Según íbamos avanzando en la investigación nos convencíamos cada vez más y más de que la mejor forma de interpretar lo que teníamos delante era estudiar las crónicas encargadas por la reina Berenguela, ya que parecía que la decoración de la techumbre era un reflejo iconográfico de las mismas, es decir, un texto histórico transformado en un conjunto de símbolos. En este sentido seguimos pensando que fue Berenguela la Grande quien promovió la obra, del mismo modo que fue promotora de la crónica del Tudense, tal y como figura en su prólogo. Los tramos centrales de los arrocabes laterales, donde aparecen juntos los emblemas de la chova piquirroja y el castillo, son en la techumbre un prólogo visual que anuncia que la ideóloga de la decoración fue la hija de Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet, que advierte a los fieles que cruzan el umbral de la puerta de la iglesia de que Berenguela me fecit.


Cabe preguntarnos entonces por qué se hizo esta obra precisamente en Salamanca. Pensamos que no había mejor lugar que dicha ciudad para representar esta especie de traspaso de poder y conocimiento que debía convertirse en el programa de instrucción del príncipe por parte de su abuela; el hecho de que la monarca hubiera ostentado la tenencia de Salamanca siendo reina consorte de León sumado a que a partir de 1240-1242 el príncipe Alfonso asumiera el mismo cargo convierten a la ciudad del Tormes en el lugar perfecto para representar esa relación abuela-nieto, ya que además se trataba de una ciudad leonesa, lo que no comprometía los derechos castellanos que Berenguela quería mantener, pero que, a la vez, dejaba clara su influencia como abuela y reina sobre el por entonces heredero del reino de León. De este modo, la decoración de la techumbre de Santa Clara podría ser el reflejo de una especie de traspaso de poderes de Berenguela a Alfonso, haciendo hincapié en la legitimidad de la que, gracias a ella, podía hacer gala y recomendando mirarse siempre en el espejo de su abuelo, Alfonso VIII, paradigma del buen gobernante según su propia hija.

[1] Rodríguez-Peña Sainz de la Maza, D. (2016).
[2] Fernández Gallardo, L. (2004). Pág. 54.

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