lunes, 17 de febrero de 2025

La chova piquirroja en el Senado

Las chovas piquirrojas de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca han abandonado la quietud de su letargo de siglos para volar, esta mañana, hasta el Senado del reino de España. Las ha azuzado la catedrática de la Universidad de Salamanca y senadora Esther Del Brío, organizadora de la IV edición de las jornadas “Papel geopolítico de España en la historia”, y a la que agradecemos la amable invitación.

Como no, damos las gracias también al Senado y a nuestra moderadora, la concejala del ayuntamiento de Salamanca Myriam Rodríguez López.

Y qué grato ha sido contar con la compañía del buen amigo que es el escritor y guionista José Ángel Mañas y del mayor experto en techumbres medievales, el arquitecto Enrique Nuere Matauco.

También estuvo por allí Rafael Monje Alonso, cuya presencia nos ha ilusionado especialmente, sobre todo sabiendo lo liado que anda últimamente.

La portavoz de tan insignes córvidos ha sido Charo García de Arriba, que ha dejado meridianamente clara la importancia de la reina Berenguela la Grande y lo única que es la magnífica techumbre heráldica que conservamos en la ciudad del Tormes.

Y todo en el Antiguo Salón de Sesiones, por cuya puerta entraban los monarcas, desde Fernando VII hasta Alfonso XIII, para presidir las sesiones regias de apertura de las Cortes.

Nuestra mesa comienza en 1:29, pero no os perdáis las otras ponencias, que han estado la mar de interesantes.

viernes, 24 de enero de 2025

Un convento documentado, aunque se busca bula robada

Si en la entrada anterior hablamos de las leyendas asociadas al nacimiento del Real Convento de Santa Clara de Salamanca, en ésta pretendemos dar cuenta de lo que nos cuenta el archivo del cenobio, es decir, de lo que sí podemos afirmar a ciencia cierta, ya que se trata de información contenida en bulas emitidas por sucesivos papas que ejercieron su pontificado en la primera mitad del siglo XIII. Lo primero que tenemos que contar es que, lamentablemente, no parece que estén todas las que eran. En su publicación de 1977 dedicada al archivo del convento el franciscano Isaac Vázquez narró cómo la archivera lloraba “la desaparición de una bula, cuya falta notó después de las reiteradas visitas de cierto personaje al archivo”, y que “a juzgar por la descripción externa que de la misma hacía, parecía tratarse de la bula más importante de todo el fondo” [1].


Así las cosas, y a la espera de que el "cierto personaje" confiese y devuelva el documento sustraído, si es que acaso sigue vivo y no lo vendió, hemos de conformarnos con la información que nos proporcionan las bulas conservadas. Gracias a ellas podemos saber que el beaterio origen del monasterio estaba al cargo una dama de nombre Urraca, que se convertiría después en abadesa, durante cuyo mandato las hermanas ya se regían por la regla de Ugolino de Segni, redactada hacia 1218 [2]. Poco más podemos aportar al respecto de esta mujer, salvo que de las bulas se colige que estuvo al cargo de la construcción del nuevo monasterio y de su iglesia, una empresa en la que estaban inmersas las hermanas damianitas ya en 1238 y que se alargó, al menos, hasta agosto del año 1245.

Tal vez la desaparición de la bula robada por “cierto personaje” sea la causa de que no podamos conocer el momento exacto en el que el beaterio de Santa María pasó a constituirse como comunidad damianita sometida a la regla del cardenal Ugolino de Segni, pero Isaac Vázquez concluye que esa fecha “sin duda, habrá que colocarla poco antes (de 1238), ya que el papa Gregorio IX, el 12 de enero, considera a la comunidad como novella plantatio”, es decir, de reciente implantación) [3]. Por lo tanto, es muy posible que la adscripción a la regla monástica fuera posterior a 1230, fecha en la que Fernando III se convierte en el nuevo rey de León, adicionando este reino al de Castilla, en el que correinaba junto a su madre, Berenguela, desde 1217. Decimos esto, ya que hay dos circunstancias que nos hacen pensar que la proclamación del nuevo monarca leonés y la adscripción damianita del beaterio salmantino están interconectadas. En primer lugar, hemos de decir que en entradas anteriores de este Blog ya hemos explicado cómo los estudios de la profesora María del Mar Graña Cid permiten concluir que la reina Berenguela de León y de Castilla fue la principal promotora de las congregaciones damianitas [4] y cómplice del papa para que los beaterios femeninos carentes de cabida en la Iglesia se sometieran a la regla que el cardenal Ugolino de Segni había redactado con ese propósito [5]. Por otra parte, y a este asunto vamos a dedicar esta nueva entrada, es muy posible que la promoción regia de las fundaciones damianitas explique el decidido apoyo que la monarquía prestó a las Damianitas de Salamanca y a la construcción del monasterio salmantino entre los años 1238 y 1245.


Puerta Este del Real Convento de Santa Clara de Salamanca. 

Cuando comenzamos a pensar que la iconografía heráldica que decora la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca hace referencia a las monarquías leonesa y castellana de la primera mitad del siglo XIII y que, concretamente, además, representa hechos históricos acaecidos hasta 1243-1245, no fueron pocos los que nos miraron con incredulidad y desdén. De hecho, las primeras víctimas de la incredulidad fuimos nosotros mismos, ya que no dábamos crédito a lo que veíamos y, mucho menos, al hecho de que durante cincuenta años no se hubiera ofrecido una explicación a esa decoración heráldica por parte de personas realmente avaladas para ello. El caso es que de la sorpresa inicial pasamos inmediatamente a analizar, entre otras cosas, si lo que la iconografía nos sugería tenía algún sentido una vez consultada la documentación conservada en el convento. En la entrada anterior comentábamos que nos sorprende que aún hoy se siga otorgando veracidad a las leyendas de las hermanas viajeras como explicación para el origen del cenobio salmantino, cuando ya hace medio siglo que el franciscano Isaac Vázquez las relegó al mundo de lo imaginario. Esa misma sorpresa sentimos cuando oímos que, pasados dos años desde la primera publicación en este Blog, todavía algunos siguen afirmando que no existe ninguna base documental para relacionar a Berenguela y a su hijo Fernando III con el convento de las Clarisas de Salamanca. Porque el caso es que el mismo Isaac Vázquez, a la vista de las bulas de las que hablaremos a continuación, concluía en 1977 lo siguiente:

“Entre los insignes e ilustres bienhechores del monasterio hay que contar, en primer lugar, a Fernando III el Santo, solicitado a este efecto, ya desde primera hora, por el papa Gregorio IX (Doc. 1); el rey debió de mostrarse generoso bienhechor y decidido protector de la incipiente comunidad. En 1244, Inocencio IV le manifiesta que está enterado de su piadoso gesto –“quas dudum gratia et favore pie fovisse dignosceris”–, le da las gracias por ello –“de quo tibi grates referimus speciales”– y le pide continúe prestándoles, en adelante, su protección (Doc. 11)”[6].

Los documentos que permitieron al franciscano llegar a estas conclusiones son, básicamente, los siguientes:

- En primer lugar, una bula fechada el 4 de enero de 1238 que es, a la sazón, el documento más antiguo conservado en el archivo del convento. En la misma el papa Gregorio IX solicita a Fernando III protección papal para las damianitas salmantinas y para su abadesa [7].

- Y si el anterior documento puede dejarnos la duda de si tal petición fue o no atendida, la bula fechada el 22 de junio de 1244 es determinante, ya que en la misma el papa Inocencio IV reconoce y agradece el apoyo que había ofrecido el monarca a las hermanas y al monasterio – “ipsas et monasterium” –, y le solicita que siga actuando de la misma manera [8].



Menuda sorpresa, el cardenal Ugolino de Segni, que redactó la regla monástica para las Damianitas en 1218, y el papa Gregorio IX, que le pide al rey Fernando III protección para las Damianitas de Salamanca en 1238, son la misma persona. Este mismo papa había apoyado en 1230 la proclamación como rey de León de Fernando III de Castilla, así que suponemos que lo que estaba pidiendo ocho años después es que le devolvieron el favor. Retrato y heráldica del pontífice Gregorio IX. 

Tenemos así una iconografía que podemos relacionar con emblemas heráldicos de los miembros de la familia real castellana y leonesa hacia 1245 y un mecenazgo regio acreditado entre los años 1238 y 1245. Nos quedaría plantearnos qué sabemos de las fechas de construcción del monasterio y de su iglesia y, a ese respecto, el archivo del monasterio también ofrece datos interesantes.

En primer lugar, las bulas nos permiten concluir que las obras del monasterio estaban ya concluidas en febrero de 1245, pero que las de la iglesia continuaban en agosto de ese mismo año, aunque, sin duda, muy avanzadas o casi terminadas, puesto que se dice que las hermanas ya podían celebrar oficios a puerta cerrada. Cuestión distinta es la consagración definitiva del templo bajo la advocación de Santa María de la Asunción por parte del obispo, la cual parece que se retrasó, aunque, como afirma Isaac Vázquez, no tanto por cuestiones materiales como por las desavenencias surgidas entre el prelado salmantino y las hermanas a consecuencia de los privilegios que las mismas ostentaban y trataban de mantener [9]. Estos enfrentamientos comienzan en 1246, razón por la cual Isaac Vázquez plantea la posibilidad de que estuvieran relacionados con el fallecimiento del obispo Martín, acaecido ese mismo año [10]. Sin embargo, pudiera ser que la causa más bien fuera la pérdida del apoyo directo por parte de la monarquía cuando en ese año de 1246 fallece la reina Berenguela, ya que su hijo está totalmente centrado en la conquista de Sevilla y su segunda esposa, Juana de Ponthieu, no parece que tuviera interés alguno por continuar con la labor de su suegra. Sea cual fuera la causa, lo cierto es que la dedicación definitiva de la iglesia se dilató hasta enero de 1258 [11], y de nuevo aquí parece que la fecha no es casual, ya que en diciembre de 1257 el convento cuenta con una nueva mecenas, la reina doña Violante, esposa de Alfonso X de Castilla y de León y nieta política de Berenguela, la cual, según las bulas conservadas [12], conoce de primera mano la situación del convento y recibe, atendiendo a los ruegos de las monjas, dispensa papal para poder alojarse en el mismo dos o tres veces al año acompañada de cinco o seis damas de su séquito. Pensamos que éste es otro hecho al que no se le ha prestado suficiente atención, pero, para lo que a nosotros compete en este momento, lo importante es que, seguramente, esta circunstancia aceleró los trámites para la consagración definitiva de la iglesia, ya sea por la mediación directa de la reina o porque, aun sin solicitarlo, el obispado comprendiera que no era de recibo que la monarca  de Castilla y de León se alojara en un monasterio con una iglesia sin consagrar.

Hay un último asunto que nos aporta el bulario del convento y que merece la pena comentar. Los expertos que han tenido a bien acompañarnos a visitar la techumbre, cosa que les agradecemos enormemente, coinciden en reconocer la riqueza de los materiales empleados en su decoración iconográfica, destacando sobre todo la cantidad de pan de oro utilizado. A esa misma opulencia se refería ya el papa Inocencio IV en la bula de 5 de agosto de 1245, en la que habla de la “ecclesiam ipsius monasterii de novo aedificare coeperit opere sumptuoso” [13], es decir, de la suntuosa nueva iglesia del monasterio que las hermanas edificaban.


Coro bajo de la iglesia del Real Convento de Santa Clara de Salamanca. 

En conclusión, tratándose de una obra del siglo XIII para la que no sólo no es extraño, sino muchas veces habitual, no tener pruebas de los mecenazgos que pudieron existir, algo aún más común en los inicios de las congregaciones de corte franciscano, creemos que debemos sentirnos muy afortunados porque se conserven todas esas bulas originales, ya que, como poco, nos permiten defender que cuando en la decoración de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca vemos la iconografía propia de los correinantes de León y Castilla en 1245, Berenguela y Fernando III, no estamos diciendo algo que no concuerde con lo que documentación del convento permite concluir. Todo –fechas de construcción, mecenazgo regio e iconografía–, confluye en el periodo 1238-1245.

Lamentablemente, es cierto, debemos resignarnos a que en las bulas no exista una mención a Berenguela la Grande, pero también debemos tener en cuenta que, salvo en 1234, en el que los problemas con ciertos miembros de la nobleza castellana le obligaron a retirarse del frente, Fernando III se mantuvo capitaneando la Reconquista hasta su fallecimiento, por lo que sólo su madre podría atender a las peticiones papales. Una madre que, tal y como afirma el profesor Salvador Martínez, “controló el poder hasta el final de sus días. Todos los diplomas oficiales de Fernando III, desde el primer privilegio hasta el último, concedido poco antes de morir su madre, fueron otorgados “con el consentimiento y el mandato de mi madre, la reina doña Berenguela”” [14]. Ahora bien, obviamente, no podía influir en la forma de emisión de las bulas papales, que, en línea con la costumbre imperante en la época, sólo se referían al monarca titular, no a la reina madre, por muy correinante que fuera. A más abundamiento, las bulas y los hechos históricos paralelos a su emisión nos llevan a pensar que todo el ímpetu que pusieron las reinas Berenguela y Violante en embellecer el convento salmantino se tornó en desatenciones por parte de Fernando III y Alfonso X. Como ya hemos comentado, a partir de 1246, año de la muerte de Berenguela, el apoyo al convento decae y su abadesa no es capaz de conseguir que se lleve a cabo el acto de consagración de su opulenta iglesia. Esto se consigue por fin cuando la reina Violante de Aragón presta atención al cenobio, sin embargo, no parece que su esposo pusiera el mismo ímpetu en este menester, ya que el papa Alejandro IV amonesta a Alfonso X en 1257 por permitir que se moleste a las moradoras del monasterio [15].

Por lo tanto, a nosotros nos quedan pocas dudas de que este convento fue construido y llegó a ser lo que fue gracias al apoyo real y, en particular, a un apoyo real femenino, pero, además, no debemos olvidar que lo que vemos no es una obra cualquiera, sino que estamos ante un conjunto de emblemas heráldicos, de senhales, que, en aquel momento histórico sólo podían identificar a los personajes concretos que los ostentaban, por lo cual, su plasmación en la techumbre no deja de ser una especie de firma. Es por ello que, en nuestra opinión, el documento más determinante para concluir el mecenazgo de la obra está implícito en lo que transmiten los propios emblemas pintados en la techumbre, algo que, por otra parte, se corresponde con la actuación general de historiadores e historiadores de arte para asignar mecenazgos y datar obras en las que se carece de documentación expresa, así que no estaríamos haciendo nada que no se haya hecho antes, eso sí, por personas avaladas, que no es nuestro caso, desde luego.


[1] Vázquez, I. (1977). Pág. 349. Nota (3).

[2] Vázquez, I. (1977). Págs. 360, 381-382 (Doc. 4) y 388-390 (Doc. 18).

[3] Vázquez, I. (1977). Págs. 354 y 381 (Doc. 3).

[4] Graña Cid, M.M. (2013). Reinas, infantas y damas de corte en el origen de las monjas mendicantes castellanas (c. 1222-1316). Matronazgo espiritual y movimiento religioso femenino. En Redes femeninas de promoción espiritual en los reinos peninsulares (s. XIII-XVI). Roma. Viella. Págs. 21-44. Pág. 40.

[5] Graña Cid, M.M. (2013). Reinas, infantas y damas de corte en el origen de las monjas mendicantes castellanas (c. 1222-1316). Matronazgo espiritual y movimiento religioso femenino. En Redes femeninas de promoción espiritual en los reinos peninsulares (s. XIII-XVI). Roma. Viella. Págs. 21-44. Pág. 41.

[6] Vázquez, I. (1977). Págs. 363-364.

[7] Vázquez, I. (1977). Pág. 380 (Doc. 1).

[8] Vázquez, I. (1977). Pág. 385 (Doc. 11).

[9] Vázquez, I. (1977). Pág. 387 (Doc. 15).

[10] Vázquez, I. (1977). Pág. 376.

[11] Vázquez, I. (1977). Págs. 357 y 397 (Doc. 29) 404 (Doc. 40).

[12] Vázquez, I. (1977). Págs. 364, 397 (Doc. 27), 401 (Doc. 36) y 408 (Doc. 46).

[13] Vázquez, I. (1977). Pág. 387 (Doc. 15).

[14] Martínez. H. S. (2012). Págs. 524.

[15] Vázquez, I. (1977). Págs. 364 y 395-396 (Doc. 25).

domingo, 19 de enero de 2025

Un convento de leyendas

Cuando hace un par de años comenzamos a plantearnos que la iconografía heráldica que decora la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca podía hacer referencia a las monarquías leonesa y castellana de la primera mitad del siglo XIII, lo primero que hicimos fue tratar de buscar qué se sabía al respecto de los orígenes de dicho cenobio.


Tabicas sobre las que pensamos que se representa la proclamación  de Fernando III de Castilla, hijo del monarca leonés Alfonso IX y de la monarca castellana Berenguela, como rey de León en el año 1230. 

Sabemos que en las primeras décadas del siglo XIII un grupo de mujeres lideradas por una tal Urraca, de la que poco más podemos aportar aparte de su nombre, bastante común en la época, se reunieron para vivir como hermanas en religión en el entorno de la ermita de Santa María. Lo siguiente que podemos afirmar a ciencia cierta es que en 1238, cuando en Castilla y en León correinaban Fernando III y su madre Berenguela, la nueva comunidad salmantina ya convivía bajo la misma regla que seguía Clara de Asís (1194-1253) en la iglesia de San Damián, advocación de la que deriva el nombre de Damianitas, con el que se conoció a sus seguidoras en los comienzos de su obra. Se regían aquellas mujeres por unas normas que el cardenal Ugolino de Segni les había redactado hacia 1218 ante el disgusto que provocaba entre la curia eclesial la proliferación de beaterios femeninos que no contaban con una regulación aprobada por la Iglesia. No sería hasta el 9 de agosto de 1253, poco tiempo antes de la muerte de Clara, cuando el papa Inocencio IV promulgaría la regla monástica de unas monjas que en el futuro se conocerían como Clarisas.


El papa Inocencio IV envía a fraíles domiunicos y franciscanos para cristianizar a los tártaros.

Lamentablemente, carecemos de documentación relativa al modo en el que este grupo de beatas de Salamanca conocieron y comenzaron a seguir la regla del cardenal Ugolino de Segni. Aún hoy, por increíble que parezca, las dos versiones más extendidas son o que dos discípulas de Clara de Asís llegaron a Salamanca o que dos piadosas mujeres salmantinas viajaron a Italia, trayendo de vuelta la regla monástica, reliquias varias y un par de corporales hilados por la futura santa. Esta segunda versión es bastante rocambolesca, ya que, según la misma, dos damas salmantinas que vivían con Urraca, la fundadora de la comunidad salmantina, le pidieron permiso para visitar el Santo Sepulcro; pensando la superiora que se trataba de una capilla a las afueras de la ciudad, se lo concedió, pero la tarde debía de estar agradable, el paseo se alargó más de la cuenta y terminaron en la ciudad italiana de Asís departiendo con Chiara Scifi, nombre de nacimiento de la futura santa Clara. Como decíamos, a nuestro entender, parece increíble que estas cándidas e ingenuas versiones sigan gozando hoy en día de tanta credibilidad, puesto que ya hace casi medio siglo que el historiador y franciscano Isaac Vázquez, gran conocedor del universo damianita, esgrimió las razones por las que estas teorías sobre el origen del cenobio salmantino no pueden considerarse sino leyendas, debido a que se encuentran documentadas por primera vez en crónicas franciscanas de los siglos XVII y XVIII y a que, por otra parte, son comunes a la práctica totalidad de los monasterios damianitas fundados fuera de Italia (1).


Santa Clara de Asís por el pintor Simone Martini (1284-1344).

A pesar de lo afirmado anteriormente, sí que merece la pena que hagamos referencia al asunto de los corporales supuestamente hilados por la santa y traídos desde Asís, ya que ésos todavía se conservan en el elaborado relicario localizado en el coro bajo del convento de Santa Clara de Salamanca. Los corporales son los paños que, en el rito católico, se colocan sobre el altar durante la consagración para apoyar el cáliz, la patena y, en algún caso, la custodia que contiene la forma consagrada; de ahí precisamente su nombre, ya que sobre ellos se pone el "cuerpo de Cristo". La importancia simbólica de estos paños para las Clarisas tiene su origen en la unión de dos hechos relativos a la vida de santa Clara, ambos contenidos en los textos hagiográficos compuestos con las declaraciones aportadas por las hermanas del convento de San Damián durante el proceso de canonización y en la obra Leyenda de Santa Clara, elaborada en el siglo XIII y que no es sino un compendio de las declaraciones mencionadas (2). En primer lugar, según estos textos, durante su larga enfermedad, Clara hilaba telas de lino con las que se hicieron unos cincuenta pares de corporales, que fueron distribuidos por las iglesias dependientes del obispado de Asís. Por otra parte, muchas de las hermanas narraron que, durante un ataque sobre la ciudad de Asís de tropas sarracenas, mercenarias del emperador Federico II, la santa tranquilizó a sus hermanas asegurándoles que no sufrirían daño alguno, lo que se cumplió. Una de las monjas añadió que la revelación se la había hecho a santa Clara una hostia consagrada que guardaba en un cofrecito. No parece que las historias de los corporales y los sarracenos tuvieran gran relevancia en el siglo XIII, ni tampoco en los dos siguientes, ya que durante esas primeras centurias posteriores a la canonización a la santa se la solía representar con atributos tales como un ramo de lirios, símbolo de su virginidad, y el libro de la regla monástica que le había sido otorgada por el papa (3); de hecho, es así como la vemos representada en las pinturas del coro bajo del convento salmantino, catalogadas como del siglo XIV.





Santa Clara de Asís en las pinturas, datadas como del siglo XIV, en el coro bajo de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca. 

Ahora bien, a partir de la Contrarreforma, el asunto de los corporales para consagrar y la confianza puesta en la hostia como infalible protección frente a los sarracenos empujaron a la Iglesia a convertir a santa Clara en adalid del sacramento eucarístico. Como era habitual en la Edad Moderna, la historia de los atacantes musulmanes se adornó un poco y allá por 1610 Fray Luis de Miranda (4) transformó a la cándida y enferma clara de Asís en una mujer heroica que había salido a la puerta del convento empuñando enérgicamente una anacrónica custodia que, a la vista de los mahometanos, comenzó a emitir Dios sabe qué fuerza, provocándoles un miedo cerval y haciéndoles huir despavoridos. Fue a partir de entonces cuando a la santa de Asís se la comenzó a representar con la custodia en las manos, que en muchas ocasiones iba acompañada de uno de los corporales que ella misma había hilado según una leyenda más antigua. En cualquier caso, tal y como afirma el profesor Carlos Javier Castro Bueno, lo importante es comprender que esta iconografía eucarística de la custodia y los corporales “es, pues, una imagen de la Contrarreforma” (5).


Santa Clara representada antes de la Contrarreforma. 


Santa Clara de Asis representada con custodia y corporal en una pintura anónima del siglo XVIII que se exhibe en el coro alto de las Clarisas de Salamanca. 


La Santa de Asís en el altar barroco de la iglesia de las Claras de Salamanca.

Como decíamos unos párrafos más arriba, en el convento de Santa Clara de Salamanca se conservaron hasta hace unos años dos corporales expuestos en un relicario con forma de custodia (6). Dicho relicario y la nota que lo acompañaba están datados como del siglo XVII (7), lo que está en línea con la iconografía eucarística propia de la Edad Moderna a la que acabamos de hacer referencia. Los corporales fueron extraídos del citado relicario, que sigue expuesto junto a un buen número de reliquias en el coro bajo del convento, conteniendo ahora la imagen de una religiosa. Tras abandonar las hermanas el convento en diciembre de 2019, uno de los corporales terminó en el monasterio salmantino de la Purísima Concepción, perteneciente a las Franciscanas Descalzas de la Orden Clarisa, y el otro en el convento zamorano del Corpus Christi, también llamado del Tránsito, habitado por Clarisas Descalzas. En cuanto a su datación, el franciscano Ignacio Omaechevarría y la experta en tejidos María Ángeles González Mena piensan que la tela de los corporales bien podría ser del siglo XIII, dando credibilidad así al viaje de las damas salmantinas a Asís (8). Ahora bien, el extraordinario estado de conservación de la tela hace que no sea descabellado pensar que la historia de los corporales bien hubiera podido ser fruto de los procesos de creación de memoria que muchos cenobios, en correspondencia con lo que hizo la nobleza, siguieron durante la Edad Moderna y, en el caso concreto de Clara de Asís, impulsados también por el espíritu de la Contrarreforma. Es por ello que, careciendo de documentación relativa al origen de los corporales y conociendo el énfasis que se puso en el reconocimiento de santa Clara como defensora a ultranza de la eucaristía durante la Edad Moderna, pensamos, al igual que Isaac Vázquez, que la historia del viaje de las damas salmantinas a Asís y los corporales que supuestamente trajeron de vuelta pertenecen al campo de las narraciones legendarias.


Corporal que se según la tradición fue tejido por santa Clara y que se conserva actualmente en el monasterio de la Purísima Concepción de Salamanca.

[1] Vázquez, I. (1977). Documentación pontificia medieval en Santa Clara de Salamanca. Un suplemento al bullarium franciscanum. En Studia Histórico-Ecclesiastica. Bibliotheca Pontificii Athenaei. 19. Roma. Págs. 347-418. Págs. 354-356. Se hace eco de ambas versiones legendarias documentando las siguientes fuentes sobre su origen:

-          El Árbol chronologico de la provincia de Santiago, 1, Salamanca. 1722, de Jacobo de Castro. Contempla el viaje a Asís de dos discípulas de la fundadora, una dama de nombre Urraca que trajeron de vuelta la regla de vida, las reliquias y corporales.

-          La Crónica de la provincia franciscana de Santiago 1214-1614, por un franciscano anónimo del siglo XVII, Archivo Ibero Americano, Madrid, 1971; con Introducción, rectificaciones y notas de Manuel de Castro. Contempla el viaje a Salamanca de dos discípulas de Clara de Asís.

[3] Castro Brunetto, C.J. (1997) Iconografía de Santa Clara de Asís y Santa Rosa de Viterbo en Canarias. Revista de Historia Canaria. Nº 179. Págs. 73-100. Pág. 76.

[4] Castro Brunetto, C.J. (1997) Iconografía de Santa Clara de Asís y Santa Rosa de Viterbo en Canarias. Revista de Historia Canaria. Nº 179. Págs. 73-100. Pág. 83.

[5] Castro Brunetto, C.J. (1997) Iconografía de Santa Clara de Asís y Santa Rosa de Viterbo en Canarias. Revista de Historia Canaria. Nº 179. Págs. 73-100. Pág. 76.

[6] Omaechevarría, I. y González Mena, M.A. (1995). Cuatro corporales atribuidos a Santa Clara de Asís. Revista de dialectología y tradiciones populares. Tomo 50. Cuaderno 1. Págs. 197-220. Pág. 217.

[7] Omaechevarría, I. y González Mena, M.A. (1995). Cuatro corporales atribuidos a Santa Clara de Asís. Revista de dialectología y tradiciones populares. Tomo 50. Cuaderno 1. Págs. 197-220. Pág. 203 y 217.

lunes, 23 de diciembre de 2024

Santo Martino de León

Martino, subdiácono del convento de canónigos regulares de San Agustín de León, donde habitaba desde niño junto a su padre, que se enclaustró en dicho cenobio tras quedarse viudo, abandonó la tierra que le vio nacer para peregrinar por el mundo unos tres años antes de la muerte del emperador Alfonso VII, que había decretado que su hijo mayor, Sancho, reinara en Castilla y su hijo menor, Fernando, lo hiciera en León. A su vuelta, treinta años después, hacia 1185, los dos reinos se encontraban en intermitente conflicto por los territorios y los castillos fronterizos hasta que se terminó librando una cruenta guerra de dos años que acabó en 1197, cuando el rey de Castilla Alfonso Sánchez casó a su hija primogénita, Berenguela, con su primo carnal el rey de León Alfonso Fernández.


San Martín de León, más conocido como Santo Martino, ya que el leonés arcaico conservaba todas las sílabas del latín Sanctus Martinus, representado en uno de sus códices elaborados en el siglo XII. 

La infanta castellana, que apenas tenía diecisiete años cuando se casó, debió de quedar profundamente impresionada cuando, una vez convertida en reina consorte de León, pudo contemplar los magníficos tesoros que albergaba la Colegiata de San Isidoro, entre ellos el panteón real, aunque seguramente lo que más le deslumbró fue la personalidad y el bagaje cultural y espiritual de uno de sus más longevos habitantes, Martino, canónigo de la misma y confesor de la pareja real, que había visitado en su juventud los cuatro centros principales de peregrinaje de la Cristiandad: Santiago de Compostela, Roma, Jerusalén y Canterbury, lugar éste último donde pudo rezar ante la tumba de Tomás Cantuariense, el santo protector de la dinastía materna de la monarca leonesa. Martino, sin duda, tendría preferencia por el santo inglés, ya que ambos eran Agustinos y devotos de la Santísima Trinidad, bajo cuya advocación el sabio leonés abrió una capilla en San Isidoro a cuyas heredades concedieron los reyes exención fiscal.


Panteón real en la Colegiata de San Isidoro de León. 

Berenguela ya habría oído de boca de su madre, Leonor Plantagenet, la historia de cómo su abuelo Enrique II de Inglaterra y su canciller, Tomás Becket, durante un tiempo amigos del alma, se habían convertido en enemigos acérrimos cuando el primero tuvo la mala idea de nombrar arzobispo de Canterbury al segundo. El choque entre el monarca y el prelado terminó con el asesinato de éste último al anochecer del 29 de diciembre de 1170 a manos de cuatro caballeros del séquito de Enrique. La conmoción que este crimen sacrílego causó en todos los reinos cristianos fue enorme e historias de milagros atribuidos a Becket comenzaron a ir de boca en boca a los pocos días de su muerte, así que el papa lo terminó canonizando en 1173 como santo Tomás Cantuariense, viéndose el rey de los ingleses abocado a hacer penitencia pública en 1174 delante de la tumba del que había sido su amigo, al que se encomendó desde ese momento, rogándole además protección para su dinastía.


El asesinato del arzobispo Tomás Becket representado en la iglesia de San Nicolás en Soria, ciudad natal del rey Alfonso VIII de Castilla, yerno de Enrique II de Inglaterra, que sufrió la acusación de ser el inductor del crimen del prelado. 

No sabemos si fue su madre o Martino quien le contó a Berenguela la historia de cómo tres cuervos se posaron sobre el todavía caliente cadáver de Becket, manchándose el pico y las patas con la sangre del santo y convirtiéndose así, de forma milagrosa, en chovas piquirrojas, prodigio que dejaba claras las cualidades taumatúrgicas del rojo fluido. Aquella sangre fue recogida cuidadosamente por los monjes de Canterbury, que vieron una buena oportunidad de negocio en mezclar unas gotas de la misma con grandes cantidades de agua para convertirla en milagrosa y luego verterla con un jarro en las pequeñas ampollas de plomo que los peregrinos compraban y colgaban de sus cuellos. 


Pintura del siglo XIV sin identificar en el coro bajo de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca. Las vestiduras obispales con la casulla roja y los atributos de la espada y el jarro, elemento éste último que podría representar el agua milagrosa, nos hacen pensar que se trata de santo Tomás Cantuariense. 


Ampolla de plomo que las gentes que peregrinaban a Canterbury adquirían para que los monjes vertieran en ella el agua del santo inglés. Pieza conservada en el British Museum. 

Uno de los pin con la efigie del santo inglés que estaban a la venta en el siglo XII en la catedral de Canterbury. Pieza conservada en el British Museum. 


Vidriera de la catedral de Canterbury que da cuenta de la curación, gracias al agua de Becket, de la epilepsia que sufría la monja Petronila de Polesworth. 

El caso es que Martino conoció en persona el trasiego que se hacía en Canterbury del agua curativa, y además es probable que fuera él quien trajo a León la reliquia del Cantuariense que Alfonso IX de León y Berenguela pudieron adorar en San Isidoro. Leonor Plantagenet, por su parte, asumió el mecenazgo de una capilla dedicada al Cantuariense en la catedral de Toledo, acción que se llevó a cabo como agradecimiento por la conquista castellana de Cuenca en 1177, en cuya Hoz del Júcar habitan los córvidos de pico y patas rojas que terminarían formando parte del escudo de Canterbury en recuerdo del martirio de Becket en esa ciudad. Quién sabe si la abundante presencia de dicha ave en los escarpes de Cuenca no fue tomada por Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet como una señal inequívoca de que el Cantuariense les favorecía en su misión de conquista frente a los musulmanes.


Arriba, ilustración científica de una chova piquirroja. Abajo, a la izquierda, escudo de la ciudad de Canterbury y heráldica atribuída al arzobispo Tomás Becket en el siglo XIV. Abajo, a la derecha, una de las cinco chovas piquirrojas que forman parte de la decoración heráldica de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca, ciudad de la que fue tenente la reina Berenguela. Ilustraciones de Nacho Sevilla. 


Santo Tomás Cantuariense en una pintura del siglo XIII que se conserva en la iglesia de la capital salmantina que está bajo su advocación. 

Tanto fue el aprecio que Berenguela sintió por Martino que puso bajo sus órdenes a siete amanuenses para que trabajaran en el scriptorium del monasterio de San Isidoro, donde a duras penas llevaba a cabo su labor el anciano canónigo, dada la pérdida de movilidad causada por una enfermedad que la medicina moderna cree que fue una arteritis de células gigantes asociada a un síndrome de Charles Bonnet.


Letra capital M en una de las obras teológicas de santo Martino de León. 


Procesión de la Cofradía de Santo Tomás de Canterbury del barrio de Puente Castro de León. No sabemos si la cofradía se fundó en vida de Martino y Berenguela o en el XVI o XVII como reacción a la Reforma protestante y a la prohibición del culto al santo en Inglaterra. 

Martino murió el 12 de enero de 1203, un año antes de que Berenguela se viera obligada a abandonar el reino de León a causa de la disolución de su matrimonio por motivos de consanguinidad, pero durante los años de colaboración y amistad entre el fraile leonés que visitó la tumba del Cantuariense y la nieta del rey que lo declaró el santo protector de su dinastía se construyeron en el reino de León iglesias dedicadas al mismo, que sepamos, en Avilés, Salamanca, Toro y Zamora y hasta un hospital de peregrinos en Astorga.



Anverso y reverso de una medalla conmemorativa de Santo Martino de León del año 1985. 

Berenguela se convertiría en reina madre de Castilla y de León en el año 1230, siendo por entonces cuando se inventó en estas tierras la innovación heráldica del escudo cuartelado con castillos y leones, señal que decora profusamente la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de la ciudad leonesa de Salamanca junto a otros emblemas y las figuras de cinco chovas piquirrojas, encontrándose todo el conjunto a tiro de piedra de la iglesia salmantina que está bajo la advocación de santo Tomás Cantuariense. ¿Quiso la reina madre representar que el santo protector de su familia materna había favorecido que su hijo Fernando llegara a ser rey de Castilla en 1217 y de León en 1230, alcanzándose por fin la paz entre los dos reinos? ¿Era esta una forma de recordarle a su nieto, el infante mayor Alfonso, tenente de Salamanca hacia 1240, su condición de tataranieto de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania? Porque el caso es que unas chovas piquirrojas pintadas en la techumbre medieval de una iglesia salmantina no pueden ser simples elementos decorativos, tienen que ser algo más. 



Escudo cuartelado de Castilla y de León y chova piquirroja pintados en el arrocabe de la techumbre de iglesia de las Claras de Salamanca.

sábado, 14 de diciembre de 2024

La cruz en el espejo

Concluimos hoy la descripción del juego de espejos que creemos que se da entre los emblemas del primer tramo del arrocabe derecho y los del primer tramo del arrocabe izquierdo, artificio iconográfico que debía servir de speculum princeps al infante mayor Alfonso, heredero de su abuela Berenguela y de su padre, Fernando III de Castilla de León, y tenente de Salamanca en 1240, precisamente en torno a las fechas en las que creemos que se decoró con motivos heráldicos la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de la ciudad del Tormes. 

De este modo, el infante mayor, representado como tenente de Salamanca, debía tener como referencia para el buen gobierno a sus bisabuelos maternos, los reyes de Castilla Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, conquistadores de Cuenca y vencedores en la batalla de las Navas de Tolosa, librada en el año 1212, dos años antes de la muerte de ambos.



Representado como hijo de Beatriz de Suabia, por lo tanto miembro de la familia Hohenstaufen, ha de seguir también los pasos de su padre, el monarca con el que los reinos de Castilla y de León comenzaron su andadura conjunta y totalmente centrados en la empresa de reconquistar los territorios que el Islam había ocupado en el año 711. 


Como gobernante del reino de León en nombre de su padre, su modelo ha de ser su abuelo paterno, el monarca Alfonso IX, el conquistador de Cáceres, Mérida y Badajoz, al que la familia de su abuela paterna Berenguela siempre consideró como vasallo del reino castellano.


Como infante mayor y nieto de la que había sido reina consorte de León y heredera del reino de Castilla, su abuela paterna Berenguela, ha de dejarse guiar por las enseñanzas impartidas por la misma, ya que no en vano fue ella la artífice de que las aguas volvieran a su cauce en pos de la Reconquista, aunque esta vez con el reino castellano como nuevo centro principal de poder. 


Y, como no, su guía principal en las tareas de gobierno y de Cruzada habría de ser la religión cristiana, puesto que, como ya hemos visto en entradas precedentes, en la Edad Media la iconografía cristológica era en gran parte compartida con la iconografía regia. De ahí que en la decoración heráldica de la techumbre haya reyes representados con flores de lis, siendo Cristo el lirio de los valles y el monarca su representante en la tierra; también hay personajes protegidos por la capa de un rey (los emblemas verados), del mismo modo que la Virgen de la Misericordia protege a los cristiano y, además, hay reyes que siguen a estrellas de ocho puntas que guían hasta Santiago del Compostela, del mismo modo que los Reyes de Oriente siguieron al mismo astro hasta el portal de Belén.

De este modo, en la tabica superior del primer tramo del arrocabe izquierdo nos encontramos una cruz flordelisada y hueca, precisamente el mismo tipo de cruz que Fernando III empleaba por en sus signos rodados el tiempo en el que creemos que se decoró la techumbre.



No descubrimos nada, si decimos que para la reina Berenguela la fe cristiana estaba en el centro de todo; sellaba sus documentos con un "Señor, enséñame a hacer tu voluntad" y eligió para el descanso eterno una almohada en la que se bordaron las palabras "no hay más divinidad que Dios". Pero, además, estaba empeñada en transmitir esas ideas al heredero, prueba de ello es que en prólogo del Chronicon Mundi, obra cuya función principal fue la instrucción del infante mayor, Lucas de Tuy señalaba que de las cinco cualidades que debe tener el buen rey las dos primeras son “conocer al Creador y su Rey, Padre, Hijo y Espíritu Santo” y “confesar la fe católica por costumbres y palabras”.

Por lo tanto, la siguiente pregunta que plantea este speculum princeps iconográfico es, frente a Dios, qué posición ocupa o debe ocupar el infante mayor. La respuesta, una vez más, está en el emblema enfrentado al de la cruz en en otro lateral del arrocabe de techumbre. Allí nos topamos con un icono ya conocido, las cinco flores de lis, que, en nuestra opinión, representan la unión de los cinco reinos cristianos peninsulares en la lucha contra los musulmanes. 


Alfonso estaba llamado a ser el heredero de su abuelo paterno en el liderazgo de esa lucha, no en vano por esa época el infante mayor ya había negociado y sellado el tratado de Almizra con su futuro suegro, Jaime I de Aragón, consiguiendo hacerse prácticamente con el monopolio de lo que restaba de la Reconquista. Pero, seguramente, ese emblema tenía otro significado más profundo, el de la conveniencia de mantenerse fiel al papa en la defensa de la fe y en la Cruzada contra los almohades, algo que sin duda alguna Berenguela, consciente de los problemas que las desavenencias con el pontificado le habían ocasionado en vida, procuró dejarle bien claro a su nieto.

En definitiva, parece que Berenguela quiere advertirle muy seriamente a su nieto de la necesidad de ser un perfecto monarca cristiano bien avenido con el papa, tal y como lo fue su bisabuelo materno Alfonso VIII de Castilla y a diferencia de lo que fue su abuelo paterno Alfonso IX de León, al que siempre le importó un higa lo que se dictara desde Roma.


Reconstrucción infográfica de los emblemas por el heraldista salmantino José Moreiro Píriz

La chova piquirroja en el Senado

Las chovas piquirrojas de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca han abandonado la quietud de su letargo de sig...