Martino, subdiácono del convento de canónigos regulares de San Agustín de León, donde habitaba desde niño junto a su padre, que se enclaustró en dicho cenobio tras quedarse viudo, abandonó la tierra que le vio nacer para peregrinar por el mundo unos tres años antes de la muerte del emperador Alfonso VII, que había decretado que su hijo mayor, Sancho, reinara en Castilla y su hijo menor, Fernando, lo hiciera en León. A su vuelta, treinta años después, hacia 1185, los dos reinos se encontraban en intermitente conflicto por los territorios y los castillos fronterizos hasta que se terminó librando una cruenta guerra de dos años que acabó en 1197, cuando el rey de Castilla Alfonso Sánchez casó a su hija primogénita, Berenguela, con su primo carnal el rey de León Alfonso Fernández.
San Martín de León, más conocido como Santo Martino, ya que el leonés arcaico conservaba todas las sílabas del latín Sanctus Martinus, representado en uno de sus códices elaborados en el siglo XII.
La infanta castellana, que apenas tenía diecisiete años cuando se casó, debió de quedar profundamente impresionada cuando, una vez convertida en reina consorte de León, pudo contemplar los magníficos tesoros que albergaba la Colegiata de San Isidoro, entre ellos el panteón real, aunque seguramente lo que más le deslumbró fue la personalidad y el bagaje cultural y espiritual de uno de sus más longevos habitantes, Martino, canónigo de la misma y confesor de la pareja real, que había visitado en su juventud los cuatro centros principales de peregrinaje de la Cristiandad: Santiago de Compostela, Roma, Jerusalén y Canterbury, lugar éste último donde pudo rezar ante la tumba de Tomás Cantuariense, el santo protector de la dinastía materna de la monarca leonesa. Martino, sin duda, tendría preferencia por el santo inglés, ya que ambos eran Agustinos y devotos de la Santísima Trinidad, bajo cuya advocación el sabio leonés abrió una capilla en San Isidoro a cuyas heredades concedieron los reyes exención fiscal.
Panteón real en la Colegiata de San Isidoro de León.
Berenguela ya habría oído de boca de su madre, Leonor Plantagenet, la historia de cómo su abuelo Enrique II de Inglaterra y su canciller, Tomás Becket, durante un tiempo amigos del alma, se habían convertido en enemigos acérrimos cuando el primero tuvo la mala idea de nombrar arzobispo de Canterbury al segundo. El choque entre el monarca y el prelado terminó con el asesinato de éste último al anochecer del 29 de diciembre de 1170 a manos de cuatro caballeros del séquito de Enrique. La conmoción que este crimen sacrílego causó en todos los reinos cristianos fue enorme e historias de milagros atribuidos a Becket comenzaron a ir de boca en boca a los pocos días de su muerte, así que el papa lo terminó canonizando en 1173 como santo Tomás Cantuariense, viéndose el rey de los ingleses abocado a hacer penitencia pública en 1174 delante de la tumba del que había sido su amigo, al que se encomendó desde ese momento, rogándole además protección para su dinastía.
El asesinato del arzobispo Tomás Becket representado en la iglesia de San Nicolás en Soria, ciudad natal del rey Alfonso VIII de Castilla, yerno de Enrique II de Inglaterra, que sufrió la acusación de ser el inductor del crimen del prelado.
Pintura del siglo XIV sin identificar en el coro bajo de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca. Las vestiduras obispales con la casulla roja y los atributos de la espada y el jarro, elemento éste último que podría representar el agua milagrosa, nos hacen pensar que se trata de santo Tomás Cantuariense.
Ampolla de plomo que las gentes que peregrinaban a Canterbury adquirían para que los monjes vertieran en ella el agua del santo inglés. Pieza conservada en el British Museum.
Uno de los pin con la efigie del santo inglés que estaban a la venta en el siglo XII en la catedral de Canterbury. Pieza conservada en el British Museum.
Vidriera de la catedral de Canterbury que da cuenta de la curación, gracias al agua de Becket, de la epilepsia que sufría la monja Petronila de Polesworth.
Arriba, ilustración científica de una chova piquirroja. Abajo, a la izquierda, escudo de la ciudad de Canterbury y heráldica atribuída al arzobispo Tomás Becket en el siglo XIV. Abajo, a la derecha, una de las cinco chovas piquirrojas que forman parte de la decoración heráldica de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca, ciudad de la que fue tenente la reina Berenguela. Ilustraciones de Nacho Sevilla.
Santo Tomás Cantuariense en una pintura del siglo XIII que se conserva en la iglesia de la capital salmantina que está bajo su advocación.
Tanto fue el aprecio que Berenguela sintió por Martino que puso bajo sus órdenes a siete amanuenses para que trabajaran en el scriptorium del monasterio de San Isidoro, donde a duras penas llevaba a cabo su labor el anciano canónigo, dada la pérdida de movilidad causada por una enfermedad que la medicina moderna cree que fue una arteritis de células gigantes asociada a un síndrome de Charles Bonnet.
Letra capital M en una de las obras teológicas de santo Martino de León.
Procesión de la Cofradía de Santo Tomás de Canterbury del barrio de Puente Castro de León. No sabemos si la cofradía se fundó en vida de Martino y Berenguela o en el XVI o XVII como reacción a la Reforma protestante y a la prohibición del culto al santo en Inglaterra.
Berenguela se convertiría en reina madre de Castilla y de León en el año 1230, siendo por entonces cuando se inventó en estas tierras la innovación heráldica del escudo cuartelado con castillos y leones, señal que decora profusamente la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de la ciudad leonesa de Salamanca junto a otros emblemas y las figuras de cinco chovas piquirrojas, encontrándose todo el conjunto a tiro de piedra de la iglesia salmantina que está bajo la advocación de santo Tomás Cantuariense. ¿Quiso la reina madre representar que el santo protector de su familia materna había favorecido que su hijo Fernando llegara a ser rey de Castilla en 1217 y de León en 1230, alcanzándose por fin la paz entre los dos reinos? ¿Era esta una forma de recordarle a su nieto, el infante mayor Alfonso, tenente de Salamanca hacia 1240, su condición de tataranieto de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania? Porque el caso es que unas chovas piquirrojas pintadas en la techumbre medieval de una iglesia salmantina no pueden ser simples elementos decorativos, tienen que ser algo más.