lunes, 23 de diciembre de 2024

Santo Martino de León

Martino, subdiácono del convento de canónigos regulares de San Agustín de León, donde habitaba desde niño junto a su padre, que se enclaustró en dicho cenobio tras quedarse viudo, abandonó la tierra que le vio nacer para peregrinar por el mundo unos tres años antes de la muerte del emperador Alfonso VII, que había decretado que su hijo mayor, Sancho, reinara en Castilla y su hijo menor, Fernando, lo hiciera en León. A su vuelta, treinta años después, hacia 1185, los dos reinos se encontraban en intermitente conflicto por los territorios y los castillos fronterizos hasta que se terminó librando una cruenta guerra de dos años que acabó en 1197, cuando el rey de Castilla Alfonso Sánchez casó a su hija primogénita, Berenguela, con su primo carnal el rey de León Alfonso Fernández.


San Martín de León, más conocido como Santo Martino, ya que el leonés arcaico conservaba todas las sílabas del latín Sanctus Martinus, representado en uno de sus códices elaborados en el siglo XII. 

La infanta castellana, que apenas tenía diecisiete años cuando se casó, debió de quedar profundamente impresionada cuando, una vez convertida en reina consorte de León, pudo contemplar los magníficos tesoros que albergaba la Colegiata de San Isidoro, entre ellos el panteón real, aunque seguramente lo que más le deslumbró fue la personalidad y el bagaje cultural y espiritual de uno de sus más longevos habitantes, Martino, canónigo de la misma y confesor de la pareja real, que había visitado en su juventud los cuatro centros principales de peregrinaje de la Cristiandad: Santiago de Compostela, Roma, Jerusalén y Canterbury, lugar éste último donde pudo rezar ante la tumba de Tomás Cantuariense, el santo protector de la dinastía materna de la monarca leonesa. Martino, sin duda, tendría preferencia por el santo inglés, ya que ambos eran Agustinos y devotos de la Santísima Trinidad, bajo cuya advocación el sabio leonés abrió una capilla en San Isidoro a cuyas heredades concedieron los reyes exención fiscal.


Panteón real en la Colegiata de San Isidoro de León. 

Berenguela ya habría oído de boca de su madre, Leonor Plantagenet, la historia de cómo su abuelo Enrique II de Inglaterra y su canciller, Tomás Becket, durante un tiempo amigos del alma, se habían convertido en enemigos acérrimos cuando el primero tuvo la mala idea de nombrar arzobispo de Canterbury al segundo. El choque entre el monarca y el prelado terminó con el asesinato de éste último al anochecer del 29 de diciembre de 1170 a manos de cuatro caballeros del séquito de Enrique. La conmoción que este crimen sacrílego causó en todos los reinos cristianos fue enorme e historias de milagros atribuidos a Becket comenzaron a ir de boca en boca a los pocos días de su muerte, así que el papa lo terminó canonizando en 1173 como santo Tomás Cantuariense, viéndose el rey de los ingleses abocado a hacer penitencia pública en 1174 delante de la tumba del que había sido su amigo, al que se encomendó desde ese momento, rogándole además protección para su dinastía.


El asesinato del arzobispo Tomás Becket representado en la iglesia de San Nicolás en Soria, ciudad natal del rey Alfonso VIII de Castilla, yerno de Enrique II de Inglaterra, que sufrió la acusación de ser el inductor del crimen del prelado. 

No sabemos si fue su madre o Martino quien le contó a Berenguela la historia de cómo tres cuervos se posaron sobre el todavía caliente cadáver de Becket, manchándose el pico y las patas con la sangre del santo y convirtiéndose así, de forma milagrosa, en chovas piquirrojas, prodigio que dejaba claras las cualidades taumatúrgicas del rojo fluido. Aquella sangre fue recogida cuidadosamente por los monjes de Canterbury, que vieron una buena oportunidad de negocio en mezclar unas gotas de la misma con grandes cantidades de agua para convertirla en milagrosa y luego verterla con un jarro en las pequeñas ampollas de plomo que los peregrinos compraban y colgaban de sus cuellos. 


Pintura del siglo XIV sin identificar en el coro bajo de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca. Las vestiduras obispales con la casulla roja y los atributos de la espada y el jarro, elemento éste último que podría representar el agua milagrosa, nos hacen pensar que se trata de santo Tomás Cantuariense. 


Ampolla de plomo que las gentes que peregrinaban a Canterbury adquirían para que los monjes vertieran en ella el agua del santo inglés. Pieza conservada en el British Museum. 

Uno de los pin con la efigie del santo inglés que estaban a la venta en el siglo XII en la catedral de Canterbury. Pieza conservada en el British Museum. 


Vidriera de la catedral de Canterbury que da cuenta de la curación, gracias al agua de Becket, de la epilepsia que sufría la monja Petronila de Polesworth. 

El caso es que Martino conoció en persona el trasiego que se hacía en Canterbury del agua curativa, y además es probable que fuera él quien trajo a León la reliquia del Cantuariense que Alfonso IX de León y Berenguela pudieron adorar en San Isidoro. Leonor Plantagenet, por su parte, asumió el mecenazgo de una capilla dedicada al Cantuariense en la catedral de Toledo, acción que se llevó a cabo como agradecimiento por la conquista castellana de Cuenca en 1177, en cuya Hoz del Júcar habitan los córvidos de pico y patas rojas que terminarían formando parte del escudo de Canterbury en recuerdo del martirio de Becket en esa ciudad. Quién sabe si la abundante presencia de dicha ave en los escarpes de Cuenca no fue tomada por Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet como una señal inequívoca de que el Cantuariense les favorecía en su misión de conquista frente a los musulmanes.


Arriba, ilustración científica de una chova piquirroja. Abajo, a la izquierda, escudo de la ciudad de Canterbury y heráldica atribuída al arzobispo Tomás Becket en el siglo XIV. Abajo, a la derecha, una de las cinco chovas piquirrojas que forman parte de la decoración heráldica de la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de Salamanca, ciudad de la que fue tenente la reina Berenguela. Ilustraciones de Nacho Sevilla. 


Santo Tomás Cantuariense en una pintura del siglo XIII que se conserva en la iglesia de la capital salmantina que está bajo su advocación. 

Tanto fue el aprecio que Berenguela sintió por Martino que puso bajo sus órdenes a siete amanuenses para que trabajaran en el scriptorium del monasterio de San Isidoro, donde a duras penas llevaba a cabo su labor el anciano canónigo, dada la pérdida de movilidad causada por una enfermedad que la medicina moderna cree que fue una arteritis de células gigantes asociada a un síndrome de Charles Bonnet.


Letra capital M en una de las obras teológicas de santo Martino de León. 


Procesión de la Cofradía de Santo Tomás de Canterbury del barrio de Puente Castro de León. No sabemos si la cofradía se fundó en vida de Martino y Berenguela o en el XVI o XVII como reacción a la Reforma protestante y a la prohibición del culto al santo en Inglaterra. 

Martino murió el 12 de enero de 1203, un año antes de que Berenguela se viera obligada a abandonar el reino de León a causa de la disolución de su matrimonio por motivos de consanguinidad, pero durante los años de colaboración y amistad entre el fraile leonés que visitó la tumba del Cantuariense y la nieta del rey que lo declaró el santo protector de su dinastía se construyeron en el reino de León iglesias dedicadas al mismo, que sepamos, en Avilés, Salamanca, Toro y Zamora y hasta un hospital de peregrinos en Astorga.



Anverso y reverso de una medalla conmemorativa de Santo Martino de León del año 1985. 

Berenguela se convertiría en reina madre de Castilla y de León en el año 1230, siendo por entonces cuando se inventó en estas tierras la innovación heráldica del escudo cuartelado con castillos y leones, señal que decora profusamente la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de la ciudad leonesa de Salamanca junto a otros emblemas y las figuras de cinco chovas piquirrojas, encontrándose todo el conjunto a tiro de piedra de la iglesia salmantina que está bajo la advocación de santo Tomás Cantuariense. ¿Quiso la reina madre representar que el santo protector de su familia materna había favorecido que su hijo Fernando llegara a ser rey de Castilla en 1217 y de León en 1230, alcanzándose por fin la paz entre los dos reinos? ¿Era esta una forma de recordarle a su nieto, el infante mayor Alfonso, tenente de Salamanca hacia 1240, su condición de tataranieto de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania? Porque el caso es que unas chovas piquirrojas pintadas en la techumbre medieval de una iglesia salmantina no pueden ser simples elementos decorativos, tienen que ser algo más. 



Escudo cuartelado de Castilla y de León y chova piquirroja pintados en el arrocabe de la techumbre de iglesia de las Claras de Salamanca.

sábado, 14 de diciembre de 2024

La cruz en el espejo

Concluimos hoy la descripción del juego de espejos que creemos que se da entre los emblemas del primer tramo del arrocabe derecho y los del primer tramo del arrocabe izquierdo, artificio iconográfico que debía servir de speculum princeps al infante mayor Alfonso, heredero de su abuela Berenguela y de su padre, Fernando III de Castilla de León, y tenente de Salamanca en 1240, precisamente en torno a las fechas en las que creemos que se decoró con motivos heráldicos la techumbre de la iglesia del convento de Santa Clara de la ciudad del Tormes. 

De este modo, el infante mayor, representado como tenente de Salamanca, debía tener como referencia para el buen gobierno a sus bisabuelos maternos, los reyes de Castilla Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, conquistadores de Cuenca y vencedores en la batalla de las Navas de Tolosa, librada en el año 1212, dos años antes de la muerte de ambos.



Representado como hijo de Beatriz de Suabia, por lo tanto miembro de la familia Hohenstaufen, ha de seguir también los pasos de su padre, el monarca con el que los reinos de Castilla y de León comenzaron su andadura conjunta y totalmente centrados en la empresa de reconquistar los territorios que el Islam había ocupado en el año 711. 


Como gobernante del reino de León en nombre de su padre, su modelo ha de ser su abuelo paterno, el monarca Alfonso IX, el conquistador de Cáceres, Mérida y Badajoz, al que la familia de su abuela paterna Berenguela siempre consideró como vasallo del reino castellano.


Como infante mayor y nieto de la que había sido reina consorte de León y heredera del reino de Castilla, su abuela paterna Berenguela, ha de dejarse guiar por las enseñanzas impartidas por la misma, ya que no en vano fue ella la artífice de que las aguas volvieran a su cauce en pos de la Reconquista, aunque esta vez con el reino castellano como nuevo centro principal de poder. 


Y, como no, su guía principal en las tareas de gobierno y de Cruzada habría de ser la religión cristiana, puesto que, como ya hemos visto en entradas precedentes, en la Edad Media la iconografía cristológica era en gran parte compartida con la iconografía regia. De ahí que en la decoración heráldica de la techumbre haya reyes representados con flores de lis, siendo Cristo el lirio de los valles y el monarca su representante en la tierra; también hay personajes protegidos por la capa de un rey (los emblemas verados), del mismo modo que la Virgen de la Misericordia protege a los cristiano y, además, hay reyes que siguen a estrellas de ocho puntas que guían hasta Santiago del Compostela, del mismo modo que los Reyes de Oriente siguieron al mismo astro hasta el portal de Belén.

De este modo, en la tabica superior del primer tramo del arrocabe izquierdo nos encontramos una cruz flordelisada y hueca, precisamente el mismo tipo de cruz que Fernando III empleaba por en sus signos rodados el tiempo en el que creemos que se decoró la techumbre.



No descubrimos nada, si decimos que para la reina Berenguela la fe cristiana estaba en el centro de todo; sellaba sus documentos con un "Señor, enséñame a hacer tu voluntad" y eligió para el descanso eterno una almohada en la que se bordaron las palabras "no hay más divinidad que Dios". Pero, además, estaba empeñada en transmitir esas ideas al heredero, prueba de ello es que en prólogo del Chronicon Mundi, obra cuya función principal fue la instrucción del infante mayor, Lucas de Tuy señalaba que de las cinco cualidades que debe tener el buen rey las dos primeras son “conocer al Creador y su Rey, Padre, Hijo y Espíritu Santo” y “confesar la fe católica por costumbres y palabras”.

Por lo tanto, la siguiente pregunta que plantea este speculum princeps iconográfico es, frente a Dios, qué posición ocupa o debe ocupar el infante mayor. La respuesta, una vez más, está en el emblema enfrentado al de la cruz en en otro lateral del arrocabe de techumbre. Allí nos topamos con un icono ya conocido, las cinco flores de lis, que, en nuestra opinión, representan la unión de los cinco reinos cristianos peninsulares en la lucha contra los musulmanes. 


Alfonso estaba llamado a ser el heredero de su abuelo paterno en el liderazgo de esa lucha, no en vano por esa época el infante mayor ya había negociado y sellado el tratado de Almizra con su futuro suegro, Jaime I de Aragón, consiguiendo hacerse prácticamente con el monopolio de lo que restaba de la Reconquista. Pero, seguramente, ese emblema tenía otro significado más profundo, el de la conveniencia de mantenerse fiel al papa en la defensa de la fe y en la Cruzada contra los almohades, algo que sin duda alguna Berenguela, consciente de los problemas que las desavenencias con el pontificado le habían ocasionado en vida, procuró dejarle bien claro a su nieto.

En definitiva, parece que Berenguela quiere advertirle muy seriamente a su nieto de la necesidad de ser un perfecto monarca cristiano bien avenido con el papa, tal y como lo fue su bisabuelo materno Alfonso VIII de Castilla y a diferencia de lo que fue su abuelo paterno Alfonso IX de León, al que siempre le importó un higa lo que se dictara desde Roma.


Reconstrucción infográfica de los emblemas por el heraldista salmantino José Moreiro Píriz

viernes, 6 de diciembre de 2024

El infante Alfonso y su abuela castellana

El profesor Salvador Martínez en su biografía de la reina Berenguela la Grande deja bien claro que desde que heredó el trono castellano en 1217 hasta su fallecimiento, la reina jamás renunció a sus derechos sobre su reino de origen. Como recuerda el autor, la experiencia había enseñado a Berenguela que la providencia podía jugarte una mala pasada en cualquier momento, así que, si su hijo el rey Fernando fallecía, ella tendría mucho que decir al respecto de su sucesión en Castilla. En línea con lo anterior, todos los diplomas que emitió Fernando en vida de su madre contienen la expresión "en uno con mi madre la reina doña Berenguela"; además, en los últimos años de de la monarca esta fórmula se reforzó con un "la reina reinante" que no dejaba lugar a dudas. Asimismo, en todos los acuerdos importantes ella figuraba como protagonista de la parte castellana y su propio exmarido, Alfonso IX de León,  reconoció a su hijo como rey de Castilla y a doña Berenguela como reina propietaria del mismo reino en el tratado de Toro de 1218.


Pero Berenguela también era reina de León, un título que mantuvo a pesar de la nulidad matrimonial, ya que así se contemplaba en los acuerdos posteriores a dicha anulación. Así que, aunque solo fuera nominalmente, ella fue la primera persona que pudo intitularse como monarca de los reinos de León y de Castilla, algo que su hijo Fernando no podría hacer hasta 1230.


Cuartelado de leones y castillos dispuestos en sotuer que creemos que representa a la reina Berenguela como reina madre, ya que el cuartelado en cruz era de uso exclusivo de su hijo el rey Fernando. 

En el juego de espejos que el primer tramo del arrocabe derecho y el primero del izquierdo ofrecen al infante Alfonso para su preparación como monarca, hoy le toca el turno al reflejo de la abuela paterna, que le va a dejar meridianamente claro a su nieto quién era la propietaria del reino de Castilla. 

En el primer tramo del arrocabe izquierdo de la techumbre, donde están los ejemplos de vida que el heredero ha de seguir, se nos presenta un cuartelado con castillos en los cuarteles primero y cuarto y, ocultando los leones, palos de sable en campo de plata en los cuarteles segundo y tercero. En nuestra opinión ésta es la iconografía que Berenguela elige para presentarse frente al infante, como una reina de dos reinos, León y Castilla, de los que ella solamente podrá legarle uno. 


Efectivamente, muy probablemente Alfonso terminaría siendo rey de Castilla, sin embargo, su abuela parece decirle: "no tan rápido"; por eso, enfrentado al emblema cuartelado del lado izquierdo, en el lado derecho, al joven infante no se le representa como heredero castellano, sino con un emblema verado, es decir, como un mero protegido por el manto de una monarca, su abuela, la reina de Castilla. Y es que si tenemos en cuenta todo lo afirmado anteriormente, podremos entender que, mientras Berenguela se mantuvo con vida, Alfonso no fue heredero de Castilla. Si Fernando III hubiera fallecido, los derechos sobre el trono castellano habrían vuelto a Berenguela, que podía ceder la corona a su nieto Alfonso, pero también a su hijo Alfonso de Molina o, incluso, a ninguno de ellos y tratar de reinar en solitario.


En conclusión, en el par de emblemas de hoy, el heredero del reino de León aprende de su abuela Berenguela, reina de León y de Castilla, que es posible que ella le legue el segundo de estos reinos, pero que, de momento, respecto de éste, Alfonso es un mero protegido, no su heredero.


Reconstrucción de los emblemas por el heraldista José Moreiro Píriz.

Berenguela, genio y figura...

sábado, 30 de noviembre de 2024

El infante Alfonso y su abuelo leonés

¿Llegaría a conocer en persona el infante Alfonso a su abuelo paterno Alfonso IX de León? Sabemos que en 1218 su padre, Fernando III de Castilla, carente de derechos sucesorios en León tras la anulación del matrimonio de sus padres, fue reconocido por el papa como heredero legítimo de dicho reino; unas semanas después el abuelo y el padre del príncipe sellaron definitivamente la paz entre los dos reinos con un acuerdo firmado en Toro, que constituyó toda una declaración de amor paternofilial. En este pacto también aparecía doña Berenguela de Castilla, la abuela paterna del príncipe, y por medio del mismo se acordó que Alfonso IX amaría a su hijo y a su exesposa "quomodo bonus pater amat bonum filium" y que Berenguela y Fernando amarían al monarca leonés "quomodo bonus filius amat bonum patrem".


Alfonso IX de León, abuelo paterno de Alfonso X de Castilla y de León.

El heredero de Fernando III, el príncipe Alfonso, nació en 1221 y su abuelo Alfonso IX falleció en 1230. Con la paz entre los reinos y en el seno familiar reestablecida en 1218 es muy probable que, contando el príncipe con nueve años en el momento la muerte de su abuelo, hubieran tenido la ocasión de conocerse en persona.


Fernando III de Castilla y de León, padre de Alfonso X.

Cuestión distinta es saber qué le contaban el padre y la abuela castellanos del futuro rey Sabio al respecto de su abuelo leonés. Podemos hacernos una idea de ello leyendo las crónicas de Lucas de Tuy y de Rodrigo Jiménez de Rada, ambas promocionadas por la reina Berenguela. Ateniéndonos a ellas, seguramente le decían que fue un valiente guerrero, un buen gobernante y un gran administrador, pero también le contarían que, en realidad, lo justo habría sido que su bisabuelo, Alfonso VIII de Castilla, el vencedor de las Navas de Tolosa, hubiera gobernado ambos reinos, ya que su primo Alfonso IX era hijo ilegítimo de Fernando II de León y Urraca de Portugal, no existiendo mácula alguna en el matrimonio de sus padres, Sancho III de Castilla y Blanca de Pamplona. Tampoco pasarían por alto el hecho de que, en 1188, al comenzar su reinado, el abuelo leonés rindió vasallaje al bisabuelo castellano en Carrión de los Condes, enfeudando así su reino, lo que a los ojos de Castilla significaba que éste estuvo sometido a vasallaje y protegido por ella hasta que lo heredó Fernando III, un rey libre de toda sumisión y totalmente legítimo, aunque no sabemos a costa de qué favores concedidos por Berenguela al papa Honorio III.

A cuento de todo esto, precisamente en el speculum princeps que forman el primer tramo del arrocabe derecho y el primero del izquierdo la pareja de emblemas que presentamos hoy tiene todo el carácter leonés, ya que en ellos se representa al infante Alfonso reflejándose en su abuelo paterno. En el lado izquierdo, donde se representan los ascendientes a los que el infante ha de tomar como modelo, se representa a Alfonso IX de León con un verado ondulado inscrito en un losange, es decir, como un protegido por la capa de otro monarca, representación ésta que explicamos en profundidad en la entrada titulada "Veros y verados heráldicos". En este caso el manto protector luce el metal oro y el color gules, los propios del rey de Castilla, lo que para nosotros hace referencia al vasallaje que, según la perspectiva castellana, Alfonso IX habría rendido a su primo Alfonso VIII en Carrión de los Condes en el año 1188. 


En el lado derecho, donde se representan los atributos del heredero, observamos la señal real del león inscrita en un losange, indicando con ello que el infante pertenece a un reino de León no enfeudado, ya que su padre y monarca en el momento en el que se decora la techumbre, Fernando III de Castilla y de León, no es vasallo de ningún otro y reina sobre ambos reinos.


Reconstrucción de los emblemas por el heraldista José Moreiro Píriz.

En las próximas dos entradas, con las que se finalizará el estudio del primer tramo de arrocabe en ambos lados, el infante Alfonso se reflejará en su abuela paterna, la reina Berenguela, y en la misión que se le tenía encomendada.

sábado, 23 de noviembre de 2024

El infante Alfonso de los Borgoña y Hohenstaufen

Si el heredero debía mirarse en sus bisabuelos, obviamente, también ha de seguir el ejemplo de su padre y de su madre. De este modo, es precisamente un cuartelado de castillos y leones, armas plenas del monarca Fernando III, uno de los cinco emblemas de la tabica superior del primer tramo del arrocabe izquierdo. Únicamente se da una pequeña modificación o brisura en este cuartelado: los leones son de color sable, algo natural si pensamos que en la tabica inferior se representa el óbito de sus abuelos y, justo enfrente, en el primer tramo del arrocabe derecho, su reflejo es el águila de los Hohenstaufen, linaje al que pertenecía su primera esposa, Beatriz de Suabia, fallecida en 1235.


Si León y Castilla los va a recibir el heredero de sus abuelos paternos, Alfonso IX y Berenguela, el hijo de éstos, Fernando III, va a conseguir para su descendencia la dignidad imperial que otorgaba el Sacro Imperio Romano Germánico al casarse con Beatriz de Suabia, prima del emperador Federico II. El emblema del águila imperial pintado sobre la techumbre está enmarcado por un losange y no en el campo de un escudo, ya que ni Beatriz ni sus hijos pueden utilizar en ese momento, hacia 1245, el escudo personal del emperador. Es por ello que todo apunta a que se trata de un emblema territorial y no personal, para así poder dar cuenta de que el personaje representado pertenece a los Hohenstaufen sin ser el cabeza del linaje.


Al igual que el resto de las figuras que la acompañan en la tabica, se muestra en modo negativo, puesto que en lugar de ser un águila de sable en campo de plata, se representa un águila de plata en campo de sable. Ahora bien, la morfología del ave heráldica coincide con la de las más antiguas conservadas en la heráldica hispana, curiosamente procedentes de este mismo ámbito Hohenstaufen, tales como la que aparece en un bote de forma globular conservado en el Museo de León, al que ya hemos hecho referencia, y la del sello que utilizaría otro de los hijos del matrimonio, Felipe de Suabia.



Esta ascendencia imperial del infante Alfonso terminaría marcando parte de su reinado, cuando, a partir de 1254 se le presente la ocasión de reclamar para sí los derechos sucesorios sobre el Sacro Imperio Romano Germánico, una reclamación con la que estaría obsesionado durante toda su vida. Es lo que se conoce como el “fecho del imperio” (1) y cuya relevancia para el monarca seguramente nadie ha descrito mejor que su biógrafo Manuel González Jiménez cuando afirma: 

 “Alfonso estaba convencido de que reclamaba algo que le pertenecía por herencia. Hasta casi el final de su vida aludiría a su herencia alemana, que le correspondía por su madre Beatriz de Suabia, una herencia a la que nunca renunció. Ya la reclamó siendo infante, en contra de los proyectos que Fernando III tenía al respecto, cuando se opuso tajantemente a que su hermano Fabrique heredase el ducado de Suabia. Años más tarde, siendo rey, volvería a reclamarlo de nuevo. Importa menos si no lo obtuvo; pero el hecho mismo de reclamarlo es de por sí muestra fehaciente de su voluntad de no estar dispuesto a renunciar a la herencia materna. Por otra parte, desde 1254 Alfonso se sentía cabeza del linaje de los Staufen y, por ello mismo, obligado a reclamar el título que habían ostentado otros antepasados suyos” (2).


Alfonso X representado con castillos y leones en sus vestiduras y con el águila Hohenstaufen en su cetro.


El infante Alfonso como miembro del linaje Hohenstaufen y su padre, Fernando III de Castilla y de León.

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(1) González Jiménez, M. (2004). Alfonso X el Sabio (2ª edición 2021). Sevilla. Editorial Universidad de Sevilla.. Págs. 125-143.

(2) González Jiménez, M. (2004). Alfonso X el Sabio (2ª edición 2021). Sevilla. Editorial Universidad de Sevilla. Págs. 125-143.

El infante Alfonso y sus bisabuelos los reyes de Castilla

La tabica superior del primer tramo del arrocabe izquierdo presenta en su centro un emblema con el que ya nos hemos topado antes en los cuadrales de la techumbre: un escudo de cinco flores de oro en campo de gules que que creemos que representa a Alfonso VIII de Castilla como líder de la cruzada de los reinos cristianos peninsulares contra los almohades. 


Ahora bien, nos gustaría hacer una apreciación adicional: estando dicho emblema situado encima de la representación de los sepulcros de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, nos preguntamos si en realidad no representa solamente al rey, sino también a su consorte. En este sentido queremos recordar cómo este férreo matrimonio se confirmaba a través del empleo de la fórmula una cum uxore mea que Alfonso VIII introdujo en los documentos diplomáticos (1). Asimismo, hemos de recordar el protagonismo que las crónicas otorgan a la reina Leonor Plantagenet en la búsqueda de la paz entre los reinos cristianos para así poder encarar juntos la lucha contra los musulmanes, siendo prueba de ello las negociaciones que dieron lugar al matrimonio entre Berenguela y Alfonso IX en 1197.


Si ahora giramos la vista hacia el tramo de arrocabe enfrentado, el derecho, se presenta un cuartelado en el que los cuarteles primero y cuarto están ocupados por sendas flores de lis de plata en campo de sable y los cuarteles segundo y tercero por seis fajas que alternan plata y sable. 


Como puede observarse, no aparecen castillos ni leones, lo que puede deberse al hecho de que el infante Alfonso es aún heredero, no rey, aunque también pensamos que podría ser una forma de destacar el emblema de la flor de lis. Los reinos de Castilla y de León, como territorios concretos, llegarán al heredero a través de otros personajes representados en emblemas pintados sobre la misma tabica, pero en este caso se quiere hacer hincapié en la condición de monarca con un carácter genérico, un cargo para cuyo ejercicio el heredero ha de tener como modelo a su bisabuelo paterno, el monarca Alfonso VIII de Castilla, sobre todo porque en la época en la que se decora la techumbre el infante ya acumula bastante poder al ser tenente de importantes ciudades del reino de León. 

En conclusión, tenemos a un monarca, Alfonso VIII de Castilla, que ostenta cinco flores de lis en tanto en cuanto lidera cinco reinos en la lucha contra el Islam y enfrente a su bisnieto Alfonso, que ostenta ya una de las flores en tanto en cuanto ejerce de monarca en prácticas del reino de León. Asimismo, parece que hay una intencionalidad de representar por medio de este par de emblemas enfrentados, que es de Alfonso VIII de quien procede la flor de lis entregada al joven príncipe, el emblema de realeza por excelencia, aunque quizá se quiera glosar que el bisnieto se forma como monarca mirándose en el espejo del bisabuelo, el mejor gobernante conocido, tal y como se le considera en las crónicas castellanas de la época.


El infante Alfonso, tenente de Salamanca, y el reflejo de su bisabuelo paterno Alfonso VIII de Castilla. 

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(1) Poza Yagüe, M. (2017). "Una Cum Uxore Mea: la dimensión artística de un reinado. Entre las certezas documentales y las especulaciones iconográficas". En Alfonso VIII y Leonor de Inglaterra: confluencias artísticas en el entorno de 1200. Madrid. Ediciones Complutense.. Pág. 71.

El infante Alfonso se mira en el espejo

Berenguela falleció en Burgos el 8 de noviembre de 1246, dejando a su enfermizo hijo Fernando, que solamente la sobrevivió seis años, reinando en solitario y teniendo como heredero a su hijo Alfonso, en el que su abuela había puesto todas sus esperanzas. El infante, en el que confluían los linajes de Borgoña, Hohenstaufen y Plantagenet, se convirtió en rey de Castilla y de León a los treinta y un años, en 1252, pasando a la historia con el sobrenombre de “el Sabio”, lo que no es de extrañar, dado que su abuela paterna se ocupó personalmente de su educación, encomendándole además la tenencia de la ciudad de Salamanca y de otras localidades importantes del reino de León.

Ya hemos contado en la entrada anterior que creemos que los cuatro emblemas de la tabica inferior del primer tramo del arrocabe derecho representan precisamente al tenente de la ciudad del Tormes en la época en la que se decoró la techumbre, es decir, al infante Alfonso.



En la tabica superior de ese mismo tramo encontramos los siguientes emblemas, todos alusivos al infante Alfonso y en tonos de luto, ya que se encuentran situados frente al primer tramo del arrocabe izquierdo, donde se representan a sus bisabuelos paternos fallecidos, el rey Alfonso VIII de Castilla y la reina Leonor Plantagenet.



Cada uno de dichos emblemas tiene además su propio reflejo en la tabica superior del primer tramo del arrocabe izquierdo, siendo éstos los emblemas representados, todos alusivos a ejemplos de vida a seguir por el infante. Veamos a través de las siguientes cinco entradas cuáles son las parejas de emblemas que se forman y que configuran el speculum princeps del infante Alfonso, el heredero al que había que preparar a conciencia para los retos a los que habría de enfrentarse durante su reinado, ya que, a diferencia de su padre, no iba a poder contar con la presencia y supervisión de su abuela Berenguela. Alfonso X se iba a quedar solo, así que había que asegurarse de que lo iba a hacer bien.



Infografías de lo emblemas realizadas por el heraldista José Moreiro Píriz. 

viernes, 15 de noviembre de 2024

El infante Alfonso, tenente de Salamanca

¿No os suele pasar eso de que lees un libro y la introducción no la entiendes hasta que finalizas la lectura del mismo? Bien, pues esto es exactamente lo que nos ha ocurrido a nosotros a la hora de intentar comprender lo que representan el primer tramo derecho e izquierdo del arrocabe de la techumbre. Nos enfrentamos a la interpretación de la iconografía de la armadura comenzando por estas tabicas y, sin embargo, hemos tenido que comprender el resto de la decoración del arrocabe y de los cuadrales para poder comenzar a intuir la intencionalidad de los mismas. Ahora estamos convencidos de que el primer tramo del arrocabe derecho y el primer tramo del arrocabe izquierdo son el prólogo que justifica la obra en su totalidad.

Porque el caso es que haber localizado a la reina Berenguela, representada con el castillo de oro de su padre y la chova piquirroja del santo protector del linaje Plantagenet, ahora no nos parece que fuera tan difícil, del mismo modo que nos parece claro que al lado de estas tabicas que nos hablan de la monarca se representa la proclamación de su hijo, rey de Castilla desde 1217, como rey de León en 1230. Muy diferentes han sido las cosas para los primeros tramos de arrocabe, los que nos encontramos nada más subir a la pasarela que nos permite admirar la techumbre a la altura de nuestros ojos, ya sea por el lado derecho o por el izquierdo, porque, desde luego, han sido causa de múltiples desazones y zozobras.


Primer tramo del arrocabe derecho.


Primer tramo del arrocabe izquierdo.

Vamos a comenzar hablando de los cuatro emblemas con palos de gules en campo de oro y con una bordura de azur cargada de cruces que podemos ver en la tabica inferior del primer tramo del arrocabe izquierdo. Sobre el origen de este emblema, que aún hoy consta en la partición izquierda del escudo de la ciudad de Salamanca, se han escrito muchas páginas, y las que quedan por escribir, puesto que atribuirlo a un tal conde don Vela que era hijo ilegítimo del rey de Aragón y que había luchado en Tierra Santa no deja de ser seguidismo de una leyenda heráldica más de las muchas que se inventaron los fantasiosos genealogistas y heraldistas de la nobleza durante la Edad Moderna. Su origen, por fuerza, ha de ser otro. En cualquier caso, de lo que nosotros estamos convencidos ahora mismo es de que a mediados del siglo XIII este emblema representaba al tenente de la ciudad de Salamanca. Su presencia en otros lugares tales como la iglesia de San Marcos o la de San Martín, en este último caso junto a las armas reales (el cuartelado de castillos y leones) y concejiles (el toro sobre el puente), dejan poco lugar para la duda.


Emblema con tres palos de gules en campo de oro y con una bordura de azur cargada de cruces que podemos ver en la tabica inferior del primer tramo del arrocabe izquierdo.


Armas reales en el interior de la iglesia de la Real Clerecía de San Marcos en Salamanca. Reconstrucción del escudo por el heraldista José Moreiro Píriz. 



El mismo emblema pintado en el interior de la iglesia de San Marcos, que adquirió el título de Real Clerecía en el año 1202, siendo Berenguela de Castilla reina consorte de León. Reconstrucción del emblema por el heraldista José Moreiro Píriz. 




Conjunto de tres blasones dispuestos de forma triangular, con el cuartelado en la posición superior, situados bajo el campanario de la iglesia de San Martín. Reconstrucción de los escudos por el heraldista salmantino José Moreiro Píriz. 

Dado que la tenencia de la ciudad en el tiempo en el que creemos que se decoró la techumbre, hacia 1245, la ostentaba el infante Alfonso, nieto de Berenguela y futuro Alfonso X de Castilla y de León, creemos que esta sucesión de emblemas que aparece en el primer tramo del arrocabe derecho representa a su persona, del mismo modo que las sucesiones de cuatro emblemas que encontramos en otras tabicas representan a otros miembros de su familia, ya sean sus bisabuelos y abuelos por parte de su padre y sus padres, el rey Fernando III y la reina Beatriz de Suabia. El otro argumento a favor de esta teoría se basa en nuestra interpretación de las figuras heráldicas representadas en los emblemas de la tabica superior y en los que aparece un emblema del reino de León, donde el infante Alfonso ocupaba ya, al ser el heredero, importantes tenencias, y el águila de los Honhenstaufen, alusiva al linaje de su madre, la reina consorte Beatriz de Suabia.



Frente a este primer tramo del arrocabe derecho, en el arrocabe izquierdo, nos encontramos los emblemas del castillo de oro y del león de oro en campo de sable, de luto, que no nos cabe duda de que son un trasunto de los sepulcros de los reyes Alfonso VIII de Castilla y Leonor Plantagenet que se conservan en el monasterio de Santa María la Real de las Huelgas. De este modo, el heredero del trono tiene como reflejo a sus bisabuelos, conquistadores de Cuenca en 1177 y líderes de los cinco reinos cristianos peninsulares —Castilla, Navarra, Aragón, León y Portugal— en la campaña que condujo a la victoria de las Navas de Tolosa de 1212.


Esta imagen del infante Alfonso en el lado derecho frente a Alfonso VIII en lado izquierdo en esta introducción del arrocabe anuncia, en nuestra opinión, que toda esta obra va a ser un
speculum princeps para el futuro monarca, que habría de rematar la labor de Cruzada iniciada por su bisabuelo paterno y continuada por su abuelo paterno, Alfonso IX de León, conquistador de Cáceres, Mérida y Badajoz y por su padre, Fernando III, conquistador de Úbeda, Baeza, Jaén, Córdoba y Sevilla. Alfonso X aprendió de sus mayores y cumplió más que de sobra arrebatando al Islam los reinos de Murcia, el de Niebla y el del Algarve y las ciudades de Medina Sidonia, Lebrija y Cádiz.

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