Hace justo un año publicamos una entrada titulada "Noche de difuntos en Las Huelgas de Burgos" en la que os narrábamos lo animado que ha estado el panteón real del monasterio a lo largo de los siglos.
Lo que no os contamos entonces es que la promotora del mismo falleció, precisamente, un 31 de octubre. En efecto, hoy hace 810 años que se apagó la brillante luz de Leonor Plantagenet, reina consorte de Castilla, hija de Enrique II de Inglaterra y de Leonor de Aquitania, madre de Berenguela la Grande e introductora de la poesía trovadoresca en la corte de Burgos. La otrora monarca esbelta y elegante, que solía vestir un ciclatón de tela roja adornado con un león bordado en hilo de oro, se despidió de este mundo en la víspera de Todos los Santos, sintiéndose agotada, triste y extremadamente preocupada.
Leonor terminó rendida por las fiebres cuartanas que la llevaron a la tumba, pero, sobre todo, por las consecuencias del desgaste físico provocadas por una vida en una corte itinerante, que la tenía casi siempre en camino en pos de la paz con los reinos cristanos vecinos y con la vista siempre puesta en la cruzada contra los almohades.
Pero, por encima de todo, Leonor, tras haber sufrido tantos desvelos sen vida, murió preocupada al saber que dejaba la siguiente jugada de la partida de ajedrez castellana en manos de un niño de diez años, su hijo Enrique, al que todo el mundo trataría de controlar y manejar en los apenas tres años que le quedaban de vida. Por si fuera poco, también moría habiendo quedado en jaque la paz con el reino leonés, y eso a pesar de que en 1197 había logrado convencer a su esposo para casar a su hija Berenguela con el primo Alfonso IX de León. Una unión matrimonial que se habían negado a asumir los dos Alfonsos, a los que Lucas de Tuy llamaba "ferocísimos leones" y a los que nosotros preferimos llamar par de primos cabezotas. Cuántos desvelos y desazones para tratar con uno y otro, para no provocar susceptibilidades entre ellos, para no dar al traste con el plan de buscar la paz a través de ese enlace. Con cuánta alegría y respeto llevó al monasterio de San Isidoro, para celebrar y agradecer la unión, aquel par de estolas en las que ella misma había bordado unos castillos. Pero ese papa ingrato, Inocencio III, dio al traste con todo en 1204 anulando el matrimonio entre el leonés y la castellana.
Muchas veces hemos leído que la reina Berenguela era un animal político o una estratega de gran nivel, sin embargo, por encima de todo, era hija de su madre, de la que aprendió que se consigue más por las buenas que por las malas, que es mejor un mal trato que una buena guerra y, sobre todo, que, como dijo el sabio Unamuno, siempre es mejor convencer que vencer. En nuestra opinión, el secreto del éxito de la unión de los reinos en la persona de Fernando III radicó en una Berenguela educada en la diplomacia, que supo atraer hacia sí a los posibles disidentes entregándoles cargos de confianza en lugar de someterlos a humillaciones.
El 31 de octubre de 1214 Leonor Plantagenet fallecía preocupada, pero, cuando treinta y dos años después murió su hija y le presentó el balance de su vida, a buen seguro dio por buenos todos los desvelos y pensó de su niña que, como constató el cronista Jiménez de Rada, "no hubo otra que tan perfecta fuera en todas sus obras". Berenguela, nieta de una princesa navarra y bisnieta de una princesa catalana, había mantenido Castilla, recuperado León para su hijo, avanzado en la lucha contra los musulmanes e iniciado un proyecto que culminaría otra mujer, Isabel I de Castilla y de León, al casarse con su primo Fernando de Aragón, un proyecto que era el de la unión de los reinos hispanos, lo que daría lugar con el transcurso del tiempo a un país llamado España.