viernes, 15 de noviembre de 2024

El tenente que llegó a ser rey - Primera parte

¿No os suele pasar eso de que lees un libro y la introducción no la entiendes hasta que finalizas la lectura del mismo? Bien, pues esto es exactamente lo que nos ha ocurrido a nosotros a la hora de intentar comprender lo que representan el primer tramo derecho e izquierdo del arrocabe de la techumbre. Nos enfrentamos a la interpretación de la iconografía de la armadura comenzando por estas tabicas y, sin embargo, hemos tenido que comprender el resto de la decoración del arrocabe y de los cuadrales para poder comenzar a intuir la intencionalidad de los mismas. Ahora estamos convencidos de que el primer tramo del arrocabe derecho y el primer tramo del arrocabe izquierdo son el prólogo que justifica la obra en su totalidad.

Porque el caso es que haber localizado a la reina Berenguela, representada con el castillo de oro de su padre y la chova piquirroja del santo protector del linaje Plantagenet, ahora no nos parece que fuera tan difícil, del mismo modo que nos parece claro que al lado de estas tabicas que nos hablan de la monarca se representa la proclamación de su hijo, rey de Castilla desde 1217, como rey de León en 1230. Muy diferentes han sido las cosas para los primeros tramos de arrocabe, los que nos encontramos nada más subir a la pasarela que nos permite admirar la techumbre a la altura de nuestros ojos, ya sea por el lado derecho o por el izquierdo, porque, desde luego, han sido causa de múltiples desazones y zozobras.


Primer tramo del arrocabe derecho.


Primer tramo del arrocabe izquierdo.

Vamos a comenzar hablando de los cuatro emblemas con palos de gules en campo de oro y con una bordura de azur cargada de cruces que podemos ver en la tabica inferior del primer tramo del arrocabe izquierdo. Sobre el origen de este emblema, que aún hoy consta en la partición izquierda del escudo de la ciudad de Salamanca, se han escrito muchas páginas, y las que quedan por escribir, puesto que atribuirlo a un tal conde don Vela que era hijo ilegítimo del rey de Aragón y que había luchado en Tierra Santa no deja de ser seguidismo de una leyenda heráldica más de las muchas que se inventaron los fantasiosos genealogistas y heraldistas de la nobleza durante la Edad Moderna. Su origen, por fuerza, ha de ser otro. En cualquier caso, de lo que nosotros estamos convencidos ahora mismo es de que a mediados del siglo XIII este emblema representaba al tenente de la ciudad de Salamanca. Su presencia en otros lugares tales como la iglesia de San Marcos o la de San Martín, en este último caso junto a las armas reales (el cuartelado de castillos y leones) y concejiles (el toro sobre el puente), dejan poco lugar para la duda.


Emblema con tres palos de gules en campo de oro y con una bordura de azur cargada de cruces que podemos ver en la tabica inferior del primer tramo del arrocabe izquierdo.


Armas reales en el interior de la iglesia de la Real Clerecía de San Marcos en Salamanca. Reconstrucción del escudo por el heraldista José Moreiro Píriz. 



El mismo emblema pintado en el interior de la iglesia de San Marcos, que adquirió el título de Real Clerecía en el año 1202, siendo Berenguela de Castilla reina consorte de León. Reconstrucción del emblema por el heraldista José Moreiro Píriz. 




Conjunto de tres blasones dispuestos de forma triangular, con el cuartelado en la posición superior, situados bajo el campanario de la iglesia de San Martín. Reconstrucción de los escudos por el heraldista salmantino José Moreiro Píriz. 

Dado que la tenencia de la ciudad en el tiempo en el que creemos que se decoró la techumbre, hacia 1245, la ostentaba el infante Alfonso, nieto de Berenguela y futuro Alfonso X de Castilla y de León, creemos que esta sucesión de emblemas que aparece en el primer tramo del arrocabe derecho representa a su persona, del mismo modo que las sucesiones de cuatro emblemas que encontramos en otras tabicas representan a otros miembros de su familia, ya sean sus bisabuelos y abuelos por parte de su padre y sus padres, el rey Fernando III y la reina Beatriz de Suabia. El otro argumento a favor de esta teoría se basa en nuestra interpretación de las figuras heráldicas representadas en los emblemas de la tabica superior y en los que aparece un emblema del reino de León, donde el infante Alfonso ocupaba ya, al ser el heredero, importantes tenencias, y el águila de los Honhenstaufen, alusiva al linaje de su madre, la reina consorte Beatriz de Suabia.



Frente a esta tabica, en el arrocabe izquierdo, nos encontramos los emblemas del castillo de oro y del león de oro en campo de sable, de luto, que no nos cabe duda de que son un trasunto de los sepulcros de los reyes Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet que se conservan en el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas. De este modo, el heredero del trono tiene como reflejo a sus bisabuelos, conquistadores de Cuenca en 1177 y líderes de los cinco reinos cristianos peninsulares —Castilla, Navarra, Aragón, León y Portugal— en la campaña que condujo a la victoria de las Navas de Tolosa de 1212.


Esta imagen del infante Alfonso en el lado derecho frente a Alfonso VIII en lado izquierdo en esta introducción del arrocabe anuncia, en nuestra opinión, que toda esta obra va a ser un
speculum princeps para el futuro monarca, que habría de rematar la labor de Cruzada iniciada por su bisabuelo paterno y continuada por su abuelo paterno, Alfonso IX de León, conquistador de Cáceres, Mérida y Badajoz y por su padre, Fernando III, conquistador de Úbeda, Baeza, Jaén, Córdoba y Sevilla. Alfonso X aprendió de sus mayores y cumplió más que de sobra arrebatando al Islam los reinos de Murcia, el de Niebla y el del Algarve y las ciudades de Medina Sidonia, Lebrija y Cádiz.

Lo que representan los emblemas que decoran las tabicas superiores de estos dos primeros tramos de arrocabe lo trataremos en las dos siguientes entradas, aunque aquí ya hemos dado cuenta del león y del águila que aparecen en el primer tramo del arrocabe derecho.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Alegato por la techumbre

Resulta realmente difícil ofrecer en apenas unos párrafos una conclusión al respecto de lo que supone para la Historia y la Historia del Arte la techumbre de la iglesia del Real Convento de Santa Clara de Salamanca, ya que hay tantas razones que la hacen única, que dar cuenta solamente de alguna de ellas sería una verdadera injusticia, puesto que todas son de gran calado.


Representación de la proclamación de Fernando III de Castilla como rey de León en 1230.

Aun si la viéramos desnuda de su iconografía, considerada únicamente desde el punto de vista arquitectónico, todo apunta a que estamos ante un perfecto ejemplo de la carpintería de lo blanco, concretamente de una armadura de par y nudillo rematada en lima bordón de las más antiguas del país, lo que, per sé, bastaría para considerarla como una obra de gran relevancia. 


Una armadura rematada en lima y bordón y con apenas siete centímetros de sección en los pares y nudillos, una medida que delata su antigüedad, ya que esta técnica constructiva era común antes del siglo XIII y se abandona cuando esta carpintería alcanza su apogeo en las ciudades conquistadas a los musulmanes durante el reinado de Fernando III, todo esto según el que fuera restaurador de la techumbre a finales de los años ochenta del pasado siglo, el arquitecto Enrique Nuere Matauco.

Pero obviamente su mayor valor está en la carga simbólica expresada a través de su decoración heráldica. No creemos que exista otra obra heráldica del siglo XIII o anterior que muestre tal despliegue de iconos, escudos y emblemas. Así las cosas, heráldicamente sería justo considerarla como la cuna del que después se conoció como arte del blasón. No conocemos otra obra que mejor refleje el nacimiento de la heráldica, que germinó en el siglo XII y precisamente en el entorno del mundo caballeresco y del amor cortés de las cortes aquitana y castellana, donde cada emblema era una senhal plena de significado. Nunca nos cansaremos de decirlo, si en heráldica existen los emblemas parlantes, tales como el león del reino de León, el castillo del reino de Castilla o la cabra del linaje Cabrera, esta armadura es, en su conjunto, una joya arquitectónica parlante.


Representación de la muerte de Alfonso IX de León en el año 1230. 

Como armadura parlante que es, nos ofrece un discurso narrativo, siendo éste otro de sus grandes valores: la historia que se cuenta. Estamos ante la versión iconográfica de algunos de los capítulos de las crónicas De Rebus Hispaniae de Rodrigo Jiménez de Rada o de la Chronicum Mundi de Lucas de Tuy, ambas promocionadas por la reina Berenguela. No solamente  se trata de que cada emblema tiene un significado por sí mismo, sino también de que todos, como conjunto, están dispuestos con una intencionalidad paralela y complementaria a la que tenían esas crónicas coetáneas. Impresiona el ingenio del ideólogo o ideóloga de la decoración para representar visualmente, a través de esta heráldica primigenia, ciertos personajes y hechos históricos.


El emblema del rey Fernando III de Castilla y de León junto al león de oro en campo de gules de su bisabuelo Enrique II de Inglaterra y la chova piquirroja de Tomás de Canterbury, santo protector de la dinastía Plantagenet.

En nuestra opinión la techumbre glosa la unión de los reinos de León y Castilla en la persona del rey Fernando III, un hecho acaecido en el año 1230 y que, a ojos de historiadores del calado de Ramón Menéndez Pidal, es el germen de lo que hoy en día es España. Seguramente estamos ante la única obra pictórica que glosa ese hecho histórico en el momento en el que se produjo el mismo, una genialidad muy probablemente ideada por una de las protagonistas de todo aquel asunto, la reina Berenguela la Grande (1180-1246). Además, el estudio riguroso de los hechos históricos representados demuestra que la búsqueda de la paz entre estos dos reinos fue el motivo fundamental que impulsó dicha unión y que la diplomacia desplegada por dos mujeres, Teresa de Portugal  y Berenguela de Castilla, las exesposas de Alfonso IX de León, consiguió lo que en las décadas anteriores la guerra librada por los hombres había hecho imposible.


Emblema cuartelado de Fernando III de Castilla y de León y brisura del mismo, con el cuartelado en aspa, para representar a la reina madre Berenguela. Quizá estemos ante las representaciones más antiguas que se conservan de nuestro cuartelado, que fue una innovación heráldica castellana surgida a mediados del siglo XIII. 

La política matrimonial propia de la época, también representada en esta techumbre a través de las reinas Leonor Plantagenet, Berenguela, Beatriz de Suabia, Juana de Ponthieu y Violante de Aragón da a la misma una dimensión nacional e internacional, ya que el estudio de su decoración requiere y a la vez facilita el conocimiento de las circunstancias históricas de otras monarquías hispanas, pero también de las de Portugal, Francia o Inglaterra. Para la historia de este último país resulta especialmente significativo que las chovas piquirrojas pintadas en el arrocabe, alusivas a santo Tomás de Canterbury, puedan ser las más antiguas que se conservan.


Representación de la fallecida Beatriz de Suabia, primera esposa de Fernando III.

Pero, sin duda, el asunto que resulta más controvertido y que más intriga causa es el de saber quién fue el verdadero ideólogo o ideóloga de la decoración iconográfica de la armadura, ya que, a falta de un documento que aclare definitivamente tal asunto, siempre nos veremos envueltos en un enigma. Ahora bien, si en su Chronicon Mundi Lucas de Tuy comienza proclamando el mecenazgo que Berenguela le concedió, en el caso de la techumbre pensamos que existe una declaración iconográfica de mecenazgo en las tabicas centrales de los arrocabes laterales, las primeras que veían los fieles al acceder al templo, si levantaban la vista para admirar la colorida armadura. Dichos lienzos centrales plenos de emblemas y figuras se convierten así en una especie de firma de autor, reconociendo y ensalzando a la ideóloga de la decoración de la armadura. Parece como si esas tabicas que contienen los emblemas del castillo, la chova piquirroja, el cuartelado aspado de leones y castillos y unas flores de lis con dos cetros cruzados fueran una manera iconográfica de decirnos Berenguela me fecit


Berenguela de Castilla y de León, hija de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor Plantagenet, reina madre de Castilla y de León.

Así las cosas, dado el conocimiento y reconocimiento que proporciona de la figura de esta singular monarca, la techumbre además tiene un gran impacto desde una perspectiva de género, ya que cualquiera que la investigue terminará convencido de que ya en el siglo XIII hubo mujeres que ejercieron el poder con una gran independencia. En efecto, la Grande no sólo mostró su orgullo de ser reina de cara a la galería, sino que, tal y como hicieron su abuela Leonor de Aquitania, su madre Leonor Plantagenet y su hermana Blanca de Francia, tomó las riendas de asuntos de estado tales como la administración ordinaria, la política matrimonial, las crónicas históricas y la formación del heredero, de la cual se encargó personalmente, conocedora de cómo la educación influye en los actos futuros de las personas. Fue hasta tal punto consciente de esto último que nosotros estamos convencidos de que la monarca diseñó la decoración de esta techumbre para ofrendársela a su nieto, el futuro Alfonso X, que antes que rey fue tenente de Salamanca y que demostró haber comprendido el mensaje del speculum princeps al referirse a su abuela con estas emotivas palabras contenidas en la Crónica General:

Esta era espeio de Castiella et de León et de toda Espanna, por cuyo conseio et por cuyo seso sse guiauan muchos reynos. (…). Llorada fue por Castiella de conjeios et de todas las gentes de todas lees; muy llorada fue de caualleros pobres a quien ella muchos bienes fazia. Esta era toda conplida sienta et amiga de Dios. La nonbradia de sus bienes, et de las bonas obras et de las noblezas desta, fue esparzida por todo el mundo; ca esta fue enxienplo de toda bondat, a la qual aya Dios merced et piedat.

jueves, 31 de octubre de 2024

Alienor regina, in memoriam

Hace justo un año publicamos una entrada titulada "Noche de difuntos en Las Huelgas de Burgos" en la que os narrábamos lo animado que ha estado el panteón real del monasterio a lo largo de los siglos.



Lo que no os contamos entonces es que la promotora del mismo falleció, precisamente, un 31 de octubre. En efecto, hoy hace 810 años que se apagó la brillante luz de Leonor Plantagenet, reina consorte de Castilla, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, madre de Berenguela la Grande e introductora de la poesía trovadoresca en la corte de Burgos. La otrora monarca esbelta y elegante, que solía vestir un ciclatón de tela roja adornado con un león bordado en hilo de oro, se despidió de este mundo en la víspera de Todos los Santos, sintiéndose agotada, triste y extremadamente preocupada.


Leonor terminó rendida por las fiebres cuartanas que la llevaron a la tumba, pero, sobre todo, por las consecuencias del desgaste físico provocadas por una vida en una corte itinerante, que la tenía casi siempre en camino en pos de la paz con los reinos cristanos vecinos y con la vista siempre puesta en la cruzada contra los almohades.


Murió triste porque hacía sólo tres semanas que las fiebres se habían llevado a su compañero de vida, Alfonso VIII, el vencedor de las Navas de Tolosa, adalid de la lucha contra los musulmanes en la península Ibérica y firmante de diplomas regios siempre con la fórmula "una cum uxore mea" (junto con mi esposa).


Pero, por encima de todo, Leonor, tras haber sufrido tantos desvelos sen vida, murió preocupada al saber que dejaba la siguiente jugada de la partida de ajedrez castellana en manos de un niño de diez años, su hijo Enrique, al que todo el mundo trataría de controlar y manejar en los apenas tres años que le quedaban de vida. Por si fuera poco, también moría habiendo quedado en jaque la paz con el reino leonés, y eso a pesar de  que en 1197 había logrado convencer a su esposo para casar a su hija Berenguela con el primo Alfonso IX de León. Una unión matrimonial que se habían negado a asumir los dos Alfonsos, a los que Lucas de Tuy llamaba "ferocísimos leones" y a los que nosotros preferimos llamar par de primos cabezotas. Cuántos desvelos y desazones para tratar con uno y otro, para no provocar susceptibilidades entre ellos, para no dar al traste con el plan de buscar la paz a través de ese enlace. Con cuánta alegría y respeto llevó al monasterio de San Isidoro, para celebrar y agradecer la unión, aquel par de estolas en las que ella misma había bordado unos castillos. Pero ese papa ingrato, Inocencio III, dio al traste con todo en 1204 anulando el matrimonio entre el leonés y la castellana.


Muchas veces hemos leído que la reina Berenguela era un animal político o una estratega de gran nivel, sin embargo, por encima de todo, era hija de su madre, de la que aprendió que se consigue más por las buenas que por las malas, que es mejor un mal trato que una buena guerra y, sobre todo, que, como dijo el sabio Unamuno, siempre es mejor convencer que vencer. En nuestra opinión, el secreto del éxito de la unión de los reinos en la persona de Fernando III radicó en una Berenguela educada en la diplomacia, que supo atraer hacia sí a los posibles disidentes entregándoles cargos de confianza en lugar de someterlos a humillaciones.


El 31 de octubre de 1214 Leonor Plantagenet fallecía preocupada, pero, cuando treinta y dos años después murió su hija y le presentó el  balance de su vida, a buen seguro dio por buenos todos los desvelos y pensó de su niña que, como constató el cronista Jiménez de Rada, "no hubo otra que tan perfecta fuera en todas sus obras". Berenguela, nieta de una princesa navarra y bisnieta de una princesa catalana, había mantenido Castilla, recuperado León para su hijo, avanzado en la lucha contra los musulmanes e iniciado un proyecto que culminaría otra mujer, Isabel I de Castilla y de León, al casarse con su primo Fernando de Aragón, un proyecto que era el de la unión de los reinos hispanos, lo que daría lugar con el transcurso del tiempo a un país llamado España.



Emblemas del rey de Inglaterra Enrique II, abuelo materno de la reina Berenguela, y del santo protector de su dinastía, Tomás de Canterbury, en la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca. 

Podcast LEONOR DE INGLATERRA, REINA DE CASTILLA en rneaudio:

viernes, 18 de octubre de 2024

La muerte de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet

Apenas había comenzado el mes de octubre de 1214, el rey Alfonso VIII de Castilla estaba a punto de cumplir cincuenta y nueve años tras cincuenta y seis de reinado, pero las cuartanas no iban a permitir dicho aniversario, acabando con la vida del monarca en la localidad de Gutierre-Muñoz (Ávila). A finales de ese mismo mes, las mismas fiebres palúdicas también se llevaron su esposa, Leonor Plantagenet, la princesa normando-aquitana que había llegado a Castilla para quedarse con apenas diez años. 


Representación de Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet en el Tumbo menor de Castilla (siglo XIII).

El reino lo heredó su hijo Enrique, un niño de diez años, que murió tres años después a consecuencia de un accidente mientras jugaba con sus amigos en el palacio episcopal de Palencia. Fue así como las parcas hilaron que Berenguela, la hija primogénita, heredara en 1217 el trono de Castilla, pero, consciente la monarca de que su exesposo, Alfonso IX de León, reclamaría el trono castellano para sí y de que los magnates no le iban a dejar gobernar siendo una mujer sin marido, proclamó a su hijo Fernando como rey, advirtiéndole, eso sí, de que nada se haría sin dar ella su beneplácito. 

Padres y hermano fueron enterrados siguiendo las instrucciones de Berenguela en el monasterio de Santa María la Real de Las Huelgas (Burgos). En el coro de la iglesia de dicho cenobio todavía podemos contemplar los sepulcros de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, realizados antes de 1279 en piedra caliza policromada y decorados con emblemas heráldicos en la tapa y los frentes de la caja. Ambos sarcófagos están decorados en la tapa y en los lados largos con la seña heráldica parlante de Castilla, el castillo de oro sobre campo de gules. El frontal del sepulcro del rey también se decora con la misma seña heráldica, pero el de la reina exhibe el blasón de su linaje, el propio de una hija de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania, tres leones pasantes de oro en campo de gules. 


Estos sarcófagos se ve que fueron construidos para estar unidos, haciendo honor así a la fórmula empleada por Alfonso VIII al firmar algunos documentos, "Una cum uxore mea" (junto con mi esposa), y a un matrimonio de cuarenta y cuatro años sin que Alfonso VIII tuviera hijos ilegítimos, lo que se trataba una excepción teniendo en cuenta la época en la que vivieron y que él era el rey. 

En la decoración heráldica de la techumbre de la iglesia del Real Convento de Santa Clara de Salamanca estamos convencidos de que hay  dos representaciones más de este matrimonio real. Una entendemos que es un reflejo de la anterior, ya que nos encontramos con el castillo de oro y el león de oro de los Plantagenet, pero no sobre el campo de gules que les es propio, sino sobre uno de sable, mostrando así que los representados por esos emblemas han fallecido y mostrando luto por ello.  El paralelismo entre ambas escenas se nos hace evidente, ya que se trata de los mismos emblemas, mismas tonalidades, mismo orden de izquierda a derecha. De este modo, el descanso eterno en pareja de Alfonso y Leonor de Castilla en Las Huelgas parece que tuvo su reflejo en la glosa heráldica que contiene la techumbre de la iglesia de las Claras de Salamanca, situada en territorio del rey Alfonso IX de León en el momento de la muerte de estos reyes castellanos, pero en territorio de Fernando III de Castilla y de León, su nieto, en el momento en el que creemos que se decoró la techumbre. 

La diferencia principal la encontramos en el león rampante de oro de la techumbre y los tres leones pasantes del sepulcro de Leonor, lo que seguramente se debe a que los segundos son los propios de su hermano Ricardo Corazón de León, siendo el león rampante de oro el emblema utilizado en vida por el padre de ambos, Enrique II de Inglaterra.


Representación de las muertes de los reyes Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet en el arrocabe de la techumbre de la iglesia de las Clarisas de Salamanca. En un momento dado llegamos a pensar que por medio de estos dos emblemas se representaba el luto por la muerte de la infanta Mafalda, su hija, fallecida en Salamanca en 1204.

Pero, ¿por qué hay una representación de los difuntos reyes de Castilla en una iglesia ubicada en Salamanca, siendo esta una ciudad del reino de León en las fechas de sus muertes? La explicación la encontramos en la que creemos que es la segunda de las representaciones de los reyes castellanos, la consistente en la unión por medio de un cordón de oro de los emblemas del castillo sobre campo de gules y de la chova piquirroja, emblema éste último atribuido de forma legendaria al protector de la dinastía Plantagenet, santo Tomás de Canterbury, habiéndose optado aquí por un emblema espiritual del linaje en vez del político, el león de oro.


El caso es que por encima de estos dos emblemas aparece un escudo cuartelado de Castilla y de León, creado a partir de 1230, cuando el hijo de Berenguela, Fernando, el primogénito de su matrimonio anulado en 1204 con el primo de su padre, Alfonso IX de León, fue proclamado rey de León, habiéndolo sido de Castilla, como ya hemos dicho, desde 1217. El cuartelado es en sotuer, se trata de unas armas brisadas, ya que solamente el rey, su hijo, podría exhibir el cuartelado en cruz. Con estos tres emblemas creemos que se nos presenta la reina Berenguela, como hija de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, como introductora del culto a santo Tomás Cantuariense en el reino de León y como reina madre de Castilla y de León en las fechas en las que creemos que se decoró esta techumbre, hacia los años cuarenta del siglo XIII.

En el tramo anterior del arrocabe es donde vemos que aparece el cuartelado en cruz propio del monarca, en las tabicas que interpretamos como la representación de la proclamación de Fernando III de Castilla como rey de León.


En definitiva, la decoración heráldica de la techumbre de la iglesia de las Claras de Salamanca, una obra en la que se relata visualmente cómo los reinos de León y de Castilla llegaron a tener el mismo rey y además coetánea del momento en el que se produjo dicho hecho, tenía que reservar un espacio para la ascendencia de sus promotores e ideólogos, la reina madre Berenguela y el rey Fernando III de Castilla y de León, trayendo así hasta la leonesa Salamanca un pedacito del castellano panteón real de Las Huelgas de Burgos. No en vano Fernando III era nieto de Alfonso VIII de Castilla, hijo primogénito de Alfonso IX de León y de Berenguela de Castilla y tataranieto de Alfonso VII de León y de Berenguela de Barcelona, en cuyos dominios imperiales se incluía Castilla. Que era bisnieto de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania es otra historia, que, como ya hemos contado en este Blog, creemos que se relata también a modo de crónica visual en el arrocabe trasero de la techumbre. 

martes, 23 de julio de 2024

La peña más fiel de Castilla

Hace ocho siglos, Leonor Plantagenet, hija del rey de Inglaterra y de la duquesa de Aquitania, se casó en Tarazona con el rey de Castilla. Corría el año 1170, ella tenía diez años, él quince.


Leonor Plantagenet y Alfonso VIII de Castilla en una página del Tumbo Menor de Castilla, un códice diplomático del siglo XIII de la Orden de Santiago. El rey y la reina sostienen un cordón rematado por el sello regio, símbolo de soberanía.

Nosotros estamos convencidos de que dicha pareja, que reinó en Castilla entre 1170 y 1214, está representada a través de la conjunción de chova piquirroja y castillo que podemos ver como parte de la decoración heráldica que luce el arrocabe de la iglesia del Real Convento de Santa Clara de Salamanca. Su hija primogénita fue Berenguela, que fue reina de León por casarse con el primo de su padre, Alfonso IX, y también de Castilla tras fallecer con pocos años de diferencia sus padres y su hermano Enrique. 


La chova piquirroja emigró a Castilla en busca de Leonor Plantagenet por mandato de Enrique II de Inglaterra, su padre. Debía convertirse en su emblema más personal, ya que era el emblema del santo al que su padre había nombrado protector de su dinastía.


Escudo de la ciudad inglesa de Canterbury con las chovas piquirrojas de santo Tomás y el león de los Plantagenet. 

Ese santo era Tomás de Canterbury, cuya sangre vertida durante su asesinato decían que había transformado milagrosamente a unos cuervos en chovas piquirrojas.


Obra del artista británico Brian Whelan demuestra que la iconografía moderna sigue asociando a santo Tomás de Canterbury con la chova piquirroja.

Es posible que esta otra pareja de emblemas que se puede ver en la ermita de Santa Eulalia en Barrio de Santa María (Palencia), también representen, de un modo más tosco, al matrimonio real, ya que se pintaron en un territorio de su reino y durante la época de su reinado.


Tan extendida debió de estar la representación de esta pareja de emblemas que, cuando ya nadie recordaba su significado, en el siglo XIV, se apropió de ella uno de caballeros de la cofradía de Santiago de Burgos. Johan Pérez de Frías, para lucirla en su escudo cuartelado.


Cuando Leonor de Aquitania negoció el matrimonio de su hija con Alfonso VIII, se aseguró de que las arras fueran bien generosas. Éstas incluyeron, entre otras, las rentas de la ciudad de Peñafiel.


En el castillo de dicha localidad, antiguo señorío de Leonor Plantagenet, hemos vuelto a ver hace unos días aquella conjunción de emblemas, castillo y chovas piquirrojas, pero esta vez en carne, hueso y piedra.


Con la emoción del momento hemos creído escuchar entre graznidos el nombre Leonor, el de la reina castellana descendiente de Aquitania y de Inglaterra.



Ocho siglos después es otra Leonor, esta vez de Borbón, la que aspira a convertirse en reina de los territorios hispanos. Una princesa que tiene en la techumbre de la iglesia del Real Convento de Santa Clara de Salamanca un buen espejo en que mirarse: el de mujeres independientes y defensoras de la paz.


En todo caso, de lo que hoy queremos dejar constancia es de la maravillosa casualidad de que un bando de unas cincuenta chovas piquirrojas moren en el castillo de Peñafiel, manteniendo así todavía unidos aquel par de emblemas en un territorio que perteneció al reino de Alfonso y Leonor. El conde Sancho García tenía razón, aquella iba a convertirse en la peña más fiel de Castilla.


Reconstrucción de un emblema cuartelado con castillos y chovas piquirrojas por el heraldista salmantino José Moreiro Píriz.

jueves, 13 de junio de 2024

La valerosa madre Ángeles

El 13 de febrero de 1973 el diario La Gaceta Regional de Salamanca publicaba el artículo adjunto, que narra la expedición que llevaron a cabo el cronista Antonio Lucas Verdú, el periodista Pedro Casado y el fotógrafo Salvador a las alturas del convento de Santa Clara. La guía del grupo fue la madre Ángeles, la descubridora de la techumbre, siendo la supervisora de la operación, como no podía ser de otra manera, la madre priora del convento. Hoy nos recuerda esta aventura un veterano periodista salmantino por el que siempre hemos sentido especial aprecio. 

Se evitó que la techumbre se vendiera, se restauró, salvándola así de un inminente peligro de derrumbe, y se dijo que los escudos allí pintados debían de pertenecer a familias nobles salmantinas que habían apoyado al convento de una u otra manera. De la chova piquirroja se dijo que era una paloma negra, así que durante cincuenta años nadie la identificó como el córvido que es y mucho menos se dio cuenta de su relación con Tomás de Canterbury, el santo protector de la dinastía Plantagenet. Así las cosas, era imposible que alguien pudiera ver los emblemas entrelazados del castillo y de la chova como la representación de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor Plantagenet, los padres de Berenguela la Grande (1180-1246), para nosotros la creadora de esta decoración heráldica, que creemos que conmemoraba el hecho de que su hijo, Fernando III, se convirtiera en rey de dos reinos, el de Castilla y el de León, a la par que se dejaba constancia de que también podía tener derechos sobre los territorios que sus bisabuelos maternos habían señoreado en Inglaterra y Francia.

Ahora pensamos que esta decoración se concibió como una crónica visual cuyo fin fue educar al infante Alfonso, futuro rey X de su nombre, que hacia 1240, con unos veinte años, ejercía el poder en nombre de su padre en el reino de León, siendo además el señor de Salamanca, tenencia que también ostentó su abuela Berenguela entre 1198 y 1204. 

Tres siglos pasaron las chovas piquirrojas de la techumbre enjauladas entre la falsa bóveda de la iglesia, construida en el siglo XVIII, y el tejado del convento. Ahora, por fin, vuelan libres, invitándonos con sus graznidos a averiguar qué significan todos y cada uno de los emblemas que creemos que las han acompañado durante casi ocho siglos. En este Blog lo estamos intentando, al igual que haremos en una próxima publicación en papel. Hay cosas de las que estamos bastante seguros, de otras casi seguros, y algunas son mera especulación y posiblemente imaginaciones nuestras. Hacemos lo que humildemente podemos con afán de servicio a esta hermosa ciudad, a la que seguro que no queremos menos de lo que la quería la reina Berenguela.

Charo García de Arriba

Miguel Ángel Martín Mas



martes, 11 de junio de 2024

Legítimo es el fruto de tu vientre

Hoy queremos hablar del sexo de las flores y, por qué no, del de las reinas y concubinas reales de la Baja Edad Media, pero no os confundáis, porque la pregunta que nos planteamos es: ¿pistilo o vulva? Volvemos de nuevo a tratar, esta vez desde un punto de vista totalmente diferente, el asunto de la representación iconográfica de la legitimidad para ocupar el trono, en nuestra opinión tan presente en la decoración heráldica de la techumbre de la iglesia del Real Convento de Santa Clara de Salamanca. 


Pin del siglo XIV representando a una vulva peregrina. Es posible que ciertas cosas que causan pudor hoy en día, no lo causaran en la Edad Media, y de ahí ciertas representaciones que consideramos eróticas en los capiteles de algunas iglesias del Románico. 



Mujer que muestra sus órganos sexuales en el capitel del presbiterio de la colegiata de San Pedro de Cervatos (Cantabria). Lo mismo no representa nada pecaminoso, sino más bien la importancia de las mujeres como receptáculos del linaje y como alumbradoras de nueva vida.


Imagen contenida en el libro de oraciones de Bona de Luxemburgo (1315-1349), primera esposa de Juan II de Francia. Se representa la llaga del costado de Cristo y los atributos de la pasión.

Si algo tenemos claro después de tantas y tantas visitas a ese sobrao de la historia de los reinos de León y de Castilla es que las flores de lis sirvieron en la Edad Media para representar a reyes y reinas, siendo éstas últimas sus principales portadoras durante los siglos XIII y XIV.


Sello de Urraca de Portugal, madre de Alfonso IX de León. Su matrimonio con Fernando II de León fue anulado por razones de consanguinidad, pero en su sello personal muestra la flor de lis que la identifica como reina legítima y, en consecuencia, como receptáculo del heredero también legítimo. 


Lirio entre dos leones esculpìdo sobre el supuesto sepulcro de Urraca de Portugal en la iglesia de Santa María Magdalena en Zamora. Ahí está enterrada una reina, eso es seguro.

En defensa de esta teoría os hemos mostrado en varias entradas de nuestro Blog multitud de ejemplos de esta iconografía.


El caso es que, tras analizar las imágenes de flores medievales que hemos ido recopilando y escuchar y leer a investigadores como Isabel Mellén y Gorka López, nos surge la duda de hasta qué punto este emblema estaba relacionado, como se ha dicho tradicionalmente, exclusivamente con el “lirio de los valles” bíblico, ya que quizá la representación esquemática de la sección vertical de una flor aludía también al paralelismo que ésta guarda con la vulva.


Pintura en la iglesia alavesa de Alaiza que ha sido tradicionalmente identificanda con el diablo defecando el mal sobre el mundo. Los profesores Isabel Mellén y Gorka López piensan que en realidad se trata de una dama de la nobleza dando a luz, la cabeza femenina del linaje que era propietario de la iglesia, destacando de esa forma su papel fundamental como continuadora de la saga familiar. 

Es decir, queremos saber si es posible que el juego que planteó la galería de arte Tate Modern ya se podía haber realizado con las flores de lis que acompañaban a la iconografía de las reinas hace siete u ocho siglos. ¿Pistilo o vulva?, esa es la cuestión.



Fijémonos primero en la flor de lis que acompaña al emblema cuartelado en sotuer que, según nuestra interpretación, representa en la techumbre salmantina a Berenguela la Grande, la madre de Fernando III, para ella el indiscutible heredero legítimo de los reinos de León y de Castilla.



Su remate parece tener una clara forma de vulva y, por si fuera poco, se enmarca en un rombo o losange, símbolo de realeza, como ya hemos explicado en varias ocasiones. Se representa de este modo que el poder de las reinas y las damas de la nobleza recaía en su capacidad de engendrar y dar a luz herederos.  


Vamos ahora a analizar esta imagen del cartulario de Toxos Outos. Podemos ver a Teresa de León, hija de Alfonso VI y de su concubina Jimena Muñoz, situada entre su hija Urraca Enríquez y el prometido de ésta. El cetro de Teresa es una flor marchita, ya ha dado fruto que debía, pero la flor de Urraca contiene una piña, símbolo de la fecundidad real y de la sucesión legítima, como hemos venido  explicando. El nuevo fruto nacerá de ella.




Del mismo cartulario es esta imagen de Violante de Aragón, esposa de Alfonso X. La reina sostiene un cetro que se remata con una flor que tiene la misma forma ovalada y el tono rosado fuerte que la de la flor que acompaña al emblema cuartelado de Berenguela en la techumbre salmantina. El rey porta el cetro del poder político, la reina el del poder de engendrar infantes e infantas. 



Y el caso es que hace unos días volvimos a toparnos con algo similar en el Real Monasterio de Santa Clara de Tordesillas, a donde se dice que se trasladaron los restos de Leonor de Guzmán y Ponce de León años después de su muerte. En la sala de entrada a los baños árabes vimos el escudo que mostramos a continuación y que bien podríamos atribuir a esta noble dama, ya que era descendiente de Alfonso IX de León y miembro de la familia Guzmán, casa que lucía en su blasón unos calderos con sierpes. Pero lo más interesante es que su emblema se presenta de forma alterna con otro que muestra una sección floral que remata en pequeñas flores de lis. Las formas, de nuevo, nos recuerdan al sexo femenino. 



Leonor fue ejecutada en Talavera de la Reina un año después de que su amante, el rey Alfonso XI de Castilla y de León, con el que había tenido diez hijos, muriera en Gibraltar en 1350. Los responsables de su muerte fueron la esposa legítima del monarca, María de Portugal, y su hijo legítimo, el rey Pedro I el Cruel, a los que el rey había ignorado completamente en favor de su amante y de sus hijos bastardos. En 1369 uno de los hijos de Leonor, Enrique, vengó su muerte acabando con la vida de su medio hermano, el rey Pedro I, iniciándose así una nueva dinastía con Enrique II el Fratricida como primer rey de la misma. Fue entonces cuando los restos de Leonor se trasladaron a Tordesillas, al convento que antes había sido el palacio mudéjar que su amante había construído para ella. Parece posible que la estancia que albergara sus restos fuera decorada con un escudo que mostrara sus linajes materno y paterno y con esa sección floral, un símbolo de la legitimidad para reinar de su descendencia, los Trastámara.


Detalle del techo de la sala fría de los baños árabes del palacio que Alfonso XI construyó en Tordesillas para Leonor de Guzmán.


Escudo de la casa de Guzmán. 

De vuelta al Real Convento de Santa Clara de Salamanca, que creemos que se fundó con el apoyo de la reina Berenguela y de su hijo Fernando III, cuya legitimidad para reinar en León fue puesta en duda, en el claustro se pueden ver unos capiteles románicos con unas flores en las que la sección del pétalo central muestra una línea vertical que de nuevo delata una abertura.


Quizá sea tan sólo una curiosidad, pero lo que sí resulta realmente curioso es que cuando son hombres los que quienes sostienen cetros rematados en lises, ese pétalo central suele estar completamente cerrado. Por ejemplo, fijémonos en esta pintura que se conserva en el monasterio vallisoletano de Santa María de Valbuena de Duero y que se cree que representa a Alfonso VII y a su concubina Urraca Fernández de Castro.


Ella porta una flor de lis que mantiene una abertura en el pétalo central. En cambio, él porta un cetro con flor de lis de pétalo central cerrado que tiene forma fálica.



La flor de lis cerrada para el rey la encontramos también en el cetro de Alfonso III el Magno y en la flor de lis que decora la tabica que, para nosotros, representa el fallecimiento de Alfonso IX en la techumbre salmantina.



En conclusión, nos planteamos si es posible que, jugando con el paralelismo entre pistilo y vulva, estas lises o adornos florales pudieran ser alegorías de la reina como receptáculo del heredero legítimo y del alumbramiento de la sucesión legítima. Idea que, tal y como como afirma la profesora Isabel Mellén, pudo resultar mucho más natural en la Edad Media de lo que nos hicieron creer en los siglos posteriores.



De hecho, no debemos olvidar que el poder que ostentaron al final de sus vidas Leonor de Aquitania y sus nietas Berenguela de Castilla y Blanca de Francia, lo obtuvieron, precisamente, por la fuerza que les dio ser receptáculos del heredero del trono. Esa fue la razón de su ser y de su poder.


Representación de la reina Berenguela la Grande en el cartulario de Toxos Outos.

Permitidnos terminar esta entrada con un enlace a este estupendo artículo de Roberto Suazo dedicado a las vulvas peregrinas y al tópico literario de "os vulvae", ya que resulta curioso comprobar cómo aquellas hermosas representaciones femeninas creadoras de vida fueron deturpadas por la misoginia a partir de finales del siglo XIV.


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