jueves, 9 de noviembre de 2023

Ilegitimidad I - Odio entre primos hermanos

Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León, primos hermanos y además suegro y yerno, se odiaban con toda su alma. Ambos eran nietos de Alfonso VII, el Emperador, el monarca de León que dividió sus dominios entre dos de sus hijos, ocurriendo así que desde 1157 Fernando II reinaría en León y Sancho III en Castilla, reino éste último que nació en ese mismo año y que iba a convertirse con el paso del tiempo en el preponderante en toda la península ibérica. Los dos Alfonsos se consideraban herederos de Alfonso VII y merecedores de reinar tanto en León como en Castilla, así que ésta sería la razón de la constante rivalidad entre ellos. 


Alfonso VII de León, que reinó entre 1126 y 1158 sobre Asturias, Galicia, León, Zamora, Salamanca, Portugal y Castilla, el abuelo de Alfonso VIII de Castilla y de Alfonso IX de León. 


Distribución de los reinos en la península ibérica a comienzos del siglo XIII, reinando Alfonso IX en León y Alfonso VIII en Castilla. 

Sancho III de Castilla murió apenas un año después de su ascenso al trono, así que, desde 1158, con apenas tres años, su hijo reinó como Alfonso VIII.  El rey niño de Castilla tuvo como tutor a un miembro de la familia Castro y como regente a un miembro de la familia de los Lara, en un intento de equilibrar las relaciones de poder entre estos dos linajes castellanos, pero aquello no podía salir bien y la guerra civil se hizo inevitable. Fernando II de León hizo todo lo posible por hacerse con el control de Castilla aprovechándose de la minoría de edad de su sobrino y de la guerra nobiliaria que se libraba en ese reino, pero murió sin haber podido alcanzar sus objetivos, sucediéndole su hijo, Alfonso IX, en 1188.


Alfonso VIII, monarca de Castilla entre 1158 y 1214.

En junio de ese mismo año los dos primos y monarcas se reunieron en la localidad fronteriza de Carrión de los Condes. El castellano, que tenía un bagaje de treinta años como rey, armó caballero al recién proclamado rey leonés e hizo que éste le besara la mano. Alfonso IX jamás olvidó tamaña afrenta, era inconcebible que el antiguo y glorioso reino de León rindiera vasallaje al nuevo reino castellano. Pero Alfonso IX no lo iba a tener nada fácil ya que tanto Portugal -el condado desgajado de León y convertido definitivamente en reino en el año 1179- como Castilla ansiaban ganar territorios a su costa. Además, existía la amenaza de los musulmanes almohades por el sur, con lo que León pasó de ser el más poderoso de los reinos peninsulares a verse encajonado y rodeado de enemigos por todas partes.


Alfonso IX, monarca de León entre 1188 y 1230. 

En 1197 León y Castilla estaban librando una terrible guerra fratricida. Tropas aliadas castellanas y aragonesas invadieron León por Salamanca y tropas leonesas hicieron lo propio con Castilla por la Tierra de Campos. Cuentan las crónicas que castellanos y aragoneses saquearon y arrasaron la localidad leonesa de Alba de Tormes y causaron verdaderos estragos en las tierras de Salamanca. Leonor Plantagenet, esposa de Alfonso VIII de Castilla, sufría enormemente al ver cómo a Burgos no dejaban de llegar refugiados huyendo de la devastación que los leoneses estaban causando en la Tierra de Campos. Ella, que era hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, la reina que había acudido junto a su primer esposo, el rey de Francia, a luchar contra los sarracenos en Tierra Santa, no podía comprender que dos monarcas cristianos, además primos hermanos, libraran una guerra entre ellos mientras la mitad de la península ibérica estaba bajo el control del Islam. Solamente un matrimonio podía poner fin a esa insensata guerra, así que Leonor propuso casar a su primogénita, Berenguela, con Alfonso IX de León. A Alfonso VIII no le hizo mucha gracia la idea de entregar su hija a su peor enemigo y primo, pero tuvo que ceder, de casta le viene al galgo y la Plantagenet era una mujer de carácter; Alfonso IX, viéndose asfixiado ante tantos enemigos, vio en este matrimonio su salvación y la de su reino. De este modo, Berenguela, infanta castellana, reinó en León entre 1198 y 1204. El matrimonio no pudo durar más ya que el papa Inocencio III, en una bula de 25 de mayo de 1199, había decretado la excomunión de los esposos y el entredicho para el reino de León, declarando "espúrea e ilegítima" cualquiera "prole que viniese de tan incestuosa y maldita cópula".


Inocencio III, papa entre 1198 y 1216, azote de los matrimonios reales incestuosos. 

Era éste un tiempo en el que el papa tenía el poder de echar al traste la política matrimonial de las casas reales puesto que, si los declarados como esposos ilegítimos no se avenían a razones, podían sufrir la excomunión o ver cómo su reino era puesto en entredicho, sentencia ésta que suponía que no se podían celebrar los sacramentos, lo que por fuerza terminaría soliviantando al clero y al pueblo, que no podía casarse, bautizar a sus hijos o enterrar a sus muertos como Dios manda.

Además, el hecho de que un matrimonio real fuera declarado ilegítimo por el papa suponía que los hijos frutos del mismo fueran también declarados ilegítimos, con lo que éstos perdían su derecho a la sucesión, abriendo todo ello las puertas a que el rey se volviera a casar, ese nuevo matrimonio sí pasara el filtro del papa y el trono fuera para el hijo de otra esposa. La ilegitimidad matrimonial y los problemas que ésta causaba fueron una verdadera obsesión para la reina Berenguela, que había sufrido en extremo al verse forzada a separarse de su esposo y a abandonar el reino de León, así que esa obsesión y ese miedo necesariamente habrían de reflejarse en esa crónica histórica visual que nosotros creemos que ella misma diseñó para decorar la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca. Fernando, el hijo de Alfonso IX de León y de Berenguela de Castilla, nacido en el año 1201, fue, según el papa, un hijo ilegítimo, así que su madre luchó denodadamente para revertir su condición, algo que finalmente ocurrió en 1218, lo que permitió que se convirtiera en rey de León en el año 1230, una historia que había que dejar reflejada en una iglesia para que, cada vez que allí se consagrara la forma, se confirmara que todo había ocurrido conforme a derecho y de acuerdo con la voluntad de Dios.

Una techumbre flordelisada - parte I

Contando que la decoración de la techumbre medieval del convento de Santa Clara nos "habla" de hechos acaecidos en los reinos de L...