sábado, 14 de diciembre de 2024

La cruz en el espejo

Concluimos hoy la descripción del juego de espejos que creemos que se da entre los emblemas del primer tramo del arrocabe derecho y los del primer tramo del arrocabe izquierdo, artificio iconográfico que debía servir de speculum princeps al infante mayor Alfonso, heredero de su abuela Berenguela y de su padre, Fernando III de Castilla de León, y tenente de Salamanca en 1240, precisamente en torno a las fechas en las que creemos que se decoró con motivos heráldicos la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de la ciudad del Tormes. 

De este modo, el infante mayor, representado como tenente de Salamanca, debía tener como referencia para el buen gobierno a sus bisabuelos maternos, los reyes de Castilla Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, conquistadores de Cuenca y vencedores en la batalla de las Navas de Tolosa, librada en el año 1212, dos años antes de la muerte de ambos.



Representado como hijo de Beatriz de Suabia, por lo tanto miembro de la familia Hohenstaufen, ha de seguir también los pasos de su padre, el monarca con el que los reinos de Castilla y de León comenzaron su andadura conjunta y totalmente centrados en la empresa de reconquistar los territorios que el Islam había ocupado en el año 711. 


Como gobernante del reino de León en nombre de su padre, su modelo ha de ser su abuelo paterno, el monarca Alfonso IX, el conquistador de Cáceres, Mérida y Badajoz, al que la familia de su abuela paterna Berenguela siempre consideró como vasallo del reino castellano.


Como infante mayor y nieto de la que había sido reina consorte de León y heredera del reino de Castilla, su abuela paterna Berenguela, ha de dejarse guiar por las enseñanzas impartidas por la misma, ya que no en vano fue ella la artífice de que las aguas volvieran a su cauce en pos de la Reconquista, aunque esta vez con el reino castellano como nuevo centro principal de poder. 


Y, como no, su guía principal en las tareas de gobierno y de Cruzada habría de ser la religión cristiana, puesto que, como ya hemos visto en entradas precedentes, en la Edad Media la iconografía cristológica era en gran parte compartida con la iconografía regia. De ahí que en la decoración heráldica de la techumbre haya reyes representados con flores de lis, siendo Cristo el lirio de los valles y el monarca su representante en la tierra; también hay personajes protegidos por la capa de un rey (los emblemas verados), del mismo modo que la Virgen de la Misericordia protege a los cristiano y, además, hay reyes que siguen a estrellas de ocho puntas que guían hasta Santiago del Compostela, del mismo modo que los Reyes de Oriente siguieron al mismo astro hasta el portal de Belén.

De este modo, en la tabica superior del primer tramo del arrocabe izquierdo nos encontramos una cruz flordelisada y hueca, precisamente el mismo tipo de cruz que Fernando III empleaba por en sus signos rodados el tiempo en el que creemos que se decoró la techumbre.



No descubrimos nada, si decimos que para la reina Berenguela la fe cristiana estaba en el centro de todo; sellaba sus documentos con un "Señor, enséñame a hacer tu voluntad" y eligió para el descanso eterno una almohada en la que se bordaron las palabras "no hay más divinidad que Dios". Pero, además, estaba empeñada en transmitir esas ideas al heredero, prueba de ello es que en prólogo del Chronicon Mundi, obra cuya función principal fue la instrucción del infante mayor, Lucas de Tuy señalaba que de las cinco cualidades que debe tener el buen rey las dos primeras son “conocer al Creador y su Rey, Padre, Hijo y Espíritu Santo” y “confesar la fe católica por costumbres y palabras”.

Por lo tanto, la siguiente pregunta que plantea este speculum princeps iconográfico es, frente a Dios, qué posición ocupa o debe ocupar el infante mayor. La respuesta, una vez más, está en el emblema enfrentado al de la cruz en en otro lateral del arrocabe de techumbre. Allí nos topamos con un icono ya conocido, las cinco flores de lis, que, en nuestra opinión, representan la unión de los cinco reinos cristianos peninsulares en la lucha contra los musulmanes. 


Alfonso estaba llamado a ser el heredero de su abuelo paterno en el liderazgo de esa lucha, no en vano por esa época el infante mayor ya había negociado y sellado el tratado de Almizra con su futuro suegro, Jaime I de Aragón, consiguiendo hacerse prácticamente con el monopolio de lo que restaba de la Reconquista. Pero, seguramente, ese emblema tenía otro significado más profundo, el de la conveniencia de mantenerse fiel al papa en la defensa de la fe y en la Cruzada contra los almohades, algo que sin duda alguna Berenguela, consciente de los problemas que las desavenencias con el pontificado le habían ocasionado en vida, procuró dejarle bien claro a su nieto.

En definitiva, parece que Berenguela quiere advertirle muy seriamente a su nieto de la necesidad de ser un perfecto monarca cristiano bien avenido con el papa, tal y como lo fue su bisabuelo materno Alfonso VIII de Castilla y a diferencia de lo que fue su abuelo paterno Alfonso IX de León, al que siempre le importó un higa lo que se dictara desde Roma.


Reconstrucción infográfica de los emblemas por el heraldista salmantino José Moreiro Píriz

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