martes, 23 de julio de 2024

La peña más fiel de Castilla

Hace ocho siglos, Leonor Plantagenet, hija del rey de Inglaterra y de la duquesa de Aquitania, se casó en Tarazona con el rey de Castilla. Corría el año 1170, ella tenía diez años, él quince.


Leonor Plantagenet y Alfonso VIII de Castilla en una página del Tumbo Menor de Castilla, un códice diplomático del siglo XIII de la Orden de Santiago. El rey y la reina sostienen un cordón rematado por el sello regio, símbolo de soberanía.

Nosotros estamos convencidos de que dicha pareja, que reinó en Castilla entre 1170 y 1214, está representada a través de la conjunción de chova piquirroja y castillo que podemos ver como parte de la decoración heráldica que luce el arrocabe de la iglesia del Real Convento de Santa Clara de Salamanca. Su hija primogénita fue Berenguela, que fue reina de León por casarse con el primo de su padre, Alfonso IX, y también de Castilla tras fallecer con pocos años de diferencia sus padres y su hermano Enrique. 


La chova piquirroja emigró a Castilla en busca de Leonor Plantagenet por mandato de Enrique II de Inglaterra, su padre. Debía convertirse en su emblema más personal, ya que era el emblema del santo al que su padre había nombrado protector de su dinastía.


Escudo de la ciudad inglesa de Canterbury con las chovas piquirrojas de santo Tomás y el león de los Plantagenet. 

Ese santo era Tomás de Canterbury, cuya sangre vertida durante su asesinato decían que había transformado milagrosamente a unos cuervos en chovas piquirrojas.


Obra del artista británico Brian Whelan demuestra que la iconografía moderna sigue asociando a santo Tomás de Canterbury con la chova piquirroja.

Es posible que esta otra pareja de emblemas que se puede ver en la ermita de Santa Eulalia en Barrio de Santa María (Palencia), también representen, de un modo más tosco, al matrimonio real, ya que se pintaron en un territorio de su reino y durante la época de su reinado.


Tan extendida debió de estar la representación de esta pareja de emblemas que, cuando ya nadie recordaba su significado, en el siglo XIV, se apropió de ella uno de caballeros de la cofradía de Santiago de Burgos. Johan Pérez de Frías, para lucirla en su escudo cuartelado.


Cuando Leonor de Aquitania negoció el matrimonio de su hija con Alfonso VIII, se aseguró de que las arras fueran bien generosas. Éstas incluyeron, entre otras, las rentas de la ciudad de Peñafiel.


En el castillo de dicha localidad, antiguo señorío de Leonor Plantagenet, hemos vuelto a ver hace unos días aquella conjunción de emblemas, castillo y chovas piquirrojas, pero esta vez en carne, hueso y piedra.


Con la emoción del momento hemos creído escuchar entre graznidos el nombre Leonor, el de la reina castellana descendiente de Aquitania y de Inglaterra.



Ocho siglos después es otra Leonor, esta vez de Borbón, la que aspira a convertirse en reina de los territorios hispanos. Una princesa que tiene en la techumbre de la iglesia del Real Convento de Santa Clara de Salamanca un buen espejo en que mirarse: el de mujeres independientes y defensoras de la paz.


En todo caso, de lo que hoy queremos dejar constancia es de la maravillosa casualidad de que un bando de unas cincuenta chovas piquirrojas moren en el castillo de Peñafiel, manteniendo así todavía unidos aquel par de emblemas en un territorio que perteneció al reino de Alfonso y Leonor. El conde Sancho García tenía razón, aquella iba a convertirse en la peña más fiel de Castilla.


Reconstrucción de un emblema cuartelado con castillos y chovas piquirrojas por el heraldista salmantino José Moreiro Píriz.

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