Hacia 1216, Fernando el Castellano quedó al cuidado de su abuela paterna, Urraca de Portugal, y bajo la tutela de su padre, Alfonso IX. Había sido enviado a la corte leonesa por su madre para protegerlo de la guerra civil que se libraba en Castilla, conflicto que tuvo como uno de sus episodios principales el cerco por parte las tropas de la Casa de Lara al castillo de Autillo de Campos (Palencia), donde se encontraba refugiada Berenguela.
Pero, por si esto fuera poco, la desgracia se cernió de nuevo sobre la casa real castellana ya que el rey Enrique I -que contando con tan solo trece años era realmente un rehén de los Nuñez de Lara- falleció en junio de 1217, mientras estaba jugando con sus amigos, a causa del impacto de una teja que se desprendió del tejado del palacio episcopal de Palencia. Los Lara trataron de ocultar el fallecimiento para ganar tiempo y así poder coronar a Alfonso IX de León como rey de Castilla en virtud del Tratado de Sahagún. Conviene recordar que la madre de los Núñez de Lara, Teresa Fernández de Traba, casó, en segundas nupcias para los dos, con Fernando II de León, padre de Alfonso IX, por lo que sus hijos se titulaban a veces a sí mismos como “hijos del rey de León”, aunque no fueran hijos del rey.
Las consecuencias de esta actuación no tardaron en hacerse notar en el reino de León, donde Alfonso IX, apoyado por los Núñez de Lara, entró en territorio castellano para reclamar sus derechos. Esto hizo que los primeros meses del reinado de Fernando fueran convulsos, precisamente en guerra con su propio su padre. Sin embargo, en agosto de 1218, padre e hijo llegaron a un acuerdo de paz, el conocido como Pacto de Toro, por el que Alfonso IX renunciaba a sus pretensiones al trono castellano y recuperaba algunos castillos de los que se habían entregado al por entonces infante mediante el Tratado de Cabreros.
A partir de ese momento, tal vez por considerarse engañado, o tal vez en un intento de contrarrestar el poder castellano, Alfonso IX pareció volver a decantarse por la sucesión portuguesa. Así se deduce de diversos documentos en los que se menciona la presencia de las infantas, Sancha y Dulce, en momentos importantes o se las vincula con el cumplimiento de acuerdos una vez fallecido el rey. Del mismo modo, Alfonso IX otorgó cargos como el de alférez o mayordomo a personas del entorno familiar de las infantas.
En cualquier caso, las relaciones entre ambos reinos fueron de paz definitiva, lo que permitió mirar de nuevo hacia el Sur para reanudar la lucha contra el Islam, cumpliéndose así el sueño de Berenguela de recuperar territorios para la cristiandad en una Cruzada liderada por su hijo.